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Jesús Ezkurdia y Ángel Pereda se retuercen en las Calzadas de Mallona. BORJA AGUDO

Bilbao también vale para una gran clásica ciclista

La ruta con la Fundación Euskadi desbroza a pedales el Monte Avril y las Calzadas de Mallona

Jueves, 28 de junio 2018, 01:38

A Bilbao siempre le han gustado las bicicletas. El Campo Volantín asistió a las primeras disputas entre los señoritos montados en aquellos artilugios sobre ruedas. Pronto nacieron clubes como la Sociedad Ciclista Bilbaína y surgieron carreras como la Subida a Santo Domingo, que nació ... el 19 de marzo de 1933. El título de la prueba resumía el recorrido: eran 3,7 kilómetros, desde el Ayuntamiento hasta la cima de esta cuesta bilbaína. Allí estaban ciclistas como Cepeda y Ezquerra, tipos magros que se quitaban el frío con hojas de periódico y dormían con los tubulares anudados al pecho para que no se los robaran los rivales. La cremallera de público se abrió al paso de Ezquerra, ganador final en Santo Domingo. También fue suyo el Galibier en el Tour y suyas eran las manos que llevaron durante décadas aquella tienda de bicicletas de la Alameda de Recalde. Bilbao tiene buena memoria ciclista.

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Y en esta cuarta ruta por las cuestas que esconde la ciudad el escenario es el Monte Avril y el invitado, Jesús Ezkurdia, vicepresidente de la Fundación Euskadi encabezada por Mikel Landa. El maillot naranja que vuelve. Otro pedazo de historia del ciclismo vasco. Este cuarto capítulo mantiene el guion: en 28 kilómetros contiene cinco cotas que suman 900 metros de desnivel. Buen espejo para comprobar la resistencia de las piernas. Bilbao, sede antes de tantas carreras, tiene carreteras de sobra para montar hoy una gran clásica. Incluso con algún tramo de pavés.

El camino parte desde la Basílica de Begoña. Va a ser necesario arrodillarse encima de la bicicleta. Y pronto. Nada más atravesar Txurdinaga, los técnicos de 'Custom4.us', Jon Iriberri e Iñaki Erdoiza, más Ezkurdia y Ángel Pereda, jefe de Deportes de EL CORREO, se dan de frente con el primer muro, Azkarai. Es un camino estrecho, empinado y, como está humedo, resbala: de pie sobre la bici patina la rueda trasera; sentado, se levanta la delantera al hacer fuerza con los brazos. «Bufff. Esto es más para el mountain bike», se sorprende Ezkurdia. Reluce su ropa naranja. Tras un leve descanso, la subida se dirige hacia el hospital de Santa Marina, el sanatorio levantado en 1930 para curar a los tuberculosos. Hasta allí han ido siempre los enfermos con dificultades para respirar. A los ciclistas de esta ruta le pasa igual. Pulmones exprimidos por una rampa del 23%.

«Es una de esas cuestas que, si vas bien, te permiten ver cómo por detrás se retuercen los otros», comenta Iriberri.

El descenso hacia el cruce de Santo Domingo es bien recibido. El cuerpo se había encogido. El corazón hace recuento de latidos mientras pasa al lado del restaurante Kate Zaharra. Al grupo le espera la cuesta del Monte Avril, así con uve. Bien escrito. Viene de un general francés, Jean Jacques Avril, que fue gobernador de Vizcaya durante la ocupación napoleónica. Tuberculosis y guerras. Si estos montes hablaran... La subida, de 1,3 kilómetros, tiene un tramo muy exigente hasta llegar al aparcamiento de esta popular zona de espacimiento. Aire en el parque. Un rato para abrir los ojos, que se llenan con Bilbao. La bajada es por Sandonís, por la carretera vieja de Santo Domingo. Da al Colegio Vizcaya y al Liceo Francés antes de meterse en un descenso traidor, angosto, de esos que hay que afrontar con tiento. Con el freno justo, que si no derrapa.

La naturaleza lo ocupa todo. «Parece que estamos en los Pirineos», comenta Ezkurdia, que ayuda a Mikel Landa a reflotar la 'mareja naranja' que llenó de aficionados vascos las cunetas del Tour. Pero está en Bilbao. Los contenedores de basura, marcados con la 'B', son la prueba. La ruta trepa ya por el tercer puerto, la estrada de Egirleta, más conocida como 'la perrera'. Tiene su explicación: sube hasta la perrera municipal. Tuberculosis, guerras y perros abandonados. Con un pasado así no puede ser una ruta fácil. El esfuerzo se prolonga durante 2 kilómetros, con un tramo al 19%. No queda aliento ni para ladrar.

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Por Otxarkoaga

De nuevo en el cruce de Santo Domingo hay que desandar lo pedaleado hasta Santa Marina y Arbolantxa antes de bajar a Otxarkoaga, una de las esquinas de Bilbao. Barrio multicolor, de vecinos charlando en la calle, de obreros, de payos y gitanos... De escaleras mecánicas para mitigar tanta acera en cuesta. Son una tentación, pero la ruta no puede hacer trampa. Avanza por Otxarkoaga hasta sus casas más altas. Busca la estrada de Garate. Es corta y no tan exigente como las anteriores. Y ofrece un regalo: el descenso por la calle Zabalbide hasta el Puente de San Antón. Por aquí traían el pescado desde Bermeo hasta el Casco Viejo. Zabalbide es, a tramos, como un barranco urbano. Vértigo. Frenos a tope sobre un suelo que se inclina al límite.

Ya al nivel de la ría se abre un paréntesis. «Es un recorrido maravilloso. Por zonas desconocidas y pegadas al centro de Bilbao», apunta Ezkurdia, que ha mostrado su pericia cuesta abajo. Le gustan la bicis y las motos. Confía en su trazada. La ruta parece ya escrita pero falta el párrafo final: las Calzadas de Mallona. Iriberri avisa. «Os va a sorprender». Alguien pregunta: «¿Se puede subir por ahí? ¿No son escaleras?». Cierto. Tras circular por El Arenal e internarse en la Plaza de Miguel de Unamuno aparece el teclado de los 311 escalones que tiran hacia Mallona.

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Pero hay otra alternativa, un camino adoquinado que sube en paralelo. «¿Por aquí?». Sí. Es una auténtica pared. Y de pavés. Unamuno dejó un cesto de frases célebres: «Sólo los que intentan cosas absurdas son capaces de lograr cosas imposibles». En una misión así se meten los ciclistas. Escalan uno a uno los 380 metros del muro. Van directos al viejo cementerio de Mallona, el primero que tuvo la Villa. 'Aquí acaba el placer de los injustos y comienza la gloria de los justos', ponía en un placa. Consuelo. Ni placer ni gloria. Agonía. Sabor a sangre en la garganta. El piso se eleva al 19% sobre las ruedas que botan en las piedras. Es como subir una escalera en bicicleta. Varios turistas, especie creciente en Bilbao, sacan fotos a los ciclistas. Se extrañan. «¿Hay carrera?», preguntan. No. Aunque bien podría haberla. A la ciudad le sobran cuestas para montar la mejor de las clásicas. Arriba de las Calzadas, el grupo se detiene. Pereda saca una ronda de botellines de agua en el bar de enfrente. «Sólo el sufrimiento nos hace personas», dijo Unamuno. Si eso es cierto, este pelotón ciclista es hoy mucho mejor que ayer.

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