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Si no hubiera tenido prisa, me habría detenido a sacar una fotografía o a observar la escena durante más tiempo y con mayor atención. Se me quedó grabada la estampa como si fuera un cuadro, uno de esos lienzos sobre los que las guías de ... los museos se extienden hablando de sus significados ocultos, la composición y los puntos de vista. La marquesina de la parada incluso servía de marco a la imagen. Me imagino que era una escena que se repetía a esa hora de la mañana en otras innumerables paradas de transporte público, donde niños y niñas aguardaban junto a sus padres y madres la llegada del autobús, un instante, en el primer día de clase, temido por unos y deseado por otros.
Lo que me llamó la atención es ver a una niña de alrededor de diez años vestida con el uniforme completo del Athletic, con un balón metido dentro de una red y al que golpeaba de manera insistente, concentrada, queriendo domar la pelota a base de toques. Una escena, en definitiva, improbable hace no demasiado tiempo.
La conocida como vuelta al cole de hoy en día poco tiene que ver con la de mi infancia. Y no tanto por lo que muestra, que también, sino sobre todo por lo que hay detrás. La vuelta de la vuelta al cole. Porque la figura de esa niña vestida de futbolista y con un balón en su primer día de clase esconde un sinfín de retos asociados y que conciernen a toda la sociedad. ¿Quién acompañaba a esa niña en la parada? ¿Quién la recogería a la tarde? ¿Quién se ha ocupado de ayudarla a vestirse? ¿Quién le ha preparado el desayuno?
Y en la ikastola, ¿quién incorporará a los libros de texto a las mujeres olvidadas por la historia? ¿Quién enseñará la otra mirada, la que coloca en el centro a la mujer, a la par del hombre? ¿Quién la librará de los viejos prejuicios instalados en nuestra cultura? Y de vuelta a casa, ¿quién se encargará de las extraescolares, de los deberes, de la ducha, de la cena…? Y la pregunta más importante, ¿vamos a estar a la altura de las expectativas e ilusión de esa niña? Quiero pensar que sí, que vamos dando pasos decisivos y definitivos, aunque todavía nos queden muchos por dar.
Ojalá que a esa misma niña cuando llegue a mi edad no le llame la atención una escena parecida a la que aquí he contado. Será la mejor prueba de que la igualdad se ha normalizado. Quizá pueda ser, incluso, que la niña del futuro juegue al fútbol con un niño en cuya camiseta del Athletic figure el nombre de una de nuestras futbolistas. Quién sabe.
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