El reino de las tinieblas… y de la luz
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La pavorosa lesión de Hayward rebaja las expectativas de unos Celtics que le disputan a Cleveland el duelo inaugural de la NBACinco minutos y quince segundos se llevaban jugados en el partido inaugural de la NBA. Gordon Hayward, uno de los grandes actores del mercado estival con su traslado de Utah a Boston, finta una recepción fuera de la zona, vuelve sobre sus pasos, abre ... la puerta de atrás que trataba de guardar Jae Crowder y recibe la pelota arriba.
LeBron, el eterno James, advierte el movimiento y acude a la ayuda para taponar. El protagonista involuntario y maldito cae con todo su peso encima del tobillo. La imagen estremece. La pierna por un lado y el pie, desobediente, en la dirección contraria. La televisión enfoca al banquillo de sus rivales Cavaliers, cuyos horrorizados componentes huyen como si hubieran visto de frente al mismísimo Satanás.
La estampa es grotesca, conmueve y asusta al público congregado en Cleveland, a compañeros y adversarios. El espanto anida en las caras de los espectadores que se las tapan con la camiseta, de baloncestistas que se llevan las manos a la cabeza. Todo un pabellón angustiado, con el ánimo encogido. Crowder mira sin ver, a Jalen Rose se le humedecen los ojos, Dwayne Wade representa la tristeza en cuclillas, los componentes de los Celtics forman el gigantesco círculo del abrazo y LeBron consuela de corazón al hombre gravísimamente lesionado. El parte médico posterior confirma la fractura de tibia.
Sobre los fichajes del fabuloso base Kyrie Irving, llegado precisamente de Ohio, y del completo alero Hayward pretende Boston un nuevo asalto a la cumbre que va en el código genético de su admirable historia. Y de pronto, en el infinitesimal momento de pulsar un interruptor, el club del orgullo irlandés parece condenado a sumirse en las tinieblas. En lo que dura un parpadeo se van al garete veintidós puntos por noche y toda una jerarquía desde el puesto de ‘tres’ con la que redondear un plantel bueno y ambicioso.
Los pronósticos de esta campaña aventuraban una cerrada pugna entre Cavaliers y Celtics por el cinturón pugilístico del devaluado Este. Y en la duración mínima de un parpadeo, las predicciones de las agencias de calificación deportiva rebajan el valor del conjunto de Massachusetts. De retar al ejército del mariscal James a disputar la plata con Washington y Toronto. Bueno, ya veremos, que como el mismo Boston se encargó de demostrar al regreso de los vestuarios –y una vez ‘digerido’ el pavoroso contratiempo de su alero titular– queda la fidelidad a su leyenda. Compitió como lo hacen los cuadros grandes con sello de autenticidad.
Los Celtics forman un grupo sólido muy bien adiestrado por Brad Stevens, técnico con el que se reunía precisamente Hayward tras coincidir en Butler, universidad pequeña a la que ambos condujeron hasta el pórtico de la gloria. Ocurre a veces que un equipo no se encuentra a la altura del club que representa. En ocasiones, incluso sucede lo contrario.
Pero en el caso del trébol verde y la herencia irlandesa, entidad y escuadra se igualan por arriba. Se trata de una franquicia ejemplar y de valores eternos que encarnan muy bien sus jóvenes jugadores y veteranos respetuosos con las tradiciones. Tan cierto como que Boston padeció un estado de ‘shock’ desde la espeluznante lesión hasta el intermedio es que el segundo tiempo debe inflar el pecho de los seguidores célticos.
Entre el 60-42 del minuto 26 y el 88-92 del 44, el equipo del TD Garden –el relevo del Garden de toda la vida– se inoculó autoestima compuesta de números y sensaciones. Un parcial de 28-50 que acercó el mismo milagro zanjado por el de siempre. Llámenle James, aunque no se apellide Bond.
La muchachada de Stevens basó su reacción en la viveza defensiva y las consiguientes transiciones verticales, en el uno contra uno del pequeño pero fortísimo Marcus Smart ante Kyle Korver, en el ya presente y esplendoroso porvenir del inteligentísimo alero Jaylen Brown con sólo una temporada de experiencia en la NBA… Aquí conviene una aclaración a pie de página. La muestra de empeño, voluntad y arrojo visitante se produjo mientras el rey LeBron descansaba en el banquillo. Con su reingreso aún hubo emoción de la buena, pero su enésimo recital de hombre-orquesta (29 puntos, 16 rebotes , 9 asistencias), su clarividencia adelante y los tapones atrás impidieron (102-99) que el rival de las tinieblas lo cegara con su luz.
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