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Kaixo! Zelan zaude?
Ni May Serrano naiz, ni Teruelgoa naiz baia Bilbo bizi naiz hamalau urte ditut. Ni ez euskeraz hitz egiten dut pero quería despistar a los del Chiringuito por si me leen. ¡Qué vergüenza ajena que unos señoros denuncien que jugadores vascos hablan ... en euskera en el terreno de juego!¿No? ¿Qué será lo próximo? ¿Que una mujer arbitre la superbolw?
Pero yo no venía hoy con la intención de hablar de idiomas, quería contarles mi último aprendizaje piscinero. Gracias a los protocolos seguros, las piscinas siguen siendo una oportunidad única donde aprender y no me refiero a nadar solamente, si no a aprender de una misma. Cada día de entreno es una confirmación de que si pones el foco en lo que quieres y es bueno para ti las cosas mejoran, tu vida es un poco más buena.
A veces, la cabeza te susurra al oído que puedes quedarte en la cama y arañar 30 minutos más de sueño, que no hace falta que te pongas el bañador, que qué pereza lavarse el pelo otra vez, que no tienes que demostrarle nada a nadie... Pero el cuerpo, que es más listo que nadie, se levanta disciplinado y te lleva al Kilordegi (¡tomaaaa El Chiringuito!) y una vez en el agua celebras la oportunidad de encontrarte contigo y con tus pensamientos. Tu cuerpo se estira, tu mano agarra con fuerza el agua y la empuja, tu tronco aprieta y pone dirección, avanzas con determinación hasta el otro lado de la piscina y te das cuenta de que nadas como vives. Si estás con ansiedad profunda tu nado será rápido y tu brazadas numerosas y poco efectivas. Si te sientes abatida tu remada será infructuosa. Si necesitas demostrar que vales mucho tus pies patalearán como si no hubiera un mañana agotando tus fuerzas para nada.
Los aprendizajes no acaban al salir del agua. El sábado pasado, ya en el vestuario, disfrutando de una duchita caliente, una nena de unos 5 años pedía a gritos la ayuda de su madre que buscaba en la taquilla el champú para la pequeña
– Amaaa, se ha acabado el agua
– Dale de nuevo al grifo, contestó la madre mientras rebuscaba en la mochila.
– ¡No llego! ¡Necesito ayuda!
Como yo estaba al lado me ofrecí para pulsar el botón. La nena me dijo que sí y continuó con la ducha. La madre llegó, me dio las gracias, y le dijo a su pequeña: «Muy bien Maite, si se necesita ayuda se pide».
Booooommmmm
Si se necesita ayuda, se pide.
¡Y me quería perder yo esta lección quedándome en la cama! Les di las gracias a ambas por el recordatorio y desde el sábado la tengo como un mantra. A veces estamos tan obcecadas con nuestros problemas que pensamos que nadie puede ayudarnos. Nos sentimos solas. Tan centradas en mirar hacia abajo que no vemos lo que tenemos al lado. No estamos solas. Es una fantasía que estemos solas.
Seguro que si necesitas ayuda y la pides hay alguien cerca para darle al botón de la ducha. Siempre ha sido así, si las mujeres no nos ayudásemos entre nosotras la humanidad se habría extinguido hace muchos, muchos siglos. «Solo» es necesario reunir el valor para reconocer que no puedes y decirlo en voz alta. Pedir ayuda es solo para valientes.
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