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En estas fechas tan señaladas en las que recordamos a las personas que marcaron nuestras vidas, me ha venido a la cabeza la historia de la mujer que abrió el camino del deporte femenino. Ella es Charlotte Cooper, considerada por muchos como la ... pionera del deporte femenino. Dicha consideración no resulta excesiva; Charlotte fue la primera mujer en conseguir un título olímpico en las Olimpiadas de París de 1.900.
Nacida en 1.870, oriunda de Ealing (Middlesex), e hija de un humilde molinero y una inmigrante estadounidense cuentan que fue una absoluta prodigio en todos los deportes que practicó durante su niñez y adolescencia; sin embargo, sería con la raqueta con la que dejó asombrados a propios y extraños que la veían golpear la pelota en su Ealing natal. Parte de su prematuro éxito se debe a que tuvo como entrenador al mítico Harold Mahony, considerado por muchos como el mejor tenista británico de la época.
Charlotte despuntó desde muy joven, y sorprendía que, pese a las largas faldas que utilizaban las tenistas, su movilidad en la pista fuera tan espectacular, basando su juego en el ataque a red tras un buen servicio, y un tremendo despliegue desde el fondo de pista. Era una auténtica experta en cambiar de direcciones y buscar ángulos imposibles. Charlotte era lo que hoy se conoce como una atleta universal.
A los veintidós años ganó su primer torneo. El primero de muchos. Dos años después levantaría su primer título en Wimbledon. Sin embargo, el destino quiso que fuese en los Juegos Olímpicos de París de 1.900 -los primeros en los que podían participar mujeres y en los que aún no se entregaban medallas- donde Charlotte alcanzase su mayor hazaña, convirtiéndose en la primera mujer en alzar un título olímpico en cualquier disciplina, al conseguir la victoria en la final ante la correosa Hélène Prevost. En esas Olimpiadas ganó también la competición de dobles mixtos junto a Reginald Doherty.
Después de aquel éxito su carrera continuó siendo sobresaliente, ganando cinco Wimbledon y disputando ocho finales consecutivas de este torneo. En 1.912, pasada la cuarentena, seguía siendo una de las mejores tenistas del circuito, anunciando su retirada con la friolera de cincuenta años.
Para entender la magnitud y la relevancia de esta mujer debemos situarnos a finales del siglo XIX y principios del XX, época poco propicia para el deporte femenino de élite. Esta tenista es el claro ejemplo de que cuando se quiere, se puede. Nunca se puso límites. Prueba de ello es la sordera que acarreó desde los veintiséis años. Ello no fue impedimento para que alcanzase el Olimpo y marcara el camino para generaciones futuras.
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