El deporte nos da la oportunidad de disfrutar de nuestro cuerpo. Nos pone en contacto con nuestra respiración, nuestras capacidades, nuestra fortaleza y nuestros límites. El disfrute del movimiento... Sea cual sea nuestro estado físico podemos encontrar un deporte, si queremos. Muchas personas deciden ... ejercitarse para mejorar su salud, para generar endorfinas y sentirse mejor, para divertirse, superarse...
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Pero más allá del deporte, nuestro cuerpo nos acompaña todo el día (y toda la noche) y muchas veces no somos conscientes de él, no lo tenemos en cuenta, no le hacemos ni caso. Sobre todo si gozamos de buena salud y no padecemos de dolores crónicos o alguna enfermedad que nos limite nuestras acciones y movimientos.
Que el cuerpo es importante en la actividad física no tiene discusión pero hoy me gustaría hablar de nuestros cuerpos cuando no hacemos deporte. En las acciones del día a día y más concretamente en esta situación límite que nos ha impuesto la COVID-19. Nuestro cuerpo solitario, guardando distancia social y parapetado detrás de una mascarilla que nos salva de contagiarnos del virus más famoso de los últimos tiempos.
La pandemia nos ha traído aislamiento corporal y, creo, que no nos estamos dando cuenta de todas las consecuencias. No sé ustedes pero yo me pongo la mascarilla, como las autoridades sanitarias mandan, y aprieto la mándibula, mi boca se cierra, mi lengua se pega con fuerza al paladar superior.
Al apretar de esta manera la boca mi respiración se vuelve corta y rápida, no es una respiración completa. Ya saben, esa en la que el aire entra por la nariz, llena los pulmones, baja el diagragma, se hincha el abdomen, masajea los intestinos y es expulsada por el suelo pélvico para hacer todo el recorrido de vuelta. Esta respiración corta hace que mi cuerpo se tense, que apriete los hombros, que acelere el paso, que me desconecte de mi cuerpo y tenga que tirar de mi mente.
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Esta forma de respirar cambia mi forma de estar en el mundo y de relacionarme. Me aleja emocionalmente de las demás más de los dos metros aconsejados. Mi cuerpo, mi piel, desea contacto, me echa de menos a mí y al resto. Mi lugar en el mundo disminuye, en vez de vivir en el 1,74 metros de altura que disfruto normalmente, mi espacio vital queda reducido a mi cabeza, cuello y hombros.
En estos tiempos de pandemia me echo de menos tanto a mí como a las otras. Me busco en esos espacios cortos de practicar algún deporte, y aprovecho para respirar hondo. Lo cuento aquí porque no sé qué tal lo llevan ustedes y porque quizás les ayude si comparto mi truco: cuando camino con la mascarilla puesta intento relajar mandíbula, abrir la boca, dejar que la lengua descanse en el paladar inferior. Es verdad que al hacerlo mi velocidad se reduce, camino más lento, pero también es cierto que últimamente tengo menos prisa, me tomo más tiempo para hacer las cosas y creo que merece la pena darme la oportunidad de bajar el ritmo y encontrarme conmigo, con ustedes aunque sea detrás de una mascarilla o frente a una pantalla...
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