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Entrenadores con label alavés
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Pepe Laso recogió el testigo de Xabier Añua, pero Miguel Merino fue un personaje con relevancia como pionero, jugador, árbitro, presidente, dirigente federativo y también entrenadorUna vez que el baloncesto alavés se convirtió en un deporte piramidal con base extendida y cúspide en Primera división, la principal inquietud residía en la correcta formación de los encargados de dirigir, orientar y enseñar a los jugadores. El primero de ellos fue Xabier ... Añua y su testigo lo recogió Pepe Laso. Ambos pertenecen al vértice de la pirámide. Una cumbre que desde entonces siempre ha contado con algún preparador alavés. Sin embargo, fuera de este escenario hay otras figuras, menos públicas pero de una relevancia muy similar que, por unas razones u otras, no se han significado demasiado en las crónicas o tampoco aparecen en nuestra memoria conjunta. Atendamos hoy a la de Miguel Merino, que nos dejaba el pasado verano. Brindándonos un currículo tan impresionante como completo. Resulta complicado encontrar hoy en día y, por entonces también, un personaje con tanta relevancia como jugador, pionero, árbitro, presidente, dirigente federativo y entrenador.
Para entender lo transversal de la figura de Merino basta decir que comenzó a jugar antes que Añua y que como él destacó en los inicios del baloncesto en Vitoria. Reclutado por los hermanos Valera para el primer equipo masculino de la provincia, pronto se convirtió en gregario de lujo de los hermanos Llano en el CD Vitoria, lo que le permitió disputar varios sectores por el ascenso. Al mismo tiempo se convirtió en el primer entrenador femenino de La Blanca, con aquel imbatible Excelsior que se construyó su propio campo en 1954. No sólo entrenaba a las chicas sino que creó, jugó, entrenó y presidió el equipo masculino en el propio centro de La Blanca. En 1955 ganaron el campeonato de segunda y al año siguiente disputaron el título al mismísimo Phillips, que como no había todavía liga de segunda, jugaba en el campeonato regional. Merino y Añua eran los hombres del baloncesto en Vitoria. Participativos, emprendedores y cada uno con su modelo y con su equipo. El Excelsior y el Phillips. Imprescindibles.
Las obligaciones familiaries y laborales fueron apartando de la práctica a Miguel Merino, que mataba el gusanillo de las canastas arbitrando algún partido. En 1958, el 25 de mayo, después de una década jugando, se retiraba oficialmente de las canchas. La Federación Alavesa le ofreció un sentido y caluroso homenaje con trampa. En el descanso de las finales provinciales de aquella temporada se le entregó un banderín conmemorativo con la siguiente inscripción: «A Miguel Merino, jugador de baloncesto». Sin embargo, los agasajos no quedaron ahí. Junto al banderín le plantaron un silbato. La artimaña pergeñada por la FAB consistía en invitar públicamente a Merino a continuar la tarea del primer árbitro alavés, el fotógrafo Fede Arocena, que se había decidido retirarse. La argucia fue tan exitosa que en 1959 Merino ya era presidente del colegio de árbitros. Su labor arbitral también resultó aclamada. Todos convienen en que Merino pitaba bien, sabía el reglamento y era ecuánime en sus decisiones. En varias ocasiones se le propuso actuar en categoría nacional, pero prefirió dedicarse al baloncesto de aquí. Hasta que en 1967, Pedro Guereñu le relevó al frente del colectivo arbitral de la provincia.
Al año siguiente, surgió otra oportunidad. La irrupción del minibasket supuso la suma de cientos de jugadores y la necesidad de entrenar correctamente a esa gran cantidad de chavales. Se necesitaba formar entrenadores. El paso inicial lo dio Xabier Añua, el primer entrenador alavés con título nacional. Tercero de su promoción, impartía en 1968 la asignatura de defensas combinadas en el curso nacional. Añua trasladó aquel modelo a Vitoria. Junto a Chema Cobas, Iñaki Latierro, el hermano Florentino, Javier Marín, Vozmediano y Javier Azcorreta dieron forma en el Bar Candi a la oficiosa primera asociación de preparadores alaveses. En coordinación con la Federación y el Comité de Árbitros se planificaron las materias y los cursos que se impartirían. Por unanimidad se nombró a Miguel Merino como representante de los preparadores.
Al primero de los cursos asistieron 42 personas entre árbitros, responsables de mesa, jugadores y directivos que, sin demasiada continuidad, debían completar las nueve citas entre mayo y junio de 1968. Añua trajo cintas de baloncesto de Estados Unidos y material didáctico para este trabajo de formación. Merino planificó los debates sobre las ideas, conceptos y filosofías que debían implantarse en la estructura técnica alavesa. Llama la atención que a aquella primera cita no acudiera ninguna mujer. Esther Aspe era la única en la lista de los inscritos, pero no acudió a ninguna de las reuniones celebradas en los Corazonistas. Hablando de entrenadoras, las primeras con título alavés salieron en aquella época de la segunda promoción y fueron Maite Buesa, Arantza Lejarreta, Rafaela Márquez y Mercedes Bozal.
En 1973 se crea la Asociación Nacional de Preparadores de Baloncesto en Madrid bajo la presidencia de José Luis Bernal. La ANPEB llegó a Vitoria dos temporadas más tarde y volvió a elegir a Merino como representante. Por 100 pesetas cada temporada, los asociados tenían la opción de reunirse una vez al año para intercambiar contactos e ideas, recibían la revista con las actividades de la asociación, eran los beneficiarios de un seguro de vida y contaban además con varios descuentos en las firmas asociadas. Desde aquel 1973 la Federación pudo ofertar títulos regionales, hoy equivalentes al nivel II, además de los provinciales que se venían impartiendo desde hacía cinco años. Añua, que ya entrenaba al Antibes, se encargó entonces de dirigir aquel exigente primer título regional.
El trabajo en la formación que se realizó en Álava fue tan satisfactorio que en 1978 el comité ejecutivo de la Federación Española de Baloncesto (FEB) otorgó a Álava la posibilidad de albergar una de sus escuelas de baloncesto. Esta prerrogativa solo la tenían otras dos ciudades en España, Madrid y Barcelona, por lo que la designación suponía un enorme premio a la calidad de los entrenadores. Los primeros jóvenes en estrenar aquel entramado fueron las generaciones del 64 al 67, chicos y chicas, que se dividieron en equipos de diez jugadores que practicaban cuatro días a la semana durante 45 minutos. Las escuelas utilizaron en este momento las instalaciones de Zaramaga, Adurza, Landázuri, La Blanca, Mendizorroza, Divino Maestro, San Ignacio, San Prudencio, Luis Dorao y Olabide. Se designó a Iñaki Iriarte como director y a Txomin Sautu como segundo de a bordo. Ambos se responsabilizaron desde aquel momento de 324 jugadores. La semilla germinó deprisa y especialmente en el baloncesto femenino, pero esa será otra historia...
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