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Los Lakers han recurrido a la fórmula irrebatible del acoso y derribo para hollar la cima histórica de títulos de la NBA (17) que ahora comparten con sus archirrivales Celtics. Y han cumplido la labor en el nombre de Kobe. El equipo del 'glamour' ... angelino acaba de reventar la burbuja de Orlando, el líquido amniótico donde se ha conjurado para deparar al formidable escolta fallecido en enero el homenaje póstumo que se merecía un jugador legendario. No hubo partido en el desenlace de una serie, por lo demás, apasionante frente a unos Heat admirables, conmovedores y aplastados en la última entrega por la energía de un campeón insaciable y físicamente muy superior.
El 82-46 del minuto 33 ahorra debates estériles. De ahí en adelante Miami sacó del armario el estuche del maquillaje y se aplicó ungüentos y afeites sin parar. Justo para un grupo que ha combatido con sumo orgullo y en pie desde su inferioridad presunta y real. El grupo de Frank Vogel, quizá sorprendido por las dos victorias rivales a lomos de un Butler superlativo, levantó la muga a las especulaciones y el término de las hostilidades desde el principio del 'duelo' final. Trabajó su aplastante victoria, pese al edulcorado marcador definitivo (106-93), desde el comienzo mediante una vitalidad insoportable para las huestes de ese gran técnico que se apellida Spoelstra.
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Varias claves resumen el sometimiento abusador del grupo que comanda el Rey LeBron. Empezando por él mismo, autor de tres transiciones supersónicas en los minutos iniciales con la potencia de una manada de búfalos en estampida y esa lectura del baloncesto que mejora cada campaña. Los Lakers edificaron el triunfo desde la defensa, esa táctica que rinde beneficios múltiples porque además de contener la anotación del rival procura canastas fáciles. A la carrera se escapó el equipo de Los Ángeles, que aprovechó las recuperaciones para salir al galope como si no existiera un mañana. O sea, un séptimo y peligroso partido.
Debió pensar Frank Vogel, entrenador campeón superado desde el otro banquillo en la serie, que las cornadas sucesivas de Butler no podían continuar ni un cuarto más. Así que mandó a sus hombres a hacer la vida imposible al formidable alero, ayer abrumado y mecido por el cansancio ante las vigilancias extremas y los 'dos contra uno'. Sin el faro que acerca los barcos a las costas de Florida, tampoco aparecieron los actores de reparto que habían contribuido al éxito de los Heat. Unos fuegos artificiales de Robinson al principio, los puntos encadenados del pívot Adebayo con la soba ya encima y paremos de contar.
Enfrente no había manera de contener las cabalgadas sin perdón de un tren de mercancías que contacta y noquea (James), las aportaciones del estelar Davis, los fogonazos luminiscentes de Caldwell-Pope y, por encima de todos, la sensacional actuación de Rondo. Sí, el único tipo -y miren que es raro- capaz de ganar anillos con los Celtics y los Lakers. Héroe o traidor, despende la orilla desde la que se le divise o el cristal con que se le mire. El base cuajó un encuentro soberbio como ejecutor, firmante de maravillas en las penetraciones al aro y al volante de un equipo lanzado que hubiese podido jugar durante tres horas seguidas.
Cuando Spoelstra sentó a Butler física y mentalmente destruido a falta de dos minutos enarboló el cuadro de Miami la bandera blanca que venía alisando toda la noche. Poco después retiró su colega al dúo LeBron-Davis y esta final que se preveía corta terminó con la dignidad de los Heat incólume pese a la paliza del sexto partido. Franqueó el paso a la historia por la que los Lakers comparten sitio en la cumbre y recordó la memoria imperecedera del enorme Kobe Bryant.
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