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Sobrevolando la capital. Desde una de las laderas del Monte Caramelo se domina Bilbao. Iriberri y Beristain marchan por delante de Erdoiza y Gómez Peña. BORJA AGUDO

Ruta por los montes que rodean Bilbao con la ayuda de una bicicleta eléctrica

Un recorrido por los viñedos de Arraiz y el Monte Caramelo con un aliado tecnológico que amortigua, y mucho, la dureza de las subidas

Jueves, 14 de junio 2018, 01:38

Cuando la naturaleza reservó un hueco para Bilbao lo metió con calzador entre los montes que descienden hacia la ría. Abajo lucen el titanio del Guggenheim, las nuevas torres blancas de Basurto, el anillo de San Mamés, el tubo de cristal de Iberdrola... En ese hormiguero se mueven, a ritmo diésel, las líneas del Bilbobus. Hay paradas con nombres sugerentes: Arabella, Monte Caramelo, Kobeta... Alguno de estos autobuses no se conforma con culebrear por la urbe y trepa por las laderas del monte Arraiz, que va a ser el centro de la segunda ruta por las cuestas desconocidas de Bilbao que va a recorrer EL CORREO con dos técnicos de la empresa 'Custom4.us', Jon Iriberri e Iñaki Erdoiza. Como invitada en esta ocasión viene Begoña Beristain. La periodista de Onda Vasca es más de correr maratones como los de Nueva York o París, pero se atreve con un reto tan corto, 29 kilómetros, como duro, 978 metros de desnivel acumulado. La cifra anuncia el sudor.

«Lo mío no es la bici, pero soy muy echada hacia delante», apunta Beristain. Tiene una ventaja: va a rodar sobre una bicicleta eléctrica. Aliado tecnológico. Disponer de baterías para pedalear es todo un invento: permite a cicloturistas poco entrenados o entrados en años afrontar los puertos más crueles. Como si el viento soplara siempre a favor. A Begoña le va a venir bien el progreso. La ruta parte desde el Museo Marítimo. Llegar hasta allí cuesta. Coches y semáforos coagulan el tráfico. Es la tasa por cruzar la ciudad. Pero hay otro Bilbao. Rural. Con huertas aterrazadas. Con emparrados donde maduran las uvas del txakoli, con rebaños de ovejas a diez minutos del Teatro Arriaga. Y algo más. Erdoiza, devoto de las clásicas belgas, lo anuncia: «Hoy vamos a subir el Kappelmuur de Bilbao». El Kappelmuur es el Muro de Grammont, el símbolo del Tour de Flandes. Y, al parecer, tiene una sucursal en la capital vizcaína. Conviene creer a Erdoiza. Fe ciclista.

Gráfico. Muros de Bilbao: Arraiz. Gonzalo de las Heras

21 por ciento de desnivel alcanza la estrada de Arraiz bidea. Es más que un muro. Se alarga durante 1,7 kilómetros. La subida tiene un desnivel medio del 13%. Eso sí, premia al ciclista que se atreva con las rampas con una visión insólita en Bilbao. A los lados de las carretera crecen las parras. Viñas a dos pasos del centro de la capital vizcaína

La primera de las siete cotas del día está en Olabeaga, sube por el tanatorio y el hospital de Basurto. Apenas 600 metros, pero ya calienta con un tramo del 17% de desnivel. Es el aperitivo. Por Zorroza, sobre la ría y justo en el paso a nivel, espera la subida a Kastrexana. En kilómetro y medio, los edificios van quedando atrás. La ciudad se vuelve vertical. Casas encaramadas. Bilbao se va tiñendo de verde, de campo. «Es un Bilbao diferente. Esto no pasa en todas la ciudades», comenta Beristain. En dos pasos cambia el paisaje. Sin descenso y sin pausa se llega al parque de Kobetamendi. Toca subir a Kobeta, el Monte Caramelo. La carretera es buena. La panorámica, mejor. Perfecta. Bilbao a los pies. «Hay que abrir los ojos», aconseja Beristain, que ya se ha hecho, más o menos, al pedaleo eléctrico. A veces, la bici parece que está viva.

El Kapelmuur bilbaíno

Tras esta tercera cota tampoco hay casi bajada. Enseguida se afronta la estrada de Arraiz, larga y con un trozo al 17%. Iriberri y Erdoiza conocen bien la zona. Suelen entrenarse por aquí de noche, al abrigo el alumbrado público. «Y sin coches. Un paraíso para las bicicletas», aconsejan. Eso sí, en cuesta. «Pues ahora viene la más dura», avisa Iriberri mientras la ruta desciende entre viñedos de txakoli. Vendimia tan cerca de la Gran Vía. Ya en Rekalde reaparecen los autobuses con sus carteles sugerentes. Hay que volver a mirar hacia arriba, a Arraiz: 1,7 kilómetros con un desnivel medio del 13% y rampas del 21%. Palabras mayores. Es un muro digno de una gran clásica belga. «Mejor tomárselo con relajación. Para disfrutar», dice Beristain. La bicicleta con motor ayuda al optimismo.

La ruta comienza y termina junto al Museo Marítimo.

El resto del pelotón va a tener que pedalear con los riñones. A retorcerse. De nuevo, los viñedos se adueñan del entorno. Los ciclista pueden contar las parras de una en una. A cámara lenta. Arraiz te lleva al límite. Arriba gotea alivio una fuente frente a un restaurante gallego. Parada y fonda. A recuperar el resuello. Al trantrán, como extrañadas, circula una hilera de vacas. Lentas. Adaptadas a la cuesta. Huele a campo en Bilbao.

«En nada estás en plena naturaleza», constata Beristain, que se protege con un chaleco del aire traidor que sopla desde El Abra. «La ruta compensa el esfuerzo», comenta. Y aún queda. El Kappelmuur. Tiene Bilbao una capilla encaramada en un alto, como el Muro de Grammont, la cota pavimentada que desde 1950, desde la victoria de Fiorenzo Magni, es el templo del Tour de Flandes, la gran clásica belga. En Geraardsbergen, la localidad flamenca surcada por este camino adoquinado, el Muro es un atractivo turístico. Y no sólo en abril, cuando se celebra la carrera. Se ha convertido en un lugar de peregrinaje ciclista todo el año.

Al Kapelmuur bilbaíno se accede por la estrada del Monte Caramelo. La subida, de casi kilómetro y medio, van alejándose de las casas blancas. Trepa hasta su tejado. Arriba, tras un leve descenso, quedan los 600 metros que circundan la capilla de San Miguel Arcángel, incluida una rampa del 21%. Es la estrada de Masustegi. La bicicleta es un vehículo perfecto para, con los ojos bien abiertos, soñar pedaleando. ¿Qué cicloturista no se ha imaginado demarrando en el Muro de Grammont? Las colinas de Bilbao, tan discretas, son un buen campo de sueños. En Masustegi hay una capilla por hollar. Un Kapelmmur a mano.

La ruta desciende hacia la orilla de Zorroza antes de desembarcar en el punto de partida, el Museo Marítimo, al borde de la ría. Cota cero tras 28,8 kilómetros de recorrido sin un palmo llano. El desnivel acumulado suma 978 metros. Casi un kilómetro vertical. Conviene rezar un rato a San Miguel Arcángel en la capilla. O tirar de bicicleta eléctrica, el milagro tecnológico.

La próxima semana, la ruta se centrará en Artxanda.

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