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Posiblemente haya pocos gestos tan revolucionarios para las angostas mentalidades talibanas como este tan sencillo: mientras Nilofar concedía la entrevista, su marido Ramish preparaba la ... comida. Se nota mucha complicidad entre los dos. A veces se abrazan cuando creen que no les ve nadie. Y al caminar juntos, con una cojera muy similar provocada por las armas de los fundamentalistas en conflictos antiguos, se agarran del brazo con enorme ternura.
Es difícil salir de su casa. Al terminar la conversación con Nilofar, Ramish ha puesto cuatro platos sobre la mesa de la cocina. De aquí no se va nadie sin comer. ¡Si son las cinco de la tarde! Se ríen. Tienen los horarios aún algo despistados porque han llegado a Bilbao la madrugada del domingo, a las tres de la mañana. Están como en una nube. «Comida afgana», vacila él sirviendo lacitos de pasta con pollo, tomate y cebolla.
Cuentan que, en realidad, el plato afgano por excelencia es el kabuli, que lleva arroz, zanahoria, carne y pasas. Les emociona hablar de su país. Hace sólo unos días vivían como con un cuchillo en el pescuezo, temiendo que en cualquier momento los talibanes fuesen a por ellos. Ahora están en una ciudad de la que nunca habían oído hablar, con un idioma que no conocen y en un piso de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado). Es un lugar sencillo. En el salón hay dos pequeños sofás grises, algún mueble de melamina y una televisión minúscula de marca Nevir. Tiene un aire a piso de estudiantes y están encantados ahí, aunque se parezca poco a su casa de Kabul.
No se puede revelar la ubicación de la vivienda. Pero sí que en el entorno más o menos próximo hay unas vistas de Bilbao muy espectaculares. Con la ciudad a sus pies preguntan si en aquella torre tan alta vive gente o es un centro comercial. Es Iberdrola. Ella explica que tienen que comprar algo de ropa porque todo su equipaje se quedó en el caos del aeropuerto de Kabul, donde silbaban las balas, había pánico y avalanchas humanas, y los barbudos tenían reacciones imprevisibles.
Pero como es domingo, está todo cerrado. «En Afganistán cuando cierra todo es los viernes. Es el día en el que jugaba al baloncesto». No se quita la sonrisa Nilofar en ningún momento. «Qué bonita es esta ciudad. Las montañas, tanto verde... Y qué buena gente». Se les ve agradecidos, abrumados. «Hemos tenido mucha suerte».
Para comprar una barra de pan tienen que ir al bar de abajo, el único sitio abierto. Les venden una chapata por dos euros. Se familiarizan con las monedas. «El gobierno nos ha dado dinero para comprar comida y tenemos que pedir todos los tiquets». Hacen las cuentas, se dan la mano para cruzar la calle y vuelven a casa. Aún les cuesta un poco encontrar el interruptor para dar la luz en el portal e ir al ascensor.
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