Una bicicleta con nombre, 'La Espada'

José Miguel Echávarri, mánager entonces del equipo Banesto, había sido gregario de Jacques Anquetil, el maestro de las carreras contra el reloj. El mito galo, por supuesto, tuvo el récord de la hora. La prueba más cruel. Agonía gota a gota, pedalada a pedalada, durante 60 minutos. En los años noventa dos británicos, Graham Obree, con una bicicleta confeccionada con piezas de lavadora, y Chris Boardman, estirado hasta el límite en un postura a lo 'Superman', batieron la plusmarca. Echávarri quería que su gran obra, Miguel Induráin, pusiera su nombre en esa lista. Como Anquetil.

El corredor navarro ya tenía cuatro victorias en el Tour y dos en el Giro. Le faltaba «la guinda», como repetía Echávarri. La hora. En el documental, titulado 'La Espada de Induráin', se detalla el proceso que llevó al récord, a aquellos 53,040 kilómetros. Todo sucedió en apenas 19 días de preparación. Desde el final del Tour'94 hasta el 2 de septiembre. La fisiología deportiva se abría paso. El médico Sabino Padilla y el preparador Iñigo Mujika juntaron sus conocimientos. En Italia, Giovanni Pinarello diseñó una bicicleta de fibra de carbono para el intento. Dos fieles de Induráin, el mecánico Enrique Sanz y el masajista Vicente Iza, su sumaron al equipo.

Induráin doblaba a sus rivales en las etapas contra el reloj. El filo vertical de su enorme silueta partía el aire en dos mitades. A la 'Pinarello' del récord le pusieron 'La Espada'. Pero no era fácil meter la arquitectura física del navarro en las costuras de una montura así. Había que conjugar su potencia con la aerodinámica. Induráin era capaz de desplegar una potencia en el umbral láctico (antes de que la acumulación de lactato en la sangre desencadene una fatiga insuperable) de 505 vatios. Una barbaridad. Pero si se agachaba mucho sobre la bicicleta, los muslos le rebotaban en su enorme pecho. Boardman y Rominger, sus rivales en la lucha por el récord, eran más bajos y aerodinámicos; de goma. Induráin tenía que pelear contra el enemigo invisible, la resistencia del aire.

Y todo sin apenas preparación. Como recuerda Mujika en el documental, el ciclista navarro tenía ya 30 años y sólo había pasado diez horas en un velódromo. Tuvo que acostumbrarse en tiempo récord a las curvas de la pista, al piñón fijo y, lo más difícil, a ceñirse a la raya oscura sobre la tarima que marcaba el camino más corto. Cada desviación suponía centímetros recorridos en vano.

Las matemáticas y los ensayos determinaron que el desarrollo a utilizar sería 59X14. Y que Induráin podría resistir un hora a una velocidad media de 53 kilómetros. La marca de Obree estaba en 52,713. «Podemos tener un español que bata el récord de la hora, Miguel. Y ese eres tú», le animaba 'Perico' Delgado. Lo fue. Comenzó el reto acumulando algo de retraso. Estaba previsto. En el ecuador de la prueba ya rodaba en los tiempos de Obree. Y a partir de ahí, superó al británico y la barrera de los 53 km/h. Llegó crispado. Al desatornillarse de la bicicleta, apenas podía caminar. En la grada, Echávarri se emocionó. Induráin, su corredor, había alcanzado a Anquetil, su ídolo.