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Bilbao le suena a amanecer. Apenas un día después de verse aterrorizada, llorando con la barbilla en el pecho en mitad del caótico aeropuerto de Kabul mientras sonaban los disparos talibanes, Nilofar Bayat se despertó en la capital vizcaína. «Estaba lloviendo. Me gustó. En Afganistán ... no llueve mucho», recuerda. No había dormido apenas. «Tenía mucho lío en la cabeza, pensando en cómo iba a empezar una nueva vida aquí». Venía de un país que se había quedado a oscuras de repente atrapado en los tentáculos del fanatismo. La llegada de los talibanes al poder devolvió a la población al pasado. Sobre todo, a las mujeres. Tachadas. Insivibles de nuevo. Nilofar lo dejó todo allí, sus cosas, su familia, su vida... hasta la silla de ruedas con la que jugaba al baloncesto. Voló sin nada en busca de libertad. Amaneció hace poco más de un mes en Bilbao como si hubiera salido de una máquina del tiempo. Sin transición. Llovía. Abrió lo ojos y vio mujeres paseando, solas, seguras. Se emocionó.
Eso, la seguridad, fue lo que más le sorprendió. Procede de un lugar donde la guerra parece infinita. Una bomba talibán le inutilizó una pierna cuando era niña. Ahora tiene 28 años y es abogada. Hace apenas unas semanas todo se derrumbó a su alrededor en un santiamén cuando los talibanes recuperaron el poder. Era la capitana de la selección de baloncesto en silla de ruedas, un símbolo en la lucha por los derechos de la mujer. Un objetivo para los fanáticos. O huía o, como poco, la enterraban en vida. El Gobierno español le abrió la puerta de salida y el club bilbaíno Bidaideak BSR le ofreció a ella y a su marido, Ramish, plaza en el equipo. Un rescate. «Nunca me había imaginado que podía perderlo todo en un día», dice.
Y en un día, tras desembarcar a Bilbao con lo puesto, recuperó la primera piedra para construir su futuro: la esperanza. «Me parece increíble haber iniciado aquí una nueva vida tan rápido. Hay muchas más oportunidades que en mi país para las personas con discapacidad, para que podamos disfrutar una vida plena», agradece. Bilbao es un paisaje inesperado para ella. Ojos nuevos sobre una ciudad que le parece vestida de gala. «Me ha gustado el sistema de transporte, adaptado a los discapacitados. Increíble. Allí no hay ningún autobús así ni nada parecido. La gente con dificultades tiene muy limitada la movilidad». Tantas décadas de conflicto han amputado muchas piernas y brazos en Afganistán.
Ahora, Nilofar pisa Bilbao; huella en su nueva Luna. «Me encanta dar una vuelta por el paseo de la ría, por el Guggenheim. Es precioso. La gente me para para hacerse fotos conmigo. Me conocen». Conocen su historia, su lucha en Afganistán, a un vuelo de distancia y tan lejos. Tanto como para que Nilofar exprese con una frase la distancia entre dos mundos: «Por primera vez en mi vida puedo pasear sola y de noche». Ha podido hacer al fin lo que aquí es cotidiano. «Es lo que más me ha sorprendido. La seguridad para las mujeres. Verlas paseando solas. Me gusta mirarlas y ver que son independientes, activas, con autoestima».
Bilbao es para ella un descubrimiento diario. «Por las mañanas voy a clases de castellano. Tres horas». Es uno de los requisitos para regularizar su condición de refugiada. Vive acogida con su marido en un piso bajo la tutela de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). «Tras las clases me toca hacer los deberes. Y hago la comida, limpio la casa... Y por la tarde, a entrenar a la cancha (Polideportivo de Txurdinaga)». Tras los seis meses que duran los trámites para obtener la condición de refugiada, podrá buscar ya trabajo. Confía en defenderse pronto con el idioma. Mientras, ni pestañea pateando la ciudad. «Veía gente así en las películas y ahora la veo a mi lado».
Así es la imagen de su nuevo hogar que traslada a su familia, a sus padres, su hermana y sus tres hermanos, que siguen en Afganistán. «Quiero traerlos. No tienen trabajo. Mi hermana es activista... Estoy preocupada». La comunicación es complicada. «Allí no funciona muy bien Internet. Hablé hace dos semanas con mi madre y la semana pasada con mi hermana. Quiero que vengan -insiste- y ponerlos a salvo». Bilbao es la meta, el paraíso al otro lado de la frontera. Empieza a conocer sus calles, sus ritos, sus precios. «¡Qué caro es todo!». Con la escasa ayuda económica que su marido y ella reciben apenas les da para llenar la cesta de la compra. Del nuevo menú se queda con la «paella y la tortilla de patata». Pronuncia esas dos suculentas palabras en castellano.
Hasta el baloncesto es aquí distinto. Juega con hombres. «Es la primera vez que puedo estar con mi marido en el mismo equipo». «Me gusta, aunque supone una dificultad -explica- porque ellos son más fuertes y grandes. Pero estoy aquí para mejorar»; para izar su bandera, también, aunque sabe que eso supone un riesgo para su vida y la de los suyos. Hasta el maquillaje que lleva es una reivindicación. Una nota perfumada y combativa. «Desde el principio he sabido que contar lo que cuento me ponía en peligro. Pero alguien tiene que decir la verdad sobre lo que sucede en mi país. Y mejor si es una mujer».
Ayer, en Amurrio, jugó su primer partido con el Bidaideak BSR. El baloncesto, su pasión, es además una ventana abierta para difundir su mensaje. «Quiero llevar la bandera de mi país cuando juego. El deporte sirve para hacer cosas buenas. Me vale de estímulo, refuerza mi autoestima. Demostramos que las mujeres podemos practicar una actividad exigente y muy física. Es una reivindicación. Nos hace visibles a las afganas con discapacidad». Dentro de veinte años, Nilofar Bayat se imagina aquí, en su nuevo hogar, «jugando aún al baloncesto y luchando». A eso quiere dedicar sus días en el nuevo mundo. Las noches serán para disfrutar de su recién conquistado privilegio: pasear junto a la ría sola y sin miedo hasta el amanecer si le apetece. Que llueva lo que quiera.
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