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El desenlace de la final europea condensa perfectamente el aura que desprende el Real Madrid y acrecienta la leyenda paranormal de su base menorquín. Porque la canasta de Llull, la única que consiguió en el partido a tres segundos de concluir un duelo emocionante y denso, resume el gen competitivo de la Casa Blanca y el gusto del base-escolta balear para resolver duelos del máximo nivel con parábolas inauditas y números más propios de una pista circense.
Hay que reconocer al conjunto merengue que su código genético le induce a no arrojar la toalla desde la esquina del cuadrilátero aunque el oponente le meta puños y amenace con derribarlo sobre la lona. Así pareció en el minuto 32 (68-61) cuando un tiro del formidable Vezenkov abría con fórceps una sima demasiado ancha. Al menos desde la perspectiva de un segundo tiempo desarrollado según los cánones de anotación baja que imprime la defensa imperial del Olympiacos. Pero una vez más, y van tantas que la memoria apenas acierta a contarlas todas, el banquillo que ahora ocupa Chus Mateo se encomendó al oficio viejo de sus ilustres veteranos.
Olympiacos
Walkup (0), Canaan (21), Papanikolau (6), Vezenkov (29) y Fall (0) -quinteto inicial-, Sloukas (6), McKissic (14), Larentzakis (0), Bolomboy (2) y Black (0).
78
-
79
Real Madrid
Williams-Goss (9), Hanga (2), Musa (6), Ndiaye (3) y Tavares (13) -quinteto inicial-, Sergio Rodríguez (15), Llull (2), Causeur (11), Rudy Fernández (3), Hezonja (12) y Randolph (3).
Parciales. 24-17, 21-28 (45-45 en el descanso), 18-14 y 15-20.
Árbitros. Sasa Pukl, Gytis Vilius y Mehdi Difallah.
Incidencias. Lleno en el Zalgirio Arena con casi 6.000 griegos en las gradas.
Ya lo había hecho en el segundo acto, cuando Chacho y Hezonja, acompañados por Rudy, revirtieron la primera caída al abismo. Porque el 24-12 a favor del bloque griego en el minuto 9 presagiaba la confirmación del líder de la fase regular como mejor equipo del campeonato en la tarde del juicio final. Y también a la hora en que los relojes cantan las verdades, cuando esa fuga roja con aspecto casi definitivo al inicio del último cuarto requería la responsabilidad y el arrojo de líderes pisando el parqué.
Y se presentó voluntario el genio tinerfeño de la lámpara maravillosa. Sergio Rodríguez siempre viene a jugar, como los participantes de los concursos televisivos. Y a ese modo lúdico de entender la vida le añade el rigor que procuran los tipos con solera. Baloncesto bonito, sí, pero sobre todo bueno en los encuentros sin retorno. Chacho se adueñó del guion pese a la atenta vigilancia de Walkup, reeditó su sociedad ilimitada con Tavares -incómodo el caboverdiano que nunca defrauda por el empeño físico de Fall- y resolvió por su cuenta y riesgo cuando le creyó oportuno.
El base canario clamó a sus aliados que el Madrid nunca se rinde. Respaldado por los triples de Causeur, otro que no entiende de encoger la muñeca zurda, transformó los apuntes de desesperación en la enésima muestra blanca de fe. Tanto como que un tiro exterior del tinerfeño más allá del arco, ya en el último minuto, estrechó la distancia (77-78) a la mínima expresión.
Doce segundos hasta la bocina del rompan filas y en eso que irrumpe en escena el fijo-discontinuo. Lo primero porque Llull aparece en muchas fotos de júbilos madridistas. Lo segundo teniendo en cuenta que sus presencias sobre la cancha son cada vez menos frecuentes, aunque con él nunca cabe hablar de intrascendencias.
Cuando todo el mundo vigilaba el posible 'gol' del propio Rodríguez, su tuya-mía en las alturas con Tavares o los dardos de Causeur o Hezonja, la pelota quedó en las manos del menorquín. Bote a diestras, el gigante Fall estira su brazo hacia el cielo para nublar la vista del escolta y las opciones merengues y en esto que el balear se saca de la chistera del prestidigitador otra de sus célebres parábolas con ese arco elevado de catedral. Y el Madrid, tercero de octubre a mayo, levanta el trofeo ante la mirada de un equipazo. Porque el Olympiacos, durante seis meses largos y en buenas fases de la final, demostró su cuajo, poso, alternativas y esa seriedad atrás que recuerda a los ceños fruncidos.
Pese a la racanería del marcador hubo abundantes detalles de partido grande en el imponente Zalgirio Arena poblado por la entusiasta afición de El Pireo. Desde el talento de hombres concretos hasta el uso del campo como un tablero rectangular de ajedrez. El cuadro de Giorgios Bartzokas, nombrado mejor técnico de la Euroliga, vivió toda la tarde de su férrea y trabajada defensa individual que limitó las catástrofes naturales que acostumbra a ocasionar Tavares. Y adelante, del jugador más valioso del torneo (Vezenkov), de las penetraciones verticales de McKissic y del tiro exterior de Canaan, quien ante la muy utilizada defensa zonal madrileña 2-3 con la que aseguraba el rebote y protegía a su rascacielos, aprovechaba los despistes de Musa desde las esquinas.
Un gran bloque griego que flirteó con el triunfo más tiempo que su triunfal oponente. Pero el oficio de los veteranos merengues, el don de Chacho para crear y divertirse y el último milagro de Llull acrecentaron la leyenda ganadora de la Casa Blanca.
Barcelona y Mónaco disputaron tres horas antes del duelo definitivo el encuentro por el tercer y cuarto puesto que ningún protagonista quiere jugar. Aunque el equipo del Principado puso bastante más empeño que un Barça tristón hasta el descanso que, al menos, se aplicó algo más a la vuelta de los vestuarios. Curiosamente, el cuadro de Sarunas Jasikevicus calcó el mismo marcador en la derrota que en su semifinal del viernes contra el Real Madrid. El grupo catalán, que abandona Kaunas como último de la 'Final Four', cedió otra vez por 66-78 ante el que entrena Sasa Obradovic. Mirotic, la gran decepción ante el rival merengue, fue ayer el máximo anotador con 15 puntos. Mientras que Strazel, que metió 14, lideró el ataque de la escuadra monegasca.
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