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La selección española de baloncesto alcanzó ayer su undécima semifinal consecutiva del Eurobasket, la séptima en el contador de Rudy Fernández. Pudieron ser ocho, pero el balear se ausentó en 2017, cuando su físico incitaba a pensar que ya no daba para más. A ... su espalda carga con tres operaciones por sendas hernias de disco, infinidad de dolores, percances musculares, malas noches, rodillas mermadas, la todavía reciente (13 de mayo) y muy presente muerte de su padre, «el pilar» de su vida, y con el liderazgo de un equipo que parecía condenado a caminar un tiempo por el desierto tras la retirada de los Gasol.
El balear organizó una barbacoa en su casa al inicio de la concentración para hacer piña dentro de un grupo que ahora juega más a la Play que a la pocha. Prendió la llama del equipo en los peores momentos del encuentro contra Lituania y metió en temperatura al vestuario abroncándoles tras una nefasta primera mitad ante Finlandia, encajando 52 puntos en contra. «Cuando le estaba oyendo pensaba: 'Se está pasando'. Yo no he tenido que levantar la voz ni un decibelio, sólo decir cuatro cosas que tenía que decir para la defensa y el ataque. El impacto emocional ya lo había hecho él», contó Scariolo tras el partido. Al segundo español con más internacionalidades, a ocho de las 253 Navarro y bajando, le va la vida en ello, en competir.
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N. Fernández
El alero del Real Madrid lleva 22 veranos dedicados a la selección. Ya sea a las categorías inferiores o la absoluta. No conoce los problemas de elegir destino vacacional. Playa o montaña, verbena o discoteca. La elección de Rudy siempre fue ganar y ganar. Maquiavélico. Sin importar el cómo. En sus inicios, imberbe, con el pelo rizado, puro anotador, desde el perímetro o colgándose del techo de los pabellones, con una flexibilidad y una capacidad de salto sobresalientes para cazar los alley oop de Ricky Rubio y el Chacho. Inolvidable su mate a una mano en la final de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 delante de Dwight Howard, aquel al que llamaban 'Superman', o su infravalorado concurso de mates de la NBA en 2009.
Muchas noches de pirotecnia que se fueron al traste cuando el mal perder de Trevor Ariza le cortó las alas un 9 de marzo de 2009. Con 30 puntos de ventaja, el mallorquín se disponía a culminar un contraataque cuando el jugador de los Lakers le propinó un estacazo en pleno vuelo que le hizo abandonar la cancha en camilla y collarín. Le cambió la carrera. Principalmente porque le frustró su trayectoria en la NBA. Fueron cuatro años, pero ninguno como ese primero, al que llegó convertido en estrella tras formar parte de unos de los mejores Joventut de la historia, el que ganó la Copa en Vitoria, la ULEB y estuvo cerca de alzar también la liga en 2008.
Pero esa falta de Ariza creó un jugador diferente. «Cuanto peor, mejor para todos», que decía un expresidente del Gobierno con un trabalenguas con el que no iba mal encaminado. El Rudy de estadísticas anotadoras más pobres empezó a aglutinar acciones ganadoras sin necesidad de acabar en canasta. Sin muelles para saltar en vertical, se desliza sobre el parqué cada vez que un balón sin dueño tiene la osadía de querer botar fuera de la cancha. Juega de puntillas, siempre atento, anticipando el futuro, tapando líneas de pase que al pasador aún no se le han ocurrido y llegando a cualquier ayuda. Puro carácter y corazón.
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Iván Benito
Ante Finlandia, triples inverosímiles y mortales al margen, firmó cinco recuperaciones, lo que nadie había hecho nunca en un partido súbito de un Eurobasket. Cinco posesiones más, que pueden llegar a suponer 15 puntos más a favor y otros tantos menos en contra. Matices que la experiencia le ha ido otorgando a un Rudy que a nivel de clubes lo ha ganado todo con el Real Madrid. A los 37 años, sigue fresco y determinado, como si tuviera aún algo que demostrar. Con su padre siempre presente como motor emocional de una velocidad de pies y un instinto vertiginoso. «Ahora podré llorarte lo que te mereces», escribió tras conquistar la última ACB. Motivo por el cuál ahora es un libro abierto de emociones en cada comparecencia con la prensa.
Su incidencia del juego nunca ha dejado de ser importante. Ni en su debut en el Eurobasket de 2005, el único de los últimos once en los que España salió sin medalla precisamente tras caer en semifinales con la Alemania de Nowitzki, ni 17 años después. Venerado en su equipo y odiado en los demás por el sencillo hecho de arrebatarte lo que más quieres: la victoria. Llegó hasta a soportar un puñetazo de un aficionado en Kaunas. Su mera presencia infunde respeto a los rivales y da credibilidad en una selección en la que por su cabeza ya pasa disputar sus sextos Juegos Olímpicos en París 2024 y superar a Pau Gasol. Aunque su físico le pida una tregua. Capaz de ganar batallas después de muerto. «Está jugando el mejor campeonato de su vida», piensa Scariolo. El viernes tocará su séptima sinfonía. Su séptima semifinal.
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