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Australia es una potencia mundial de la tronza. No pienses mal. Como los vascos (que también) son unos hachas a la hora de cortar troncos. El dato no es baladí. Lo recordarás durante la semifinal de este viernes (10 horas) entre los Boomers y España. ... Boomers, por cierto, (otro dato útil para comentarlo en el café) es el apodo de los australianos y significa canguro. Sí. Es símil del lenguaje callejero. Boom, boom, boomer. Si no lo pillas, salta.
Todo esto viene porque la España de Scariolo se juega contra la potente y talentosa selección oceánica el regresar a una final de la Copa del Mundo. Solo ha estado en una, la que ganó en 2006. La de este año, aunque pueda no parecerlo, está quizá más cara que aquella.
¿Por qué? Básicamente porque la última vez que la Familia se enfrentó a Australia fue en la lucha por el bronce de los Juegos de Río (2016), entonces se les ganó por un punto (89-88) y gracias y esta Australia es mejor aún que aquella. Les falta su superestrella, Ben Simmons, y ni lo notan. Lo cierto es que el de los Sixers nunca les ha acompañado desde que se hizo adulto. Tampoco lo necesitan. Tienen cuatro campeones de la NBA y uno de Euroliga en sus filas.
Patty Mills
Patty Mills es un jugón. Un killer. Un tipo de 182 centímetros capaz de tumbar torres con su velocidad y los puntos que se le caen de las manos. Con 22,2 puntos de medio es el mejor anotador de todos los jugadores que quedan en la Copa del Mundo. El más australiano de una selección con orígenes más diversos que un pleno general de la ONU (lo que es muy bueno) es el tercer nativo australiano que llega a vestir la camiseta nacional. La lidera con absoluta jerarquía. La que le da el respaldo público que recibe en la NBA por parte de su entrenador en los Spurs. Popovich se deshace en halagos hacia un tipo que fue campeón en 2014, en un rol menor, cuando los texanos presumían de tener en plantilla a Duncan, Ginobili, Parker y Leonard. Antes había jugado en los Portland Trail Blazers. Tenía los mismo pocos minutos que Rudy Fernández y se hicieron amigos compartiendo banquillo.
Andrew Bogut
Pívot de corte y juego clásico. Un hombre que controla la zona por lo civil o por lo criminal. Por talento (lo menos) o por fuerza (lo más). Será más que interesante ver su duelo con Marc Gasol, que seguramente lo arrastrará hacia el perímetro para dejar espacio a las penetraciones del resto de jugadores españoles. Bogut también tiene un anillo de campeón de la NBA. Lo ganó en los Warriors rodeado de unos chavales que algo saben de eso de meterla: Curry, Thompson, Igoudala. Green...
Matthew Dellavedova
Es tan guapo y elegante en la pista como controvertido como jugador. Su currículo lo avala. Campeón con Cleveland en 2016. Un ídolo en la capital de Ohio. Buen tirador. Defensor notable. Quizá ahí está el debate. Dellavedova tiene la intuición de colocarse siempre en el foco de la foto. Parece omnipresente. Unos, los más, opinan que se debe a que es muy buen defensor. Otros, sus críticos, lo consideran una casualidad. En cualquier caso, mejor no quitarle el ojo de encima. Su anillo lo ganó LeBron solo contra el universo, pero había que estar allí.
Aron Baynes
El secreto de una buena tronza es que los dos extremos se muevan al mismo tiempo. En la zona australiana, Aron Baynes es el encargado de que no se noten los descanso de Bogut. Percutir, percutir y en caso de duda, golpear. Uno de esos chicos que ayuda a ganar campeonatos, aunque nadie se lo reconozca. Su anillo de la NBA es el mismo que el de Mills. Él también estaba en aquellos míticos Spurs que se impusieron a los Miami Heat de James, Wade y Bosh.
Joe Ingles
Joe Ingles lo hace todo bien. Es cierto. Lo demostró en el Barcelona, donde jugó con Satoransky, la estrella checa, y en el Maccabi, con el que se llevó una Euroliga, antes de marchar a la NBA. Allí, a su ritmo, como que no hace nada, destroza rivales. Los machaca física y psicológicamente. El año pasado, se hizo viral un vídeo en el que anota un triple tras avisar a su defensor de que lo va a tirar. Recibe abierto en el lateral. Hace como que finta, pero aprovecha el impás para gritarle al rival: «Me la voy a tirar. En serio, atiende que me la tiro». Seguido se escuchó el swosh del balón atravesando la red. En los cuartos, contra Chequia (es el momento de la foto) forzó una falta de un rival (pudo ser Auda) y recorrió media cancha hasta donde estaba Satoransky para desplegar su genialidad en el 'trash talking'. Bli, bli, li desde el primer cuarto. Sin piedad.
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