¿Quién no conoce a Joane Somarriba? Hasta que la mejor ciclista española de la historia irrumpió en escena, el ciclismo femenino era una rareza, casi invisible. Llegó ella y ganó tres Tours, dos Giros y el Campeonato del Mundo Contrarreloj. La corredora vizcaína conseguía ... hacerse un hueco en los medios de comunicación. Con su retirada, volvió la oscuridad. Pero el año pasado, Eider Merino redirigió los focos. Ahora, cada vez más mujeres alumbran la carretera y luchan cada día para que el binomio mujer-ciclista conjugue a la perfección. Y eso que no lo tienen nada fácil. Además del evidente riesgo que conlleva compartir el asfalto con vehículos, se enfrentan a comentarios y situaciones que se lo ponen más cuesta arriba. Pero se niegan a echar el freno. Ya no. Hablamos con seis ciclistas, profesionales y aficionadas, que están decididas a seguir pedaleando sin importar los obstáculos que aparezcan en el camino. Por fin, el pelotón de chicas reaparece.
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Ziortza Villa (Bilbao, 35 años) es una 'super woman'. Es triple campeona de España de ciclismo de ultrafondo -participa en carreras de 24 horas- y consiguió la medalla de chocolate en el último campeonato del Mundo. Sus números son escalofriantes: pedalea más de 20.000 kilómetros al año, de los que dos tercios los hace en solitario. Una proeza que compagina con su trabajo de fisioterapeuta en el hospital de Cruces. El pasado mes de julio se propuso una nueva hazaña: ser la primera mujer en completar el Camino de Santiago sin parar. Y lo consiguió. 755 kilómetros en 34 horas y 20 minutos. Lograr estos retos le exige unos entrenamientos que no están a la altura de cualquiera. «Salgo seis días a la semana y algunos pedaleo 200-300 kilómetros. No importa si llueve a cántaros o pega viento fuerte. Incluso a veces también me toca salir de noche». Con todos los kilómetros que lleva a cuestas, ha sufrido dos atropellos; pero la ciclista bilbaína sigue con la misma ilusión. «La respuesta que obtuve de los conductores, de otros ciclistas, de los servicios sanitarios... fue increíble. No estuve en ningún momento sola. En las dos ocasiones me he sentido muy arropada. Pero miedo, ninguno. Me lo tomo como si hubiese tenido un accidente de coche», afirma.
Ziortza habla con una pasión contagiosa de lo que le aportan las dos ruedas. «Es un deporte que puede hacer todo el mundo, que se puede practicar en solitario o en grupo, que te aporta libertad. Es mi forma de vida». Está convencida de que el ciclismo femenino es un movimiento imparable: «Cada día veo a más mujeres solas en las carreteras vascas –hay muchísimas más que hace 5 años- y cada vez van a salir más. Tenemos que conseguir que salir sola o con compañía sea una elección propia, pero que no sea un hándicap». ¿Por qué crees que todavía somos minoría en el asfalto? «Creo que la única desventaja con el que contamos es la vulnerabilidad con la que cargamos por ser mujer». Ziortza denuncia un momento que le tocó vivir en una subida al Vivero por la carretera de Lezama: «un coche disminuyó la velocidad y los tres hombres que iban dentro empezaron a decirme cosas. Me siguieron durante un buen tramo y al final se acabaron yendo». Quiere dejar claro que estas situaciones «no son habituales y tampoco exclusivas en el ciclismo», pero no quiere silenciarlas para que «de una vez por todas se tome conciencia». Tiene claro que tampoco van a quitarle las ganas de cumplir su mayor deseo: «Ser una amama ciclista».
Eneritz Alonso (Bilbao, 34 años) no necesita que le insistan para apuntarse a un bombardeo. Hace tres años, Jorge, su entrenador de crossfit, le animó a practicar ciclismo. Se lo contó a su hermano y programaron su primera salida. «Rescaté mi mountain bike de cuando era pequeña e hicimos una ruta de más de 60 kilómetros por carretera». El flechazo fue instantáneo. Se compró una 'flaca' y esa semana participó en su primera marcha. Literal. Y no era una prueba cualquiera. Se trataba de la Gallarta-Gallarta. 97 kilómetros y su debut con las calas. «Yo no lo sabía, pero es una carrera que se hace a fuego, con pocos participantes y de nivel. Cuando llegué, había tres chicas y me dije: '¡que todavía hago podium!' Quedé la última... ¡Desde el kilómetro 1 ya iba sola!», recuerda con gracia. Aunque el recorrido a priori no es muy exigente, el ritmo que marcan los participantes es brutal: «¡y yo pensando que a mitad de la marcha iba a coger a alguien!». Pero todavía quedaba lo 'mejor'. En la última cuesta, en el alto de Putxeta, la ambulancia que cierra la prueba le golpeó por detrás. «Me caí al suelo y se me rompieron los cambios. El conductor, que se llevó un buen susto, me dijo que me agarrase del retrovisor, que me subía. Había llegado hasta el kilómetro 95, me quedaban dos para acabar y, lo siento, no me iba a rendir. ¡Iba a subir y con el plato grande!», rememora. Su positivismo le llevó hasta la meta, donde recibió su merecida ovación. «Cuando terminé me dije: esta es la primera de muchas... '¡esto a mí me encanta!'». Ni aquel incidente ni los que vinieron después -«en la bici me he pegado leches como panes, ¿eh?»- le han quitado la ilusión de subirse a las dos ruedas. Tampoco otros contratiempos que dejan más huella que las heridas físicas. «Lo más desagradable que me ha pasado cuando he salido a pedalear sola -porque no me ha pasado cuando he ido con chicos- es tener que escuchar ciertos comentarios de algunos conductores. No tengo por qué aguantar esas burradas. Es verdad que nunca ha ido más allá; pero, ¿por qué tengo que soportar eso?», se pregunta con rabia. Aún así, tiene claro que nada ni nadie va a conseguir que se baje de las dos ruedas: «hago deporte porque disfruto haciéndolo. Mentalmente desconecto, me ayuda a cargar pilas… ¿Por qué me van a quitar la ilusión? ¡Me niego!».
Amaia López (Vitoria, 30 años) practicaba atletismo y natación desde la infancia. Hace cuatro años, cuando regresó de Cáceres de estudiar veterinaria a su Vitoria natal, le apetecía retomar el deporte. «Tenía curiosidad por el triatlón, pero nunca había andado en bici de carretera», cuenta. Su vecino le prestó una y le enseñó a pedalear con calas. Ahí descubrió el ciclismo. Todavía no lo sabía, pero el gran desconocido se iba a convertir en su gran pasión. Tras participar en infinidad de triatlones y subir a varios podiums, este año lo deja todo por las dos ruedas. Nada le aporta tanto: «me divierte, conozco sitios nuevos... te da la libertad más absoluta». El miedo a salir sola a la carretera nunca ha invadido sus pensamientos. Sale una media de cinco días a la semana y realiza unos 400 kilómetros. De lunes a viernes, suele pedalear en solitario. Los fines de semana, en cambio, comparte su hobby con otros ciclistas. «Mi grupeta es mayoría de chicos. A muchas mujeres les da miedo andar con hombres porque piensan que les vamos a hacer ir más lento. Pero no se dan cuenta de que el que saber andar, sabe suave y fuerte y se adapta a todos los ritmos. Al final, esa es la gente que te enseña y te da consejos. También se sufre porque te exiges más, pero es muy gratificante». Además, aunque le da rabia reconocerlo, afirma que compartir sus salidas con el género masculino le da más seguridad: «Es una pena admitirlo, pero mi experiencia es así. Si vas con un grupo de chicos se te respeta más que si vas con mujeres. Los insultos que he recibido cuando he salido con chicas no me han pasado cuando voy con chicos».
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No existe una carretera vizcaína que Inma Rafael (Bilbao, 43 años) no conozca al dedillo. Desde los 24 años, esta apasionada de la bici, no se ha bajado de una. Lo que empezó como un juego, se acabó convirtiendo en una adicción, una droga. Y fue poniéndose retos. Con esfuerzo y sacrificio, ha salido victoriosa de todos: campeona de Euskadi de duatlón y triatlón varios años, campeona de Bizkaia de ciclismo en ruta y de contrarreloj… Hasta ha competido dos años en el Tour, uno en el Giro y en la Emakumeen Bira cuando era una carrera internacional. De esto han pasado ya unos 8 años. En este tiempo, ha dejado un poco aparcada la 'flaca' por la mountain bike. ¿Por qué? «Porque prefiero ir con alguien. Ahora voy a disfrutar y me es más fácil encontrar gente que me acompañe al monte que al asfalto». Reconoce que cuando tienes un objetivo, la cosa cambia. «Si compites, sales a entrenar sí o sí; pero no cabe duda de que el riesgo de la carretera está ahí». Nadie mejor que ella lo sabe. Un turismo la arrolló en 2005 en la rotonda de Ibarsusi. «Iba sola y el coche me lanzó al arcén». Estaba en un buenísimo estado de forma y, aunque todo se quedó en quemaduras, múltiples golpes y luxación del sacro, ese infortunio le cambió la vida. Sintió una suerte de terremoto, uno de esos temblores cuyas grietas nunca desaparecen. Desde entonces, intentaba siempre salir acompañada. «Si vas en pareja, aunque a algunos conductores les moleste, eres más visible. Y no le queda más remedio que adelantarte como si fueras otro coche», explica. Aunque considera que la concienciación es mayor en Bizkaia que en otros territorios, no se ha librado de escuchar auténticas barbaridades: «vete por el bidegorri, zorra». «¿Zorra? ¿Pero qué te he hecho yo para que me insultes de esa manera?», se pregunta cabreada. «Lo siento, pero no puedo ir por el bidegorri a 40 km/h. Hay niños en bici, gente en patines... No voy de paseo. Estoy entrenando». El tiempo le ha curado las heridas y este año se ha propuesto volver a coger la 'flaca'. «Echo mucho de menos hacer rodajes largos. Coger la bici y hacer 120 kilómetros disfrutando de las carreteras, los paisajes… ¿sabes qué sensación más placentera es esa? ¡Es indescriptible!». Anima a todas las mujeres a que se apunten a iniciativas como Bizikume, un grupo de chicas que organiza quedadas para aquellas a las que les gustaría probar pero les da miedo salir solas: «A las chicas nos gusta pedalear, ¡no hay más que ver las clases de spinning de los gimnasios!».
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A Aintzane Barrena (Vitoria, 33 años), el ciclismo le llegó por amor. Su marido, Eriz Ruiz de Erentxun, fue ciclista profesional en el Orbea-Oreka SDA. Las dos ruedas llamaban a su puerta y Aintzane decidió subirse hace cuatro años. Aunque al principio pedaleaban juntos, pronto empezó a disfrutar también en solitario. «En Álava es una gozada salir a andar en bici. Hay un montón de carreteras secundarias por las que apenas hay tráfico». Ahora, lo ha convertido en su modo de vida: «pedalear es mi mejor terapia, me llena. Participo en alguna salida cicloturista, pero no tengo la vena competitiva. Salgo por placer». Agradece a su pareja que le diese ese empujón porque «empezar a andar en bici no es una decisión tan sencilla como probar a correr. Tienes que hacer un desembolso económico importante y a muchas chicas, aunque les pueda apetecer, les cuesta más dar el paso». Y si alguna se atreve a lanzarse a la piscina, comienza un mar de dudas. Ahora, ¿quién me enseña? Aintzane cree que esa debe ser la menor preocupación gracias a iniciativas como 'She is cycling'. La exciclista Amaia Martioda y Zuriñe Carreño lideran este proyecto en el que organizan salidas los fines de semana orientadas a las mujeres -también pueden participar hombres- y las arropan y animan a conseguir sus objetivos.
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