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Kobe Bryant dejó el baloncesto hace cuatro años a su manera. El Frank Sinatra de la canasta apagó las luces de una carrera brillante con 60 puntos ante los Jazz. Lo hizo sin despeinarse, con 37 primaveras en el cuerpo, que moldeó en las pistas ... y lo volvió tan escuridizo que nadie fue capaz de cogerle. Defender a la leyenda de los Lakers era una tortura, poco menos que una misión imposible que hacía tragar bilis a sus guardianes. Parar al mito constituía un reto mayúsculo y él disfrutaba de su superioridad. Ponía de pie a pabellones enteros y escribía historia con el balón. Unos le odiaban y otros le idolatraban, pero nadie ponía ningún pero a su baloncesto. Un baloncesto estiloso, a veces provocador, descarado, cargado de liderazgo y de asunción de responsabilidades. La mano podía fallar, estrellarse contra el aro, pero la muñeca no temblaba. Jamás. Era un elegido y se comportaba como tal, como una estrella.
Nacido en Filadelfia, Bryant nunca escondió su admiración por Michael Jordan. Quería ser como él, significar lo que significó él y hacer historia en la NBA. «Voy a ser el mejor jugador del mundo», dijo cuando aterrizó en Los Ángeles Lakers, equipo de su vida y franquicia con la que ascendió a los altares de la competición. De niño veía a Jordan por la tele y le imitaba, sus tiros, sus gestos, la manera de liderar a los hombres que tenía a su lado. Le encantaba cuando el de Brooklyn sacaba la lengua a sus rivales, cuando les provocaba, una manera de decirles que era mejor que ellos y que ellos lo sabían. Bryant construyó su estilo propio, su forma de decir al mundo que no había nadie como él, era arrogante y altivo, pero sobre todo era un genio con el balón en las manos. Cuando lo tenía hacía magia y lo imposible se volvía real.
Tuvo hambre desde que nació y se comió el mundo en un par de bocados. Debutó en la NBA con apenas 17 años e hizo su camino, un camino de leyenda que sembró de éxitos individuales y colectivos. Le apodaron la 'Mamba negra' porque su picadura era mortal, veneno puro que paralizaba a sus víctimas y aceleraba el ritmo de Los Lakeres. Ellos, los chicos de amarillo, bailaban al son de su música. Sonaba celestial en manos de un hombre que desafiaba la lógica y la ley de la gravedad. Con los californianos, Bryant ganó cinco anillos (2000, 2001, 2002, 2009 y 2010) y fue 18 veces al 'All Star'. Durante dos décadas pateó las canchas de la mejor liga del planeta y se hizo con el respeto del deporte de la canasta, que le abrió las puertas de la eternidad. Cundo colgó las zapatillas lo hizo como el cuarto máximo anotador de la NBA con 33.643 puntos, solo superado por Lebron James, Kareem Abdul-Jabar y Karl Malone. Promedió en sus 20 temporadas 25,4 puntos, 4,7 asistencias y 5,4 rebotes. Dos oros olímpicos con la selección de Estados Unidos embellecen su impresionante vitrina.
Kobe Bryant se inventó tiros propios, se convirtió en una máquina letal de jugar al baloncesto y fue un líder. A veces incomprendido y hasta contestado, pero jamás dejó de estar en el frente. Amigo personal de Pau Gasol, con el que ganó dos anillos (2009 y 2010), fue capaz de anotar 81 puntos a los Toronto Raptors. La 'Mamba negra' jamás descansaba y se alimentaba de éxitos, de desafíos. Un accidente de helicóptero apagó su estrella, que desde hoy brilla en el cielo. Allí también querrá ser el mejor.
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