![Armstrong remueve su propio fango](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202005/20/media/cortadas/amstrong-remueve-fango-kyEG-U110232356866FCG-1248x770@El%20Correo.jpg)
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Las ediciones del Tour que van de 1999 a 2005, siete, no tienen vencedor. Agujero negro en la memoria ciclista. Las ganó Lance Armstrong y las perdió por dopaje cuando fue sancionado a perpetuidad en 2012. Ahora, con 48 años, sigue removiendo el fango. La ... cadena estadounidense ESPN emitirá el lunes un programa sobre él. Se titula 'Lance'. Y ya se conocen algunas de las declaraciones. «Empecé a doparme probablemente con 21 años», calcula. Eso fue antes de su título de campeón del mundo en Oslo'93 por delante de Induráin. En 2013 confesó que la farmacia estaba detrás de sus victorias en el Tour. Ahora estira ese pasado fraudulento hasta el inicio de su carrera. Otra dosis de fango.
Empezó con cortisona, un «combustible no muy poderoso». Luego vino su colaboración con el médico italiano Michelle Ferrari, desde 1995, y descubrió la EPO, «combustible para cohetes». También recurrió a la hormona de crecimiento en 1996, justo antes de caer enfermo. «¿Tuve cáncer por doparme? No puedo decir que no», sospecha ahora que ha perdido buena parte de su fortuna y todo el crédito deportivo. Aunque se resiste a ser decapitado. «No es excusa, pero todo el mundo lo hacía. Yo hubiera ganado igualmente estando limpio», asegura.
En 'Lance', Armstrong da su versión. «Mi verdad es la forma en que la recuerdo». La directora del documental, Marina Zenovich, va más allá y retrata una biografía forjada a través de la ira. Ambición, fama, dinero, mujeres, violencia... Sigue la línea de Juliet Macur, autora de 'La rueda de la mentira'. El libro comienza con una anécdota reveladora: Armstrong mandó trasplantar un enorme roble para colocarlo en la entrada de su mansión colonial. La operación le costó casi 200.000 euros. Sus entonces amigos bromeaban diciendo que lo hizo para demostrar que no necesitaba la ayuda de Dios para mover cielo y tierra. Se sentía todopoderoso.
Hasta inventó su historia, la del único hijo de Linda, madre adolescente y soltera. En realidad, Linda se casó con Eddi Gunderson, chico malo de Texas que se divertía robando coches. La familia Gunderson sí acogió a Linda y al crío. Fue ella la que se largó y conoció a Terry Armstrong, la antítesis del padre biológico de Lance. Terry, hijo de un predicador, era férreo. Inflexible. «Eres un perdedor», le repetía al chaval. Mal estudiante, Lance canalizaba su rabia a través de la violencia, bien regada con cerveza. Pendenciero, maleducado. Abusón.
Y dispuesto a todo. Combativo. Ese carácter indómito y su talento físico natural le hicieron brillar pronto en el deporte. Con 17 años ya era profesional del triatlón. Hecho a sí mismo en el molde del buen americano. Un tipo duro. En eso no ha cambiado. Defiende a los de su especie. Sigue hablando bien de Marco Pantani y le duele la decadencia de su gran rival, Jan Ullrich. En cambio, mantiene su desprecio hacia los 'débiles' que le acusaron o no se plegaron ante él. Odia a Floyd Landis, su antiguo mejor gregario y testigo clave en el proceso por fraude que le abrió la justicia estadounidense. «Mi vida ahora podría ser peor. Podría levantarme cada mañana siendo un trozo de mierda como Floyd». Sin sus siete triunfos en el Tour, sin fama, sin fundación contra el cáncer y sin la mayor parte de su fortuna, Lance sigue siendo Armstrong. Vuelve con más fango.
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