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«Los ojos siempre en la carretera. Sin mirar la rueda». Esa frase, en la voz de una madre o un padre, ha enseñado a andar en bicicleta a muchas generaciones de niños. Inmediatamente después, y tras unos cuantos titubeos, viene esa sensación única, inolvidable, ... de que la bicicleta forma parte de tu cuerpo. Volar a un palmo del suelo. Este artilugio sencillo formado por un manillar y unas ruedas nació casi perfecto. No ha sido fácil mejorarlo. Sea de carbono o de hierro, pese más o menos, tenga tres o 22 velocidades, regala la misma sensación de libertad. Eso sí, distingue a los fuertes de los débiles. Se ve en cada cuesta. Siempre hay alguno que vuela más alto. Pues bien, eso se ha acabado con las bicicletas eléctricas. Tienen un motor, oculto incluso, y una batería que ayuda en el pedaleo. Con los 250 vatios de potencia que proporciona la 'Orbea Gain', cualquier cicloturista, por blando que esté, puede subir Urkiola a la par de Chris Froome y Mikel Landa.
Ya no hay excusa para esquivar la Clásica Cicloturista Bilbao-Bilbao, que se acerca (el próximo domingo) e incluye cuestas como Andraka, Unbe, Morga y el Vivero. Las bicicletas eléctricas ha democratizado este deporte. Todos iguales. Pedaleo universal. Si Froome es capaz de mantener una potencia media de 400 vatios en un puerto, ahora todos pueden. Basta con que el usuario aporte unos 150 vatios, algo al alcance casi de cualquiera. Para comprobarlo, EL CORREO ha acudido a la sede de Orbea, en Mallabia. Allí espera una 'Gain', azul y blanca, con ruedas y cuadro de carbono. Chula. Jon Gantxegi, director de Producto de la firma, la sostiene. «Mira, pesa 11,3 kilos». Cuatro más que una bici normal de alta gama. Gantxegi sonríe: «Ya, pero no te vas a dar ni cuenta».
250 vatios de potencia máxima aporta el motor. Un ciclista profesional, a tope, hace una media de 400 en un puerto. La 'Gain' cuesta entre 1.999 y 7.500 euros.
24 de marzo, fecha de la Bilbao-Bilbao. La salida, entre las 8.00 y las 9.00 horas, desde el Puente de Deusto y la llegada, en la Gran Vía. Las inscripciones, en el Centro Zubiarte, desde el miércoles.
El peso apenas tiene influencia en el llano. Penaliza en las subidas y es ahí donde interviene el motor. ¿Y dónde está? Parece una bicicleta tradicional. El generador de potencia se esconde en el eje de la rueda trasera y la batería, en el interior de un tubo del cuadro. De hecho, lo único que llama la atención es el botón luminoso que, en el cuadro a un palmo del manillar, activa el mecanismo. Gantxegi explica el funcionamiento, fácil: «Pulsas una vez y el motor te da 50 vatios. Dos veces y 125. Tres y 250 vatios». El ciclista decide el grado de asistencia. Y si no quiere motor, pues lo apaga y rueda sobre una bicicleta tradicional. «Antes de probarla, muchos piensan que van a pedalear sin ejercer fuerza. Y no. Aquí haces deporte. Lo que pasa es que eres tú el que decide la intensidad. Con este sistema yo subo las cuestas a treinta pulsaciones menos», comenta. El motor suple la falta de entrenamiento o maquilla la edad.
La novedad ha tenido eco en el mercado. «Ya ha venido alguno a comprarle una a su mujer, para ir así juntos a andar en bici, y dos meses después vuelve a comprar una para él». Gantxegi acompaña a este periódico en el test sobre la carretera. Por las rampas de Trabakua e Ixua desde Markina. Un trazado exigente. Orbea optó por un motor suave, menos potente que otros, pero también menos intrusivo. Es como si el viento soplara siempre a favor. O como si una mano invisible te empujara cuesta arriba. El nivel de esfuerzo es cosa del ciclista. Si quiere subir relajado, deja que el motor le asista y haga buena parte del trabajo. Si prefiere forzarse, el motor le permitirá ir más veloz. Eso sí, a 25 kilómetros por hora el mecanismo se desconecta -a más velocidad, la legislación lo considera un ciclomotor-. Pero, ¿quién es capaz de escalar Urkiola a más de 25 por hora? Nadie. Ni Contador.
«Las bicicletas eléctricas son ideales para la orografía de Euskadi», defiende Gantxegi. Las montañas ya no serán el obstáculo. Si un cicloturista está harto de quedarse atrás cada fin de semana cuando sale a rodar con la 'grupetta' de su club, la bici con motor le donará la potencia que le falta. Soplará a su favor. Y le permitirá afrontar cuestas con las que no se atrevía o a las que ya había renunciado. Nadie será más fuerte; nadie será más joven.
Mientras Gantxegi desgrana las virtudes de la 'Gain' llegan las rampas exigentes de Ixua, la ladera vizcaína que sube al Santuario de Arrate, escenario de tantas batallas ciclistas. Pulsa el botón: verde (50 vatios). Se nota. Un cierto alivio. Pulsa de nuevo. Naranja (125 vatios). Ufff. La bici responde. Ayuda, y mucho. Pulsa por tercera vez. Rojo (250 vatios). Otro mundo. ¿Quién dijo que Arrate era un puerto de primera? El motor permite pedalear y hablar al tiempo. Y ponerse al nivel del acompañante. Y sudar si quieres a la velocidad de un profesional. Puedes ser lo que te apetezca, igual a cualquiera. Hasta te permite disfrutar a tus anchas del paisaje. Nada de ir encogido sobre el manillar con la mirada gacha, clavada en la rueda. La vista al frente, como en aquella primera pedalada infantil. Volver a volar.
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