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En la tradición católica hay un apartado para glorificar ciertos jueves del año que relucen más que el sol: el de Semana Santa, Corpus Christi y la Ascensión. Pues la NBA, dentro de su calendario, cultiva dos jornadas fundamentales y aprovecha para programar en ellas ... los partidos máximos: Navidad y la fecha que conmemora la digna valentía de Martin Luther King para defender los derechos civiles.
En ambas se han disputado las secuelas de las tres últimas finales, o sea enfrentamientos entre Cleveland y Golden State. Y las dos, pese al empeño loable de los Cavaliers, han concluido con sendos triunfos de los Warriors. Hay equipos que pisan la tierra, otros casi angelicales y luego, por encima, figura el campeón de 2015 y 2017. Pilar Miró rodó ‘Gary Cooper, que estás en los cielos’ y a uno se le ocurre que el legendario actor que vivía solo ante el peligro comparte urbanización allá arriba con el club de Oakland.
Con medio campeonato jugado resultaría lógico ver a ambos conjuntos al mando de cada conferencia. Pero sólo Golden State cumple su parte del trato. Cleveland, en cambio, defrauda al marchar tercero del Este y nada menos que séptimo en toda la NBA. Le superan –además de los consabidos Warriors– Boston, Houston, Toronto, San Antonio y Minnesota.
Y todos los indicadores vaticinan una caída libre mientras la tropa de LeBron James no idee modos de detener su descenso a la mediocridad. El cuadro de Ohio salió apalizado recientemente del único destino canadiense y viene de perder (108-118) frente a su archirrival del último trienio. Los Cavaliers forman un grupo maleducado si por ello se entiende la incapacidad para comportarse con decoro fuera de casa.
Imaginen a un invitado que sube los pies a la mesa y se pasa la tarde eructando. Es el único de los candidatos que pierde más que gana como visitante y sólo muestra las hechuras de los grandes al calor de su público. Hasta que llegaron los Warriors, claro, y escribieron el punto final a la racha adversaria y el seguido a la propia.
¿Cuáles? Pues la que acreditaba trece victorias consecutivas del ‘bloque’ de Ohio en su pabellón hasta la derrota ante la orquesta sinfónica que capitanea Kevin Durant y la manía californiana de seguir también en sus trece. Justo el número de éxitos encadenados como turista. Cleveland, iba a escribir el equipo de Tyrone Lue aunque me he arrepentido a tiempo porque el técnico pincha poco y corta menos, aguantó con gallardía hasta el descanso, pero se licuó por el fuego del engranaje que dirige Steve Kerr en el tercer cuarto.
Ahí cabe hablar de un hombre concreto y de un conjunto mayúsculo. Sí, Durant es ese jugador extraplanetario dentro de un grupo soberbio, uno de los baloncestistas que mejor aúnan eficacia y elegancia desde el puesto de alero alto. Y los destrozos sutiles de Golden State pueden equipararse al efecto de una ventana abierta en día de vendaval. De pronto entra una ráfaga y manda a hacer puñetas todo el orden establecido. Apenas necesitaron nada los Warriors, algo del empeño defensivo que venían racaneando y su célebre puntería, para explicar de manera clara a los Cavaliers que hasta ahí habían llegado.
La gran diferencia radica en la fluidez. Mientras la pelota viajaba grácilmente anteayer de unas manos californianas a otras –incluso en una jugada malabar que más parecía el control, la colocación y el remate del voleibol– el cuadro local se estampaba con la impotencia que genera una canasta de dieciséis intentos al comienzo del último cuarto. Tal vez sólo Celtics y Rockets se aproximan a la espontaneidad, trabajada en el primer caso y natural si nos referimos al segundo, del equipazo de Oakland.
Un repaso a las estadísticas deja en un renuncio a Cleveland, ampliamente sobrepasado en su conferencia también por los Raptors. Golden State lidera la Liga en puntos, asistencias (baloncesto colectivo) y porcentaje de todo; le sigue Houston y Toronto en anotación; y nadie recibe menos en su aro que San Antonio y Boston. ¿Los Cavaliers? Mal, gracias. Sólo cinco escuadras permiten que los adversarios horaden más el aro que el ejército desmadejado del rey LeBron.
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