560 kilómetros. Esa es la distancia del Canal de la Mancha. En 1.905 vino al mundo una mujer excepcional que, quizás, debió haber nacido unos años más tarde para que sus hazañas fueran recordadas. Esa mujer es Gertrude Ederle, neoyorquina de ascendencia alemana ... y a la que apodaron la reina de las olas.
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Superación. Esta palabra resume la historia personal y profesional de Gertrude. En su niñez superó el sarampión, un accidente en el lago antes de que aprendiese a nadar y que forjaría su carácter e instinto de superación e, incluso, las recomendaciones de un médico que le aconsejó que dejara la natación.
Si algo caracterizaba a Gertrude era su estilo. Se movía como pez en el agua. Desde que aprendió a nadar en las piscinas municipales de su barrio, no hizo otra cosa que batir récords. Con sólo doce años ganó a mujeres mayores que ella en una competición junior de su Nueva York natal. A los quince años comenzó a batir récords - durante cinco años mantuvo un total de 29 marcas nacionales y mundiales-, y llegó a competir en las Olimpiadas de 1924 celebradas en París, donde logró su primera medalla de oro, además de dos bronces en competición individual.
Fue en agosto de 1926 cuando se lanzó al mar desde el cabo de Gris Nez en Francia y se convirtió en la primera mujer en cruzar a nado el Canal de la Mancha. Esa jornada había bandera roja y las fuertes corrientes y la lluvia la alejaron del recorrido establecido, 33 kilómetros, viéndose forzada a nadar 23 kilómetros más para alcanzar la costa inglesa. La meteorología tampoco pudo con Gertrude.
Nadando a crawl, recorrió la distancia que separa Francia de Inglaterra en 14 horas y 31 minutos, superando, con menos de veinte años, la marca de los cinco hombres que habían conseguido cruzar a nado el Canal de la Mancha. No fue hasta 1.961 cuando otra mujer le arrebató el récord femenino, al cruzar el Canal en menos tiempo, pero también nadando una distancia menor. Su hito le convirtió en el personaje más célebre del deporte norteamericano de la época. El presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, invitó a Ederle a la Casa Blanca para honrarla como la mejor chica americana.
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A pesar de que sus hazañas eran recordadas en aquella época, la sordera que arrastraba del sarampión sufrido en su niñez y una trágica caída en 1.933 le hicieron retirarse de la natación. Su retirada no impidió que en 1.939 nadará en la Feria Mundial de Nueva York el largo de la piscina bajo los vítores del todo el público. Su grandeza se siguió demostrando tras su retirada definitiva, cuando comenzó a enseñar a nadar a los niños y niñas de una escuela de sordos de Nueva York.
Conocer historias de superación como la de Gertrude resulta vital e inspirador en los tiempos en los que vivimos. Gertrude nunca se quejó, como ella mismo reconoció: "estoy contenta y satisfecha. No soy una persona que persigue la luna si tiene a su alcance las estrellas".
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