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Ainhize y Enara pelotean, tímidas, ante los focos que le ponen luz a Bilbao, que oscurece a media tarde. A las puertas del efidicio de la Diputación en la Gran Vía, la empresa de seguros Caser ha instalado un frontón. Hay partido. Las dos niñas ... del programa de fomento deportivo de la institución foral tienen una misión: enseñar a jugar a Garbiñe Muguruza. «Estoy emocionada de estar aquí», sonríe la tenista. «Mi padre siempre me hablaba de la pelota, de cuando él jugaba, de lo dura que es. Me decía que te destroza la mano», recuerda.
Karmelo Ariznabarreta, ex pelotari y presidente de la Federación vizcaína, le da un gerriko verde. Charlan. Le enseña las manos, los dedos rotos. «Toca, está fría, es por la falta de riego», le susurra a la tenista, que alucina. «Es la segunda vez que vengo a Bilbao. He visitado el Guggenheim, la ciudad. La gente me recibe muy bien», comenta de cara al público. «Mi padre me insiste en que venga a Euskadi». A Muguruza le espera en la cancha Ainhize. Es un partido a tres tantos.
«Ufff. La verdad es que no sé muy bien cómo es la mecánica de este deporte», confiesa. Ariznabarreta le regala un curso resumido en una frase: «Es como en el tenis, hay que echar la pelota donde no la alcance el rival». Con ese breve manual de urgencia, Muguruza le atiza por primera vez a la pelota. Tuerce el gesto. «¡Guau! Duele», protesta mientras se sacude la mano. Ainhize se anota el primer tanto. El marcador se iguala y llega al 2-2 con una dejada al ancho de la tenista. «Perdón, perdón», se disculpa. Match ball. Ainhize sorprende a la ganadora de Roland Garros con un dos paredes. Letal. Muguruza no lo esperaba. Pierde el duelo con una carcajada.
«Bueno, no está mal para ser la primera vez que juego a pelota a mano en mi vida. Hombre, con la bola de tenis he hecho algún amago, pero nada que ver con esto», apunta. Los niños, sentados al fondo del frontón, ni pestañean. «A mí -les dice la tenista- el tenis me ha cambiado la vida. Te da valores. El deporte es un buen camino». Tras el partido posa con todos los escolares. Con la pelota en la mano. «Me la llevo a casa».
Entonces, Karmelo Ariznabarreta le enseña una pelota de verdad, de las que usan los profesionales. La que Muguruza tiene apenas suena al botar. Es blanda. La otra le saca un sonido mineral al suelo. Un chasquido. La tenista la coge. Abre la boca. «¡Pero si es una piedra! ¿Cómo se puede jugar con esto? Tenía razón mi padre». Aiznabarreta le desafía a soltar un manotazo. Garbiñe niega con la cabeza. Se excusa con la sonrisa que mantiene desde el inicio del acto. Domina a su antojo la cancha, sea de tenis o de pelota a mano.
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