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El genio de la lámpara es esloveno
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No sorprende que Luka Doncic asombre. Sí la precocidad con la que impera en la NBA después de reinar a una edad todavía juvenil en el baloncesto europeoSecciones
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No sorprende que Luka Doncic asombre. Sí la precocidad con la que impera en la NBA después de reinar a una edad todavía juvenil en el baloncesto europeoComo encima del primer párrafo reza 'Análisis' y se entiende que cuanto va debajo es un artículo del que se responsabiliza quien lo firma, allá voy. Llevo tan mal la presidencia insólita de Donald Trump (no confundir con el simpático y gangoso pato), aunque no ... tan extraña teniendo en cuenta la mentalidad de amplias capas sociales estadounidenses en el vasto Medio Oeste, como algunas cursilerías de allá que parecen ya un lema de reiterado cumplimiento en cualquier declaración pública. «Su límite es el cielo». Que levante la mano con la vergüenza correspondiente quien no haya escuchado semejante frase varios centenares de veces en manifestaciones post-partido de profesionales del tenis, el golf… o el mismísimo baloncesto. Pues creo que no me queda otro remedio que envainarme la lengua porque semejante y estereotipado cliché se ajusta perfectamente a los hechos consumados de Luka Doncic. Y ya, para sonrojarme del todo, añado de mi cosecha y letra que el genio de la lámpara es esloveno.
A ver. El fenómeno criado en la cantera del Real Madrid no ha aparecido de forma inesperada, a la chita callando y sorprendiendo desde la espalda. Lleva tiempo dejándose los nudillos en la puerta recia de la NBA después de abandonar Europa a una edad aún juvenil y con una Euroliga bajo el brazo. No te pido que me lo mejores. Iguálamelo, que diría un amigo de 'tees' y de 'greenes'. Hace pocos días el chico -lo siento pero tiene veintiún años- ya firmó 34 puntos, 20 rebotes y 12 asistencias en la burbuja de Mickey Mouse frente a Sacramento. Pero es que, al modo de una subasta, ha elevado su propia apuesta con un 36+14+19 contra ese Milwaukee de Antetokounmpo que nos tiene subyugados. Vale que ambos triunfos texanos requirieron sendas prórrogas y que el libre albedrío que gastan al otro lado del Atlántico para medir los pases de canasta conviene tomarlo con el generoso baremo de la generosidad asistencial. Pero nada ensombrece las hazañas de un tipo que convierte lo extraordinario en cotidiano.
Que en el cuerpo, ahora muy mazado de Doncic, cabía un fenómeno estaba fuera de toda duda. O escrito de otra forma, no sorprende que asombre. Sí la precocidad con lo que lo ha conseguido después de coronarse en el Viejo Continente a la edad que otros usan para acabar el Bachillerato. ¿Mérito suyo? Todo, pero compartido porque allá, en el estado de la estrella solitaria, cayó en el hábitat idóneo. Complicado de explicar y sencillo a la vez, no crean. Luka, tipo de ética deportiva intachable, ha aportado cuanto estaba en sus manos de mago por cuajar, más pronto que tarde y a lo grande, en el campeonato norteamericano. Une evidencia que ni siquiera admite debate. Pero también habremos de convenir que su paracaídas se posó en el ecosistema perfecto. Unos Mavericks de su siempre ilusionado propietario Mark Cuban en reconstrucción, dotados de estabilidad en el banquillo a través de la permanencia de un Rick Carlisle que compara a Doncic con ¡Larry Bird! y en el ocaso de una figura muy estelar.
Hablo de Dirk Nowitzki, naturalmente, el alemán de oro que pasó de la Segunda División germana a Dallas sin escalas previas para encumbrarse -él y la franquicia a su 'fade away' agarrada- hasta obtener nada menos que un anillo. El teutón ejerció en su última campaña de mentor del monstruo esloveno y qué poco tiempo ha gastado el delfín en 'olvidar' (pongan comillas triples y gruesas, por favor) las dos décadas de don Dirk en Texas. Un formidable maestro de ceremonias para la propulsión del alumno más aventajado.
P.D.: Por cierto, vuelvo a reivindicarme como articulista de opinión para añadir que en esos Mavericks de Luka juega un tal Porzingis, gigante en todos los sentidos que los Knicks volvieron a desperdiciar en su antepenúltima torpeza. Dios, qué cruz tan pesada portamos los seguidores de Nueva York envueltos en un paño empapado de lágrimas.
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