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irma cuesta
Lunes, 8 de abril 2019, 23:01
Aunque es probable que Adriana Pérez Rotondo (Madrid, 23 años) haya soñado mil veces con ser la artífice de un gran descubrimiento científico que ayude a la humanidad a seguir avanzando, posiblemente nunca imaginó que entraría en la historia de Cambridge apenas unos meses después de llegar a la que ha sido la cuna de ochenta Premios Nobel y al menos treinta y ocho jefes de Estado y de Gobierno, incluidos quince primeros ministros británicos. Adriana se convirtió el domingo en la primera española en formar parte del equipo ganador de la competición universitaria más famosa del planeta: la regata que desde hace 190 años enfrenta a Oxford y Cambridge. Hija de científicos españoles, alumna del Liceo Francés, licenciada en Matemáticas y Física por la Universidad de Columbia (Nueva York) y máster en Matemáticas y Física Teórica, Adriana posee un expediente tan fantástico que hizo que ambas universidades lucharan para conseguir que aceptara una beca y siguiera formándose con ellos. Alumna del doctorado en neurociencia computacional, la joven ha demostrado que, además de una mente privilegiada, posee esa fortaleza y disciplina que solo están al alcance de los grandes campeones.
Solo así se explica que la española lograra un puesto en la tripulación del segundo barco femenino de la mítica regata en apenas unos meses. Porque, antes de llegar a Cambridge, Adriana nunca había practicado remo. Ella misma ha contado, en una entrevista al diario 'Marca', que se apuntó al equipo hace poco más de un año cuando llegó para cursar el máster de Matemáticas y Física Teórica porque le pareció una buena forma de conocer gente e integrarse. El resto ya es historia: después de meses de entrenamiento y un duro proceso de selección, fue reclutada para la tripulación del segundo barco, el 'Blondie', y su objetivo ahora es conseguir estar el año próximo en el primer equipo, aunque el proceso sea duro y la competencia, infernal.
Desde que se convirtió en una joven promesa del remo, su despertador suena todos los días a las cinco de la mañana para ir a entrenar. Ella misma ha contado que, después de echar el resto durante un par de horas en las aguas del canal, a poco más de 15 minutos de Cambridge, una ducha le basta para cambiar el chip y centrarse en la que realmente es su pasión. De nueve de la mañana a cinco de la tarde Adriana se calza la bata y se abre paso a través de la biofísica, la ingeniería eléctrica, las ciencias de la computación y las matemáticas, porque esas son, al fin y al cabo, las armas de lo que se conoce como neurociencia computacional. Cuando acaba, al gimnasio. Toca hacer pesas y trabajar con la máquina de remo durante algo más de una hora. Un esfuerzo enorme que le merece la pena. «Cuando cruzas la línea de meta lo primero que sientes al parar de remar es dolor y, después, una felicidad increíble. No puedes parar de sonreír», ha contado la campeona, que confesó estar, antes de la regata, más inquieta que en un examen. «Nunca he estado tan nerviosa».
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