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El Tour en septiembre es otro. En Provenza ya han cortado la lavanda. Las montañas no tienen público, sin acceso por la pandemia. La Grande Boucle no es el principio de las vacaciones, sino que coincide con el comienzo del curso escolar. El líder, Alaphilippe, ... no pierde el maillot amarillo (ya es de Adam Yates) en medio de una pelea épica, sino por una sanción, porque ha cogido un botellín en los últimos veinte kilómetros, algo prohibido que le ha costado 20 segundos de castigo. Y, encima, en esta ronda gala de máscaras y geles, ya nadie se escapa. «No recuerdo una etapa sin fugas», rebobina Valverde. También se extraña el vencedor del sprint en Privas, Wout van Aert. «Ha sido la etapa más fácil de mi vida», confiesa el belga, el único ganador del día. Los demás perdieron. Deberían leer el libro más famoso de este deporte, 'El ciclista', del holandés Tim Krabbé: «Ser un buen perdedor es un insulto al espíritu deportivo. A todos los buenos perdedores se les debería prohibir participar en cualquier deporte».
En la salida de Gap se han reunido los condenados. «Hoy se va a llegar al sprint», repetían. Se han sometido a su propio pronóstico. Para los que pretenden el podio de París, era un día de tránsito. Tienen justificación, pero, ¿y los demás? ¿Dónde están los equipos que buscan eco mediático en el Tour, uno de los mejores escaparates el mundo? No han aparecido. Han asumido el veredicto. Todo tenía que acabar al sprint en Privas, 183 kilómetros más allá. Nadie ha atacado. Ni Valverde, que ronda los 40 años, recuerda algo así. A tanto ha llegado la falta de batalla que el premio de la combatividad han tenido que dárselo al pobre Wout Poels, que, con dos costillas fisuradas, sufría para no descolgarse en cada leve ondulación de la carretera.
Sólo el temor al viento, una vez cruzada la localidad de Montelimar, ha despertado de la siesta. Pero ni el aire, que también dormitaba, se ha presentado. El Ineos ha escudado a Bernal, el Jumbo a Roglic y el Bahrain a Landa. Sin más caída que el tropezón de Kuss, el pinchazo de Carapaz casi ha sido una bomba informativa. Así, la resolución al sprint ha sido obligatoria. Lo ha preparado el equipo Sunweb, que le tiene mucha fe a su pívot, Bol. Y lo ha ganado un ciclista abrumador, polivalente, dominador de clásicas y etapas contrarreloj, triple campeón de mundo de ciclocross, gregario entregado de Roglic y sensación en este reinicio de temporada, Wout van Aert. Ha sido su victoria más fácil. Nadie ha querido discutir por ella.
Van Aert nació en la ciudad del barro, Herentals. De allí es un mito como Van Looy y estrellas del ciclocross como Vervecken, su ídolo. Por su comunión le regalaron una bicicleta de mountain bike. Se apuntó con ella a una carrera de ciclocross y acabó segundo. En su pueblo, los niños juegan a la bicicletas sobre el barrizal. En su primer campeonato nacional juvenil se precipitó y, nervioso, tomó la salida antes del banderazo. Los jueces le descalificaron. Ofuscado, con lágrimas en la garganta, arrancó sin permiso en persecución de los otros corredores. En la segunda vuelta al circuito ya iba el primero mientras los jueces trataban de pararlo. Nadie puede parar a Van Aert. Ya es capaz de ganar casi todo y ya se empieza a plantear si incluso en el futuro podría aspirar al Tour. Si se lo ponen tan fácil como en esta quinta etapa...
Era una jornada defensiva. Temerosa del viento. Alaphilippe, Roglic, Bernal, Pinot, Pogacar y Landa sólo querían tacharla sin heridas. Pensaban en la siguiente jornada, la que terminará en el Mont Aigoual, una subida escalonada de más de treinta kilómetros. El Mont Aigoual apenas tiene historia, pero sí literatura. Es el escenario donde se desarrolla la novela 'El ciclista'. Tim Krabbé, el autor, hila la vida con el ciclismo a través del sufrimiento, la fuerza, el dolor, la ambición, la frustración... Así empieza: «Saco las herramientas del coche y monto la bicicleta. Desde las terrazas de los cafés, turistas y lugareños nos observan. No son corredores. El vacío de esas vidas me turba». El orgullo de ser ciclista.
El Mont Aigoual es en realidad la suma de tres puertos, el col de Mouzeres, de tercera; el duro col de la Lusette, de primera, y la suave cuesta que da nombre a esta montaña. En 34 kilómetros asciende 1.200 metros. A la espera de los Pirineos del fin de semana, el Tour eleva el listón para seleccionar a los candidatos al podio. Todos, como se vio en el día sin fugas, guardan energías. Cuenta Krabbe en su libro que Fausto Coppi se hacía subir en brazos las escaleras del hotel para no fatigar más los músculos tras la etapas. Luego, eso sí, azotaba las carreras con el ventilador de sus pedales. A Krabbe le gustaba Coppi. También Hinault. Y Bahamontes. Y, sobre todos, Ocaña, aquel campeón desesperado que no se rindió ni siquiera ante el verdugo de todos, Eddy Merckx. En etapas como esta se nota que los corredores de hoy no han leído a Krabbé.
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