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Javier Añua sentía que no debía parar. Acababa de ser despedido del equipo que prácticamente había creado. El viaje desde la Tercera división hasta la Recopa de Europa no podía concluir ahí y se marchó a Nueva York. El técnico vitoriano se alojó ... de primeras en el peor hotel de Brooklyn. Era barato pero insalubre por mucho que la orquesta de Dámaso Pérez Prado amenizara a las cucarachas tocando mambos por las noches. Enseguida Johnny Mathis, ex del Kas que jugaba en la ABA, se pasó a saludar al técnico vitoriano. Se llevó tan mala impresión nada más pisar el umbral del hotel, que se lo llevó de allí para alojarle en el New Yorker de Manhattan. A tiro de piedra del Madison Square Garden y lo mejor, el precio inigualable de 17 dólares la noche. Le instalaron entre las habitaciones de Levern Tart, grandísimo golfo y enorme anotador de los New Jersey Americans de la ABA, y la de Dick Barnett, serio jugador de los Knicks y tremendo tacaño.
Tart atesoraba calidad, puntos y dientes de oro. Siempre que podía organizaba ruidosas jaranas en su habitación que no gustaban nada a Dick Barnett. Este, que no se atrevía a decirle nada, llamaba a Añua para que fuera a la habitación del jugador de los Americans para pedirle que no metiera tanto ruido. 'Take it easy, man' (tómalo con calma, hombre), contestaba antes de seguir a lo suyo.
Gracias a Mathis y Tart, Añua pudo asistir a los entrenamientos y partidos de los New Jersey Americans. Y gracias a Dick Barnett pudo entrar en el Madison Square Garden. Puertas abiertas para el entrenador alavés. Los Knicks le prestaron el cuaderno de jugadas del equipo de la temporada 67/68 e, incluso, el entrenador ayudante de los Knicks, Danny Whelan, le extendió un consejo acompañado de un libro negro. «Nunca fiches a ninguno de los nombres que aparecen en estas páginas. Es el historial de las lesiones de los jugadores. Con los lesionados te pasarás la vida esperando», le dijo.
Añua se fue junto a Ed Jucker a Indianápolis con la lista negra y algunos encargos de ojeador desde España. Allí entrenaban los All Americans, los jugadores más espectaculares de la futura NBA, pero también era un sensacional mercado para el Viejo Continente. El primero en la lista era un tal Pete Maravich, sophomore de Louisana State. Añua lo apuntó en su cuaderno. En dos horas ya lo había tachado: estrella profesional. Detrás, en la lista estaban Jojo White, Luther Green, Larry Newold, Otto Moore, Tom Boerwinkle o Bob Whitmore, que lo pretendía el Real Madrid.
De Indianápolis se fue a Long Island University. Por entonces, la ABA y la NBA eran inalcanzables para el nivel europeo por lo que se podría aprender más de la NCAA. Roy Rubin, entrenador de LIU, y especialista en defensas presionantes, le recibió. Le mostró una 1-3-1 en tres cuartos de cancha que era un arma de destrucción masiva si los jugadores no eran muy altos. Perfecto para la liga dado que en España era muy difícil contar con postes altos. La zona press era prácticamente desconocida aquí y aquello era como la piedra filosofal. Pero lo que realmente le dio a Añua el salto de calidad táctico fue el conocimiento de las defensas alternativas.
Esa lección corrió a cargo de la universidad de Saint John's. La santísima trinidad de la universidad americana de finales de los 60 la componían Bobby Knight, un marine; John Wooden, un catedrático, y Lou Carnesseca, una mezcla de pícaro de Cervantes y hombre del renacimiento italiano. Saint John's era una fea universidad neoclásica con frailes con babero que a veces le hacían el scouting a Carnesseca, un entrenador pequeño, con temperamento latino, poseedor de una mente que corría a mil por hora y de una voz cazallera de tanto desgañitarse. Con él, los entrenamientos eran muy divertidos. Todo el mundo se movía y corría. De nuevo la 1-3-1. No era una defensa para mucho rato. Significaba una sorpresa para pocos minutos. A Carnesseca le gustaba ir cambiando de defensa: individual, zona y presión. Así durante el partido veía cuál de ellas era la que el rival atacaba peor para ponerla en los últimos minutos del partido.
Tras regresar al New Yorker, Añua se dispuso a cumplir el último de los encargos que tenía. Quino Abascal, jugador del Kas, le dio un paquete para su hermana que vivía en Nueva York. Cuando la vio se quedó de piedra. Bastante azorado accedió a acompañarla a comer. En el restaurante, Añua se convirtió en el centro de atención. Todos le miraban intentando comprender a aquella pareja. Ella, guapa, alta y espectacular; él, extranjero, grueso y algo bajito. Le tomaron por millonario. Al día siguiente comprendió quién era su acompañante. Aparecía en la portada de la revista 'Harper's Bazaar'. Era la top model Nati Abascal.
Llegó la hora de volver a España, pero aún había tiempo para ver algunos partidos más de los New Jersey Americans. Cuando no se jugaba ningún encuentro, el entrenador alavés salía en grupo con Tiny Archibald, Dick Barnett, Levern Tart y David Cowens. Durante el fin de semana era obligación acudir a la iglesia donde cantaban gospel y las madres de los jugadores cocinaban un delicioso pollo rebozado sureño con té. No había ni una brizna de racismo en aquel entorno, pese a que era moneda común en América.
El jueves 4 de abril de 1968, mientras aquel grupo despachaba en el restaurante La Rosa de Harlem una paella cubana, un francotirador abatió en Memphis a Martin Luther King. La calle comenzó a hervir. La indignación crecía por momentos. Pidieron un taxi y aconsejaron a Añua que se tumbara en el suelo del vehículo para poder salir sin represalias. En los informativos hablaban de que el Bronx y Harlem eran fortalezas infranqueables y que ningún blanco había podido entrar ni salir. No miraron lo que había en aquel taxi bajo los enormes pies de jugadores de la ABA. Mientras, el mismo día, el AEK ganaba al Slavia de Praga la Recopa del Kas. Añua voló hacia España y en la escalerilla del avión de regreso el FC Barcelona le fichó. En Vitoria, la SD Kas planeaba abandonar la ciudad para instalarse en Bilbao, pero eso será otra historia…
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