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La promesa de un abono para acudir el Santiago Bernabéu plantó la semilla del prolífico y exitoso árbol técnico del baloncesto provincial. Aquel premio futbolístico animó a un nervioso joven madrileño a apuntarse a las pruebas para el equipo infantil de baloncesto del Real Madrid. ... No consiguió el carné, pero se llevó el baloncesto adherido a la piel para siempre. Y ahí siguen los dos, emparejados.
A Pepe Laso le gustaba jugar, se le daba bien y no tardó en engrosar las filas del Madrid a las órdenes de Pedro Ferrándiz. «Los suplentes del Madrid podríamos quedar segundos de la liga, pero apenas jugábamos». El 'zumo banquillo' no alimentaba a nuestro inquieto y mal estudiante cuya única motivación y obsesión era el juego. Y decidió retirarse. Sobrellevó la abstinencia al frente de la selección junior en 1963 con Javier Añua como segundo entrenador para el Europeo de Bolonia. A la vuelta del campeonato, los papeles se cambiaron. Añua le propuso estar a sus órdenes en el Natación Vitoria. La oferta incluía el hospedaje en su casa junto a Ángel Serrano. «Nos acogió, nos dio de comer y después de los partidos, de la taquilla nos entregaba bien en monedas o billetes 100 pesetas».
Pepe Laso halló en Vitoria la importancia y los minutos soñados, además de un magnífico Seat 600. «Me encontré un baloncesto menor que se me hizo muy fácil y divertido, ya que en Madrid era una persona anónima y aquí me pagaban las cervezas en los bares», recuerda. También hacía sus pinitos como entrenador individual. Laso volvió a la selección. Un caso curioso porque nunca le habían llamado para el combinado en la veintena. Curioso y único.
Tras el expolio del Kas, el Vasconia se erigió hegemónico en Álava. Santamaría, el presidente por entonces, le propuso a Laso el banquillo alavés. A pesar de que seguía en activo en el Águilas, aceptó. «Al principio entrenábamos en el cobertizo de San José de un lado a otro. Las lámparas de la techumbre eran como semáforos. Se apagaban cuando se calentaban y se encendían al enfriarse. Así que íbamos de una parte a otra del campo al albur de la luz». El año del debut en un banquillo definió la marca de la 'casa Laso': pasión, compromiso y trabajo. «Al final de la temporada, entrenaba en Bilbao por la mañana. Santamaría me recogía y me bajaba a Madrid para dirigir el partido de Vasconia por la tarde. Dormía y por la mañana me volvía para entrenar. Así lo hicimos los tres días de la fase de ascenso. El sábado, con el objetivo cumplido con el Vasconia, me metí destrozado a la cama después de comer y no me levanté hasta el día siguiente. Jugué los 40 minutos del partido. Conseguimos la permanencia. Paco Díez me dijo: 'tienes que jugar un año más y que sepas que estoy al corriente de lo que has hecho toda la semana'. Le respondí que gracias, pero que yo ya había terminado», relata Laso.
Como entrenador a tiempo completo, «encontré una vida, una forma de ser, una patria…». Siempre dispuesto a hablar de baloncesto, entrenaba a todo el que se lo pidiese, tanto si valía como si no. Los jugadores dispuestos a dar un paso más tenían una cita a la hora de comer durante no más de una hora. Una vuelta de tuerca más al horario Michelin de Manel Comas. Una práctica que se mantuvo durante muchos años en el baloncesto vitoriano en el templo de Landázuri.
La filosofía de entrenamiento de Pepe Laso trabaja exhaustivamente la técnica individual, de forma especial con los jóvenes. Primero, el bote. «Su dominio permite crear peligro, conseguir ventajas, ver la cancha y no esconderse». En segundo lugar, el tiro. «El balón debe dar vueltas e ir bombeado. El factor importante de mejora para un equipo llega cuando todos tiran». Y por último, el pase, que «como es muy difícil de entrenar y necesita de mucho tiempo limitado de preparación sólo se puede desarrollar jugando y jugando». Por ello, no había charlas ni demasiadas explicaciones. «En los entrenamientos se corre, se lucha y se salta. Si la gente no se agarra y se pega, no se está entrenando bien».
El trabajo grupal tenía tareas físicas, mentales y de asimilación. Para los que se cuidaban menos tocaba levantarse todos los días a las seis de la mañana y sin mediar palabra acudir al 'monte de la tortilla' para sudar el hígado. Durante el partido o los entrenamientos, lanzaba comentarios desafiantes y dardos verbales para subir la energía sobre la cancha. Laso se manifestó como un entrenador pleno, sobre todo en la preparación y algo menos en los partidos.
Con el Vasconia ascendió a Primera y se mantuvo durante cinco años en la mitad de la tabla. Con Aránguiz como presidente, Pepe Laso pasó a los despachos. «Me gusta tanto la cancha que no encontré mi vocación como directivo en los despachos. Allí se hablaba mucho de dinero, pero poco de baloncesto». Entonces le contrató el recién formado CB Zaragoza de José Luis Rubio con el que se clasificó en la campaña 1982-83 para disputar la Copa Korac. León Najnudel sucedió a Laso y Laso a Najnudel, lo que forjó una relación que resultó, más tarde, el inicio del caladero argentino para el Baskonia. Tras perder la final de la Copa Asociación -fue el primer título basconista-, Laso regresó a Vitoria donde dirigió al cuadro azulgrana en el estreno europeo frente al Super Cracks de Werkendam y al Asvel Villeurbanne en la temporada 1985-86.
El último equipo como técnico de grupo fue el Fórum. «Un día, en un bar con toda la plantilla, estaba detrás de una columna y escucho sin que me vieran a Quino Salvo hablando con De La Cruz: 'Si Pepe fuese el de Zaragoza (7 años antes), esto no lo permitía. Lo enderezaba'. Ese día le dije a mi mujer: 'Lo dejo. Es el último año que entreno'».
Pepe Laso es un enorme comunicador que ha sabido transmitir conocimientos a través de símiles, metáforas y un lenguaje llano que rezuma pasión y contagia baloncesto. Sus charlas, entrenamientos y clínics fueron devorados en su paso por Vitoria por los jugadores y técnicos que prolongaron su trabajo en Álava, mejorándolo o desarrollando alguna de las facetas comentadas. Del tronco de Pepe Laso llegaron los éxitos de Juan Pinedo e Iñaki Iriarte. Tras ellos, Alfredo Salazar, José Luis Espizua (Fofo), Carlos Antía, Enrique Doval, Javier Gómez, Luis Albéniz, Iñaki Gastón, Carlos Iñiguez de Heredia, Pedro Vega, Santiago Segura, Alberto y Fernando Díaz, Álvaro Bilbao, los hermanos Brizuela… En una ramificación de la que también penden Pablo Laso, Roberto Iñiguez de Heredia e Ibon Navarro, referentes hoy a nivel internacional. Seguro que me dejo alguno. Ha habido buenos entrenadores y otros que han bebido de otras influencias, como Manu Moreno o Txema Capetillo.
Es difícil encontrar a alguien que lleve más tiempo entrenando que Pepe Laso. 56 años. «Soy un entrenador individual». Su hijo Pablo le ha superado. Vendrá a Vitoria la próxima semana a por su tercera Euroliga. «Es un catedrático». Pepe, mientras, sigue impartiendo lecciones a media cancha.
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