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Son nueve de las más de 3.000 niñas y jóvenes que juegan en Bizkaia al fútbol, un deporte al alza en el territorio histórico ... espoleado por los éxitos de la selección y el auge de la liga femenina. Sueñan con alzar un título en el futuro, con emular a las campeonas del mundo, a Aitana y Alexia, ídolos de varias de las protagonistas de estas páginas. «Nos dieron una gran alegría y demostraron que nosotras, con esfuerzo, podemos llegar lejos», coinciden todas, alegres por ese enorme triunfo.
Ahora disfrutan del fútbol en equipos exclusivamente femeninos, pero algunas de ellas militaron en sus inicios con compañeros que no les pasaban el balón o que les obligaban a hacer el doble que el resto para 'aceptarlas'. La mayoría llevan desde los cinco años en esta actividad que les encanta. Es cierto, a algunas solo les gusta jugar, pero muchas disfrutan también como espectadoras y acuden a Lezama a ver al femenino con asiduidad.
Cuando tenía cinco años, Iraia González (ahora 14) seguía los partidos de su padre en la Liga de Fútbol 7 de EL CORREO. Y ahí le picó el gusanillo del balón. «Yo la llevaba, estaba allí con nosotros y le gustaba. Así que ha mamado el fútbol desde chiquitita», evoca su aita, Jonfer. A partir de ahí, comenzó a jugar en Larramendi Ikastola, de Mungia, en equipos mixtos. Y el año pasado, por decisión de su progenitor, saltó al Bizkerre, de Getxo. Milita en el cadete, pero ella sueña con cotas más altas: «Me gustaría jugar en un equipo grande y en un estadio grande para que mi familia esté orgullosa», concede con una sonrisa esta futbolista que, antes de fichar por su actual formación, pasó algunas etapas de dificultad.
«Hubo un momento en el que empezaban a no pasarles a ella y sus compañeras», recuerda el aita, que buscó otro lugar en el que su hija pudiera practicar el deporte que más le gusta. El que ama, como demuestra cuando habla.
Porque, es cierto, cuando era más pequeña, igual que suele ocurrir con muchas niñas en Bizkaia, probó el multideporte, una actividad en la que se tocan diferentes disciplinas. Pero ella lo vio claro. Muy claro. «Era fútbol, fútbol, fútbol», cuenta el padre. Esa es la pasión de Iraia. «Me gusta mucho», insiste esta futbolista que tiene como ídolo a Mapi León, jugadora del Barça y central, como ella.
Samira Gutiérrez «vive por y para el fútbol», cuenta su madre, Ariane Llamozas. Tiene 11 años y juega en el Peña Athletic de Santurtzi. Se encontró con este deporte cuando era una niña. «Tenía cuatro o cinco años», echa la vista atrás su ama, que confiesa que a ella le apetecía que su hija practicara otras disciplinas antes que este deporte. «Yo quería lo típico. Que hiciera danza, ballet, pero ella quería jugar al fútbol. En el parque me decía: 'Fútbol, fútbol, fútbol'. Es su pasión. Cada vez que juega se le ve una cara de felicidad...».
Pero hubo momentos «complicados». «Era la única chica en un equipo de chicos. No le pasaban, le hacían comentarios. Por ejemplo, 'mira, te ha quitado el balón una chica'. Y cosas por el estilo. Ha tenido que aguantar muchos comentarios, pero a ella le daba un poco igual. Decía: 'Voy a correr más que ellos'». Ella, de hecho, confiesa que la ausencia de niñas fue un acicate para unirse a la pelota: «Me motiva que sea un deporte al que las chicas no suelen jugar», afirma Samira, delantera.
«Marco muchos goles. Soy la máxima goleadora del equipo», se enorgullece esta niña que no tiene un ídolo en concreto. «Me gustan todos los jugadores y jugadoras y las jugadas que hacen», desliza esta vizcaína cuya situación ha cambiado, según indica su madre. «Ahora sus amigos la eligen a ella la primera. Tenía que demostrar el doble que el resto, pero ahora todos la quieren a ella».
Desde muy pequeña el fútbol estuvo en su día a día. Su aita, Iñaki, ejercía como coordinador del Pauldarrak y tanto Noa como su hermana gemela charlaban con él sobre este deporte. Aunque la pequeña jugaba con los compañeros de clase en el colegio y le gustaba, «un día me dijo: 'Esto no se me da bien'», recuerda su padre. Iñaki Alonso la animó entonces a que probase como portera, a la vista de que tenía algunas cualidades que podría explotar. Y Noa encontró su sitio. Entró con 10 años en el club baracaldés y ha visto cómo el hecho de ponerse bajo palos le ha dado «mucho a nivel de confianza y seguridad en sí misma, y también se ha visto reflejado positivamente en los estudios», resalta su progenitor.
Ser guardiana de la portería requiere personalidad y fortaleza para sobreponerse a los errores. Iñaki, que al término de cada partido conversa con su hija sobre sus aciertos y fallos, nunca olvidará la frase que le plantó Noa después de un encuentro en el que no comenzó bien. «Tras la cagada que he hecho al principio he sabido recuperarme y seguir adelante», argumentó. Noa tiene ahora 12 años -alevín- y claros sus referentes en el puesto. Además de Unai Simón, una de ellas es la portera del Athletic cedida en el Eibar Amaia Peña y la otra la reciente campeona del mundo con España Cata Coll, «por su gran juego con los pies», asegura.
Bera Garea | Kimuak. 8 años I
No nació con un balón pegado al pie pero casi. A los tres años Bera ya tenía claro que lo suyo era el fútbol, quizá porque veía que a su hermano mayor, Aner -ahora tiene 12 años-, era lo que más le gustaba. Y un curso más tarde era la única chica del colegio que practicaba balompié. «Nunca ha tenido problemas con sus compañeros porque ella siempre ha asumido el rol de que era uno más del equipo y también en el colegio», resalta su madre, Cristina Franco.
Otra cosa es lo que le pasaba y aún le sigue sucediendo cada vez que, por ejemplo, quiere jugar en un parque con otros niños que no la conocen. «En la calle tengo que demostrar más que los demás para que vean que sé jugar a fútbol», asegura Bera.
La pasada campaña pasó al Kimuak de Basauri y «se siente mucho más a gusto jugando en un equipo íntegramente formado por chicas», explica la progenitora. Bera repite que «el fútbol me apasiona y si ellos pueden, ¿por qué yo no?». La victoria de la selección en el Mundial no ha hecho más que ratificar esa idea. Máxime teniendo en cuenta que una de las heroínas que lo han logrado es la jugadora en la que se fija y a la que ha ido a ver siempre que ha podido a Lezama, la ex del Athletic Oihane Hernández. De hecho, el miércoles pasado estuvo con su hermano Aner en Sopela para homenajear a la nueva jugadora del Madrid por el éxito mundialista.
Arane Agiriano tiene 11 años y es una niña activa. Siempre le han gustado todo tipo de deportes, pero se quedó con el fútbol. En su caso, para sentirse más unida a su aita, fallecido cuando tenía año y medio. «A mi padre le gustaba mucho el fútbol y a mí también. Aunque ya no esté, me gusta jugar porque me recuerda a él», recuerda con cariño esta niña que juega en el Bilbao Artizarrak. «Él era del Athletic, le encantaba y le une a su padre», corrobora Eguzkiñe, su ama.
En su casa se respira esta actividad. «Me habla de jugadoras y jugadores que yo ni conozco. Está todo el día viendo fútbol, partidos de equipos de la Premier...», dice su madre.
Comenzó en el deporte del balón con sus compañeros del colegio. «En aquella época no podía jugar, solo entrenar», cuenta su ama. Pero un día, Arane se presentó en casa y le dijo a su progenitora que había oído que había niñas que jugaban en equipos de chicas y que ella quería emularles. Eguzkiñe buscó y encontró el Bilbao Artizarrak. «A partir de ahí empezó a jugar».
Cuenta con una trilogía de ídolos. Para empezar, un delantero amado por todos los aficionados del Athletic: Aritz Aduriz. Pero también dos jugadoras que ahora están a las órdenes de David Aznar. Una, Jone Amezaga. «Es que soy de Zalla, como ella», indica Eguzkiñe. Y Sara Ortega. En este caso, porque Arane comparte colegio con ellas. Las dos son campeonas del mundo Sub'17 y de Europa Sub'19. Y a ambas les suele ver en Lezama porque es una asidua a los duelos del femenino. «No se pierde un partido. No falla».
Su madre se felicita por el éxito del femenino. «Es una forma de ver que hay futuro. De que hay algo más, pero hay que tener más inversión. Hay sitios que pueden sacar más equipos, pero no tienen espacio para ellos», subraya.
Cuando a Esther García su hija mayor, Alba, le dijo con 6 años que quería jugar a fútbol, «aluciné», reconoce la progenitora. Unos años después la pequeña de la familia, Aitana, repitió la historia, pero ya no le pilló por sorpresa. La madre había practicado balonmano de joven e inculcó la cultura deportiva a sus hijas, por lo que se propuso remover cielo y tierra para cumplir su sueño, sobre todo en el caso de la primera, que fue la que abrió el camino.
Porque la primera respuesta que recibió a la petición de entrar en el equipo del colegio Inmaculada de Barakaldo, en el que estudiaba Alba, fue «no es posible». «Entonces, aunque hubo alguna petición anterior, no jugaban chicas en el centro, pero a base de insistir conseguimos que aceptaran a la niña», recuerda Esther.
Alba «nunca ha tenido ningún problema con sus compañeros ni con los de otros equipos, todo lo contrario», resalta. Los contratiempos llegaban en lo referente a equipamientos, como la falta de vestuarios para vestirse en algunos campos. «Había colegios en los que tenía que esperar a que se cambiaran sus compañeros o bien hacerlo ella primero», apunta Esther. Desde que la mayor de la saga Del Hoyo juega en el Pauldarrak esos inconvenientes pasaron a la historia.
Siempre que puede, Alba, que tiene como referente a la jugadora del Barça Aitana Bonmatí y la exrojiblanca Maite Oroz, no se pierde los partidos del Athletic femenino en Lezama. Su hermana Aitana lo ha tenido algo más fácil para jugar a fútbol, «aunque todavía hay mucho camino por recorrer», resalta la madre de ambas. La pequeña comenzó a jugar con 5 años, pero ella apunta que «no me gusta ver fútbol, sólo jugar».
Con año y medio, Naira Jiménez (11 años) ya tenía un balón en los pies. Y ya con cinco se incorporó al Umore Ona, de Usansolo. «Era la única chica del equipo. Siempre ha sido la única», recuerda su ama, Nerea Lara, en una situación que comparten muchas de las protagonistas de este reportaje.
Sonríe cuando se le pregunta por los ídolos de su hija, que acude a la sesión fotográfica con su hermana Naroa, que también milita en el Basauriko Kimuak. «Me ha salido un poco culé», confiesa. Tiene, por tanto, dos ídolos. Por un lado, Leo Messi, ahora en Estados Unidos, líder del Inter de Miami. Y también la dos veces Balón de Oro, una de las referencias del fútbol mundial. «Alexia Putellas. Me ha dicho que quiere sus botas», desliza Nerea, que cuenta que después del Umore Ona saltó a su actual formación gualdinegra. «Empezó con ellos con 10 años», detalla una madre que se tomó «superbien» que su hija se decantara por el fútbol.
Porque ella también fue deportista en su infancia y en su juventud. «Yo he jugado al balonmano desde los ocho hasta los 18 años».
- ¿Y no influyó para que se decantara por el balonmano?
- No. Ella quería fútbol y yo que hiciera algún deporte.
Por su experiencia deportiva anterior, Nerea dice estar acostumbrada a los horarios que colocan a los partidos de su hija. A veces, con madrugones, en ocasiones al mediodía. Pero Naira siempre está acompañada. Igual que cuando acude a Lezama y San Mamés para presenciar los encuentros de las formaciones vizcaínas, tanto masculinas como femeninas. «Y también hemos ido al Camp Nou a ver al Barcelona masculino». Sentimiento blaugrana.
El aterrizaje de Olatz Hernando en el fútbol (11 años) se produce por su hermano Eneko, gracias a que quiso seguir sus pasos. «Empiezo por él», confiesa esta portera que tiene como ídolo a Ter Stegen, guardameta del Barcelona, y Aitana Bonmatí, la principal candidata al Balón de Oro este año.
Quique, su aita, recuerda esos inicios. «Desde que nace, vive el fútbol gracias a su hermano. Yo he jugado un poco a fútbol, pero es para seguir su ejemplo por lo que juega», precisa el progenitor.
Tenía cinco años cuando entró en la escuela del Bilbao Artizarrak. Y, poco a poco, ha ido escalando equipos y categorías. Le apasiona el balón. No sólo jugar, sino también seguirlo por televisión e incluso en directo. «Sí, suele ver fútbol. Más que su hermano. Ella se sienta conmigo en algunas ocasiones para seguir partidos», cuenta Quique.
De hecho, ha sido habitual de los encuentros en San Mamés. «Se juntaban varias futbolistas del equipo e iban juntas». Una forma de implantar la semilla de este deporte en unas niñas que el pasado fin de semana vivieron un momento único: el triunfo de La Roja en el Mundial. Todas sueñan con imitarlas algún día, pero todavía quedan muchos pasos en el deporte de base. Lo recuerda Quique. «Hacen falta, por ejemplo, más instalaciones para que haya más equipos». En la misma línea, acepta que es un pequeño «sacrificio» llevar a Olatz a los partidos por los horarios que le colocan. Pero tanto él como Raquel, su mujer, lo hacen encantados. «Con gusto. Y además nos da un poco igual porque ya estamos acostumbrados con nuestro hijo mayor. Y ahora lo podemos compaginar porque él casi siempre juega el domingo».
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