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Se vistió de hombre para poder asistir al estadio. Su equipo, el Esteghlal FC de Teherán se enfrentaba al Al Ain FC de los Emiratos Árabes Unidos, un partido de la Champions League de Asia. La detuvieron a la entrada del campo, la encarcelaron durante ... dos días, la llevaron a juicio y quedó a la espera del veredicto. Después, llegó la noticia, el 10 de septiembre. La joven iraní Sahar Jodayarí se había inmolado a las puertas de la magistratura antes siquiera de que se conociera la sentencia. No tenía ni treinta años. En su edición digital, el New York Times eligió el siguiente titular: «Iran's 'Blue Girl' Wanted to Watch a Soccer Match. She Died Pursuing Her Dream.» (La «Chica de Azul» iraní quería ver un partido de fútbol. Murió persiguiendo su sueño.»)
Pero, en verdad, ¿cuál era su sueño? Un mes después, el pasado 10 de octubre, ha sido inevitable que la inmolación de Jodayarí se relacionara con la vuelta a los estadios de las mujeres iraníes, después de 40 años de prohibición. Por un lado, el pensar que no se inmoló en vano, que murió por algo, mitiga la tragedia, al menos en la medida que la da un sentido. Pero es un consuelo insignificante si se amplia el plano y se observa el panorama global en países como Irán.
¿Qué hay detrás de un sueño tan sencillo como el de poder asistir al estadio para animar al equipo del que eres aficionada? Sin duda, dos grandes palabras: libertad e igualdad. El fútbol entonces, de manera casi literaria, se convierte en una metáfora de esa batalla por ser libre y ser igual ante la justicia. Lo que conquistamos en los estadios es lo que queremos conquistar en la vida.
En Europa y los Estados Unidos también sucedió algo parecido en los sesenta con la música; los conciertos de rock a los que la juventud rebelde acudía con melenas y ropa hippie. ¿Qué había detrás de aquellos sueños sino el anhelo de libertad? Que la batalla por la igualdad de género se libre en un escenario tan simbólico como el del fútbol no es más que una prueba de su trascendencia. Al igual que la música, el fútbol genera unos lazos emocionales, una capacidad de identificación, un sentimiento de comunidad, inmensos y vitales.
Todas esas miles de mujeres iraníes que canalizan sus reivindicaciones animando a su selección con banderas y los colores del país pintados en las mejillas en el estadio nos están enviando un mensaje que va más allá del fútbol. Un mensaje que concierne a todo el mundo, a todas las sociedades. Y no están solas ni son las únicas. De otra manera, desde bien cerca también nos llegan los ecos de una reivindicación que apela a aspectos esenciales de los derechos de las futbolistas profesionales. Aún se desconoce si finalmente se alcanzará el acuerdo de un convenio en el fútbol femenino, pero a nadie se le escapa que lo que está en juego forma parte de una simbología mayor, como si todas las luchas por la igualdad de género, cada una con sus circunstancias, formaran parte de un escenario común.
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