«No digas su nombre», ruega Mark Cavendish, que acaba de ganar en Chateauroux, donde en 2008 logró la primera de sus ya 32 victorias en el Tour y donde repitió en 2011. Pero no quiere escuchar un nombre, el de Eddy Merckx, el único ... con más triunfos que él, 34. Cavendish no piensa en esa histórica marca. Ha aprendido a vivir al día. «Me vale con todo lo que he ganado ya. Como si no lo hago nunca más», repite. No pelea contra el mito belga; simplemente, disfruta de este amanecer tras dos años atrapado en la noche de una depresión. «Nunca es fácil ganar una etapa aquí. Por eso estoy igual de fascinado que la primera vez», dijo con ese rostro de niño travieso que no le han borrado sus 36 años.
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El instinto no caduca con la edad. La meta de Chateauroux esperaba al final de una recta ancha de kilómetro y medio a la que no llegaron los dos fugados, Van Avermaet y Kluge. «La recordaba más estrecha», se sorprendió Cavendish. «Pero, bueno, han pasado diez años de mi última victoria aquí». Había tanto espacio que hubo dos líneas de sprint: el Alpecin de Philipsen por la derecha y el Deceuninck de Cavendish por la izquierda.
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En paralelo a 70 por hora. Riesgo de descarrilamiento. Los dos trenes se juntaron a 300 metros del final, donde ya sólo había una vía. Cavendish cambió de vagón en marcha y se subió al convoy del Alpecin. Buen olfato. A rueda de Merlier, el lanzador de Philipsen. Ahí se desató. Nunca ha tenido miedo. Al toro. Rebasó a Merlier y casi le tira. Y se colocó por delante de Philipsen, que trataba de remontar, para complicarle el paso. Cavendish jugó con los límites del reglamento sin rebasarlo. El jurado técnico no vio irregularidad y el velocista de la Isla de Man se acerca a dos victorias del 'Caníbal' al que no quiere nombrar. A este Tour le quedan cinco jornadas hechas para el sprint. Al final, igual sí tiene que citar a Merckx.
La etapa que terminó con otra victoria de Cavendish había empezado en Tours, a orillas del Loira y sus castillos, con los ojos clavados en Tadej Pogacar. Aunque aún, y por sólo 8 segundos, el líder es Van der Poel, en el Tour manda el joven esloveno. Su victoria en la contrarreloj del miércoles desbrozó su camino hacia París. Pogacar tiene mejores gregarios que cuando ganó la pasada edición y sigue a su lado una figura clave: Allan Peiper, el ingeniero de las 'cronos'. Peiper viene de muy lejos, de una familia rota por un padre alcohólico y de un viaje de Australia a Gante (Bélgica) cuando apenas tenía 17 años sin más fortuna que la fuerza de sus piernas. Había oído hablar de los velódromos europeos y buscó en ellos su tesoro. O triunfaba o no comía. Pasó meses durmiendo en el suelo de una charcutería hasta que se ganó un puesto en la pista de Gante. Luego conoció el Tour y el Giro de los años ochenta y se especializó en los prólogos. En luchar contra el reloj.
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Hace un año, cuando no se citaba a Pogacar entre los aspirantes al Tour, Peiper viajó a la Planche des Belles Filles. A palpar la piel de asfalto de la contrarreloj final, llana al inicio y con subida al final. La repasó en coche y en bici. Una y otra vez. Anotó cada detalle. Llamó a Pogacar. Ven. Lo probaron todo cronómetro en mano. Peiper buscó en un taller un cambio de piñones como los que usan los juveniles, con saltos de diente en diente, y no de dos en dos como los que emplean los profesionales. Comprobó que así los cambios de velocidad dañaban menos los músculos en plena ascensión. Unas semanas después, Pogacar machacó en esa cuesta a Roglic y ganó su primer Tour.
Peiper, que ya tiene 60 años, sigue a su lado. Es un perfeccionista. Al inicio de esta temporada metió al esloveno en un túnel del viento. Le cambió la silueta, la hizo más afilada, con los hombros más doblados. Pero la fórmula no funcionó ni en la Itzulia (quinto en la crono de Bilbao) ni en el campeonato de Eslovenia (tercero). Surgieron las dudas. Y, ya en este Tour, Pogacar llamó a Peiper para decirle que iba a volver a su antigua posición. El técnico australiano, buen psicólogo, dio el visto bueno. Sabe que la aerodinámica no lo es todo.
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Liberado, Pogacar voló el miércoles. Abrumó. De eso hablaban sus rivales en la salida. «El año pasado se vistió de líder casi en París. Ahora le quedan más de dos semanas de presión. A ver cómo lo lleva», apuntaban desde el Ineos, el equipo de Carapaz y Thomas. Como si buscaran ya una grieta psicológica ante la evidencia del poder físico del esloveno. La etapa que viene, la más larga (248 kilómetros) de los últimos veinte años, presenta cinco puertos (de segunda, tercera y cuarta) en el tramo final. Tiene los ingredientes ideales para las fugas y para que alguien pruebe la solidez del equipo de Pogacar antes de los Alpes del fin de semana.
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