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«No me jodas, ni una pizca de suerte en el último partido». Jesús Ramírez, asistente de Jaka Lakovic, esboza una sonrisa de resignación en cuanto cruza el túnel de vestuarios. Tras él llega el grueso de un RETAbet que deja el coso burgalés ... con el escozor de una derrota importante. Querían, necesitaban, los hombres de negro competir hasta el final de sus días y vaya si lo hicieron. Por mucho que lleven ya un par de semanas con la imposible digestión del descenso a cuestas, su nobleza, profesionalidad e integridad fueron los rasgos con que dijeron adiós a la peor temporada imaginable, aquella en la que un cúmulo de factores han llevado a la franquicia de Miribilla a cerrar catorce años de historia en la ACB.
Van desfilando los jugadores y no se percibe ni un solo rostro de relajación. Álex Mumbrú, héroe nacional en su despedida como jugador, lleva a su hijo Aleix en brazos mientras en el Coliseum retumba el coro con su nombre. Tabu llega reventado por lo que considera una derrota injusta. Hervelle se abraza deseando que «entre todos seamos capaces de arreglar todo esto». Pere Tomàs suma su segundo descenso y con los ojos húmedos da las gracias por todo. Salgado, que ha cumplido con la dedicatoria de su último triple en ACB, sigue siendo tan caballeroso que siendo él, posiblemente, el jugador más dañado por ver cómo se acaba el camino que él comenzó en León con el ascenso prefiere ceder hasta el protagonismo del sufrimiento a otros.
Acaba de terminar el partido y es cierto que ni en ese ejercicio de jugar por orgullo salió airoso. Remontó tras un comienzo titubeante gracias a la última hoja de servicio cumplida por su gran capitán, de nuevo sir Álex. Y acabó soñando con al menos un poco de dignidad en los guarismos cuando ganaba por siete puntos (73-80) antes de que entre su agobio físico, alguna mala elección, tres tiros libres fallados y dos decisiones no favorables de los árbitros rebobinara la cinta para sufrir en sus carnes un final tantas veces visto este curso. Cierto es que las cosas pasan por algo. Pero que la diosa Fortuna haya renegado como lo ha hecho de esta franquicia tampoco es normal. Aunque fuera en guiños superfluos, testimoniales. Algo que echarse a la boca para suavizar un trago tan amargo.
Al menos queda el consuelo de confirmar que la plantilla no se ha dejado nada en el tintero. Desde Lakovic y Ramírez acercándose a agradecer tanta «generosidad» en esta travesía del desierto a un plantel de jugadores en los que el gen competitivo, aciertos y errores en el lote, no ha brillado por su ausencia. Cierto que en ocasiones el juego ha desesperado y ha sido el causante, su déficit, del descenso. Pero ver en un choque sin trascendencia, que se empina de salida, pelear por cada posesión, cada uno con sus rasgos identificables, adivinar al técnico echando un rapapolvos a Rebic por una mala lectura en la jugada previa al descanso, no enterarse Mumbrú del homenaje que se le estaba brindando durante un tiempo muerto por estar inmerso en lo que se hablaba en torno a la pizarra... eso, posiblemente, también sólo pasa en un club tan distinto al resto, en la salud y la enfermedad.
BURGOS
90
-
86
RETABET
San Pablo Burgos: Fisher (7), López (12), Gailius (6), Thompson (16) y Huskic (11) -equipo inicial-; Cancar (9), Saiz (5), Schreiner (6), Barrera (7), Vega,Martínez (11).
Retabet Bilbao Basket: Tabu (13), Todorovic (12), Tomàs (8), Hervelle (8) y Thomas (4) -equipo inicial-; Mumbrú (26), Salgado (3), Redivo (6), Gladness (2), Hammink (2), Rebic (2).
Parciales: 30-21, 18-24 (48-45), 17-17 (65-62), 25-24 (90-86).
Árbitros: Peruga, Oyón, Mendoza. Eliminado, Devin Thomas.
Incidencias: Lleno en el Coliseum de Burgos, con 300 aficionados del Bilbao Basket
Según se acercaba el final es cierto que crecía una sensación extraña. Ganaban terreno los recuerdos. Había un buen puñado de gente que asistió a aquel ascenso en León, prematuro porque se produjo un viernes cuando la marea negra pensaba que se iría al cuarto partido la serie y había concentrado su esfuerzo en el posible choque dominical. «¿Te acuerdas?», es la frase más repetida. Se siente tristeza, por qué negarlo, hablando ya en pasado.
El crono vuela, aunque ambos equipos se lo toman tan a pecho que se meten en un tuya-mía de faltas y tiros libres como si de la victoria dependiera arreglar un campeonato. No tenía cura el de los vizcaínos y tampoco se apartaron de cierto grado de crueldad cuando en uno de esos lances Mumbrú falló dos tiros libres tras vivir un partido imborrable, con 29 de valoración tras 31 minutos en pista. «Pero si estás para seguir jugando», le dijo Alberto Codeso, asistente de Rafa Pueyo en el Bilbao Basket. Su silencio y la sonrisa delatan un sí. Fin de trayecto para un equipo, su gran capitán y, sobre todo, una afición memorable. En otras latitudes la tendrían en cuenta antes de encargar un entierro. Pero también en eso, aquí, somos diferentes.
Alex Mumbrú era anoche un hombre feliz y «orgulloso». Orgulloso de retirarse con 26 puntos en su cuenta particular, de «haber competido todos los partidos de la liga pese a perder algunos de ellos en los últimos segundos» y de haber pertenecido «a este equipo y a este club». «Nos ha faltado siempre una pizca de suerte», lamentó en su última intervención como profesional en una cancha de baloncesto. «Me voy sintiéndome jugador de basket» y, repitió, «muy orgulloso».
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