La idea de que las mujeres podamos ser árbitras en partidos de fútbol masculino es maravillosa y contiene un poder simbólico extraordinario. Ser juezas en un campo en el que dos equipos de hombres en calzoncillos, por así decirlo, batallan por una pelota delante ... de miles de espectadores supone un paso pequeño por la igualdad de género en términos reales, pero el avance resulta gigantesco desde una perspectiva metafórica.

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Si lo pensamos bien, es el escenario perfecto para ilustrar el empoderamiento que reclamamos. Por ejemplo, el tener la responsabilidad y el deber de pitar un penalti decisivo en el descuento de un partido que va empatado. Contar con la valentía de expulsar al ídolo local por una entrada por detrás y sin balón. Miles de personas en el estadio, y quizá millones a través de las televisiones, pendientes de las decisiones de tres colegiadas en el césped y otras tantas en la sala VOR. Y acertar con un fuera de juego, con una segunda tarjeta amarilla y que todo el mundo compruebe que podemos arbitrar igual de bien, o de mal, que los hombres.

Stephanie Frappart se convirtió ya hace unos meses en la primera mujer en arbitrar un partido de la Primera división masculina en Francia. Seguía así los pasos de la alemana Bibiana Steinhaus, que en 2017 fue la primera que pitó un encuentro de la máxima categoría en alguna de las grandes ligas europeas. Recientemente hemos sabido que Arantza Gallastegi, Nahia Alonso y Antonella Navarro arbitraron un partido de División de Honor masculina entre el Erandio y el Bermeo. Estamos aún lejos de Alemania y Francia, pero qué gran noticia que el encuentro transcurriera con normalidad y que conquistemos también nuestros derechos en un terreno tan aparentemente hostil y cargado de simbología.

En cualquier caso, lo que sobre todo me gustaría en estas páginas es rendir un homenaje a las pioneras. Por desgracia, en la lucha por la igualdad de género a lo largo de la historia muchas, muchísimas mujeres que fueron las primeras en abrir camino por determinada senda se quedaron en el olvido. Hoy en día, parte de ese camino es también reconocer el mérito de quienes inician la ruta pensando en las demás, en las que vendrán después y recogerán los frutos de la siembra. No solo las tres mencionadas, también Beatriz Arregui, Olatz Rivera o Iragartze Fernández, entre otras. Que cuando dentro de un tiempo, ojalá no demasiado, sea normal que colegiadas arbitren partidos de Primera masculinos, nos acordemos de quienes primero pitaron en campos de bronce. De colegialas a colegiadas hay un gran salto, una distancia imposible de cubrir sin el impulso de quienes dieron los primeros pasos.

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