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Hasta en los partidos más arduos que cuentan el derroche de sudor en cántaras hay un hueco para el talento. El que porta de serie Mirotic, MVP de la final después de mantener a flote como buenamente pudo un barco blaugrana que encalló durante todo ... el primer tiempo (18 puntos al descanso, 5 en el primer cuarto con una sola canasta en juego) certificó el vuelco mediante la frialdad que gastan los grandes desde el tiro libre.
Así revirtió el Barça una final en la que durante 33 minutos observó la popa madridista. Pocos deportes como el baloncesto explican mejor los fenómenos paranormales. El 19-3 blanco a medio minuto de concluir el primer acto se transformó en la primera ventaja catalana (46-48) ya metidos ambos conjuntos en una refriega física agotadora hasta para el público. El cuadro de Sarunas Jasikevicius revalida el título de Copa, la vigesimo séptima en las vitrinas blaugranas, tras llevarse a su esquina del cuadrilátero el duelo del candado.
Real Madarid
Abalde (8), Deck (8), Poirier (4), Yabusele (4), Taylor (2) -quinteto inicial-; Heurtel (10), Rudy Fernández (6), Hanga (3), Tavares (5), Llull (6) y Thompkins (3)
59
-
64
Barcelona
Exum (2), Sanli (9), Calathes (4), Laprovittola (5), Mirotic (19) -quinteto inicial-; Davies (10), Hayes, Abrines, Kuric (3) y Jokubaitis (12)
Parciales 19-5, 10-13 (29-18 al descanso), 17-23 (46-41) y 13-23 (59-64)
Árbitros Pérez, Conde y Calatrava. Sin eliminados por faltas personales.
Y es que en el código genético de la canasta viaja el efecto dilatador por el que tantos requiebros caben en cuarenta minutos a reloj parado, dos horas de tarde-noche dominical desde el primer balón al aire hasta la última bocina. Sólo entendiendo esta pecularidad puede comprenderse que la cátedra contenedora de los soldados de Pablo Laso ni siquiera valiese al Madrid para imponer a la hora de la verdad su absoluta jerarquía hasta el intermedio.
Un ordeno, ejecuto y mando cimentado en la defensa feroz de unos hombres con una misión: la de utilizar todo su arsenal armamentístico de destrucción masiva. Un quinteto enormemente físico con Taylor y Deck de cancerberos para enredar en los circuitos ofensivos del bicentenario Barça. Sí, el equipo que había rebasado la barrera del sonido o de los cien 'decibelios' en cuartos y semifinal frente a Manresa y Murcia.
El granítico bloque merengue se adueñaba del ritmo, la entrega y el rebote hasta ridiculizar el tanteador adversario. El choque entre los dos mejores equipos continentales con la clasificación de la Euroliga en la mano, el cruce de dos plantillones impresionantes, se entregaba en los brazos de la ferocidad atrás ante el consentimiento arbitral. De haber ganado el Madrid nada extrañaría ver el trofeo de MVP en la vitrina particular de Taylor, capaz de dictar las leyes sin apenas mirar el aro rival.
Pero resultaría curiosa la homilía del entrenador lituano en el descanso. Porque la intención de voltear sensaciones y números tardó tres segundos en verse. Lo que invirtió el Real en perder la primera pelota antes de menguar progresivamente al tiempo que crecían los argumentos y la moral de la escuadra barcelonesa.
Cambio radical de papeles. La jerarquía merengue cedía el relevo a la pujanza del Barça. El bloque catalán tomó buena nota de la contención blanca hasta el descanso, agobió al máximo y sobremarcó las línea de pase para nublar la vista de un rival con el temor metido en el cuerpo. Dependiente hasta el extremo de la clase de Heurtel y la valentía de Deck ante un contrario en marea alta.
Mirotic, de acuerdo con la categoría que acredita y bien que se le paga, parecía el único hombre capaz de soltar corsés con su talento y versatilidad. Pero él solo no iba a bastar para ir mordiendo progresivamente la renta madridista. Así que se alió con Sanli, sólido desde la intendencia casi toda la tarde, y -sobre todo- agradeció la clase de Jokubaitis para transformar aquello que parecía una tunda indecorosa en un triunfo con trofeo incluido.
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Toda una migraña gigante representaba el ataque para el Real. Ya lo decía Abalde en el descanso, que el Barça siempre vuelve. Y así ocurrió. A base de pundonor, otro cuarto y mitad de defensa y ración abundante de fe acabó por martillear el candado que tenía atrancada la puerta de la final.
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