De repente, algunas anécdotas nos revelan más información sobre determinadas situaciones que grandes reportajes o análisis, como si un único dato iluminara un ámbito hasta entonces desconocido o en penumbra. Me sucedió algo parecido cuando leí, a raíz de la celebración de la Supercopa en ... Arabia Saudita, que prohibieron bañarse en la piscina del hotel a una de las corresponsales desplazadas a cubrir el evento. Acceso denegado por ser mujer, esgrimieron los responsables del hotel.

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Seguramente esta, para mí, luminosa anécdota, requiera su oportuna contextualización y también conocer el punto de vista de los expertos en la sharia y una referencia a los avances, por llamarlos de alguna manera, en favor de la igualdad fruto de algunas de las últimas reformas promovidas por el príncipe Mohammed bin Salmán y su padre, el rey Salmán. Pero, a la vez, cabe plantearse la siguiente cuestión: si el hecho de que a una mujer le dejen conducir un coche o entrar en un estadio de fútbol es considerado un avance, ¿de qué realidad estamos hablando?¿De dónde partimos?

Cualquier respuesta seria hablaría de una realidad que atenta contra los derechos fundamentales de la mujer de una manera inaceptable. Un mismo planeta y un abismo de distancia que, de repente, se ve acortada por un puente mediático llamado fútbol. Ahora que el deporte rey se abre paso en los países árabes, hasta el punto de que el próximo Mundial se va a celebrar en uno de ellos, nos cabe confiar, al menos, en que esa universalidad del fútbol, esa certidumbre que cualquier país anfitrión tiene de que el resto del mundo te está mirando, sirva para revisar y reformar el sistema de tutela masculina que, de hecho, es el principal obstáculo para que la igualdad entre la mujer y el hombre en el Islam sea efectiva.

Confiar en que el verso del Corán que proclama que "los hombres son los protectores y proveedores de las mujeres, porque Alá ha hecho que uno de ellos supere (en fuerza) al otro y porque las mantienen con sus propios medios" se interprete con perspectiva y justicia y no derive en aberraciones tales como la prohibición de bañarse en las piscinas de los hoteles y tantas otras que exigen que una mujer necesite el permiso de un pariente masculino para solicitar un pasaporte, viajar al extranjero o casarse. Aunque quizá sea demasiado confiar en las facultades de transformación y mejora social que por sí solo pueda aportar el fútbol. Sin política, sin mediación y negociación, sin presión gubernamental, los avances que conlleva el fútbol como espectáculo de masas internacional en ningún caso serán suficientes. Acabamos de comprobarlo: tan solo tres días después de la celebración de la Supercopa, en el mismo estadio, a las mujeres otra vez se las ha segregado a una zona acotada, marginal, y, además, con la obligación de ir acompañadas de un varón de su familia.

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