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Ha vuelto como si en realidad no se hubiera ido, como que todo hubiera sido una pesadilla, proclamándose una vez más, y ya van seis consecutivas, la mejor jugadora de bádminton de todo el continente. Y además, Carolina Marín lo ha hecho de una forma ... arrolladora, superando a la escocesa Kirsty Gilmour 21-10 y 21-12, once meses después de romperse el ligamento cruzado de su rodilla izquierda -y los dos meniscos- y de decir adiós tanto a los Juegos Olímpicos como al Mundial celebrado en su Huelva natal. Una guerrera indestructible que ayer volvió a cubrirse de oro.
Una reaparición estelar en el Centro Municipal Deportivo de Gallur, en Madrid, junto a sus familiares y amigos. «La victoria es el haber vuelto a competir», declaró ya con la medalla. Sin duda. Su habitual grito de rabia y felicidad tras sumar el último y definitivo punto retumbó esta vez mucho más, saliéndole de dentro, antes de dar rienda suelta en forma de lágrimas a la tensión que la triple campeona del mundo llevaba acumulada desde que se rompió en el momento más inoportuno.
A sus 28 años ha vuelto a alcanzar de nuevo la gloria, dándole al mundo otra lección de resiliencia, palabra que lleva tatuada en su cuerpo, y de la que ha hecho su bandera. La onubense se propuso volver con una versión mejorada y pese a todos los obstáculos, que no han sido pocos, lo ha conseguido. «He demostrado que la rodilla y la lesión ha pasado. Estoy muy cargada de energía y de confianza», confesó tras adjudicarse el Campeonato de Europa.
Su lema 'Puedo porque pienso que puedo' le ha vuelto a llevar a lo más alto. Desde su primer triunfo logrado en 2014, se ha sobrepuesto a todos los duros contratiempos que han querido tumbarla, demostrando que no tiene rival dentro ni fuera de la pista. En 2019 se recuperó a contracorriente de la rotura del ligamento cruzado en su rodilla derecha, para poder llegar a los Juegos de Tokio. Unas Olimpiadas en las que pretendía revalidar el oro logrado en Río de Janeiro pero que nunca llegaron para ella, ya que fueron aplazadas por la pandemia de coronavirus, y cuando se retomaron el año pasado, su otra rodilla, tras un mal giro mientras entrenaba, se rompió a dos meses de la gran cita. Entre medias, falleció su padre.
Tres años horribles para Marín en los que ha logrado no quebrarse mentalmente, gracias sobre todo al trabajo que viene realizando con psicólogos deportivos desde que era una adolescente, cuando con tan solo 14 años dejó Huelva para instalarse en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid. Esto le permite afrontar los golpes y gestionar sus emociones de una manera más eficaz.
Esta última lesión, la más grave de su carrera, llegó a poner en entredicho su futuro, pero pronto se mentalizó de que sus próximos Juegos serían los de París 2024, convenciendo de ello a su cuerpo, que volvió a responderle a la perfección, con sesiones especiales para mantener la masa muscular. Lo hizo sin forzar y dedicándose tiempo a ella misma, disfrutando de fines de semana con su familia y sus amigos, algo impensable en su rutina habitual.
Una travesía en la que también tuvo que luchar contra un quiste en el menisco operado y contra el covid, que le mantuvo parada un mes. Adversidades que por contra le han dado tiempo para mejorar todas sus armas, puliendo su juego y reforzando su ya de por sí vigorosa fortaleza mental, con las que espera seguir agrandando su leyenda.
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