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EL CORREO ha compartido un día con Made Urieta, marcado por su dedicación al baloncesto, por el frenesí de los días previos a la Copa y por una personalidad arrolladora que solo comparte cuando la confianza es plena. Llegado ese punto, es tan generosa ... en la conversación como enérgica en la pista. Detrás de una apariencia dura y contundente, se esconde una mujer emotiva y muy de verdad.
Un café con Made Urieta puede ser el momento más largo para cualquier interlocutor. El baloncesto es la excusa para conocer en profundidad al personaje que se esconde. Detrás de su mirada penetrante está el primer paso antes de entrar en confianza. La entrenadora abre la puerta a la otra Made, la que soñaba en su infancia con un balón, como gran motivación en su vida.
«Como tengo ese carácter como entrenadora, la gente piensa que soy borde, pero soy tímida. Pero es por esa fachada que tengo que soy muy intensa. En los entrenamientos y partidos no soy tímida. Ahí sale todo mi esplendor. Soy una mezcla de ambas. Con mis amigas soy la que hace las bromas. Con la gente que no tengo confianza soy más seria porque me corto, pero cuando me abro se sorprenden». En las distancias cortas, tiene un instinto protector innato. Su compañía te hace sentir segura. Ella lo sabe.
«Nadie se hace una idea de lo emotiva y romántica que soy». Puede que sí. Su manera de expresión es el baloncesto que propone, con una carga emocional que da identidad a sus equipos. «Intento transmitir eso a mis jugadoras y he tenido la suerte de que lo entiendan». Considera el amor como motor de su vida, porque «es fundamental el apoyo de mi pareja que me entiende, me completa, que con una mirada ya sabe todo lo que necesito».
No lleva la cuenta de los kilómetros que habrá recorrido viendo baloncesto. En cada viaje siempre ha tenido su momento, para ella. El lugar donde encontrarse consigo misma. «En el coche pienso en mis cosas y nadie me invade. Son mis momentos donde puedo reflexionar». Pero si hay algo que transforma a Made es el agua y sobre todo, el mar. «Todo lo relacionado con el agua me relaja muchísimo, los lagos, el pantano y la playa especialmente. Me encanta el sonido de las olas, me calma muchísimo. Sopelana es uno de los sitios de mi vida, en ese alto con los acantilados y la vista del mar, es muy especial para mí».
Rota la barrera de la precaución, Made es capaz de entregarse a las personas que quiere. La empatía es de ida y vuelta. Su cuadrilla, nacida de los entornos del baloncesto desde hace más de 20 años, sigue creciendo con más de treinta amigas. Cualquiera de ellas, Ainara, Rakel, Iratxe, describen a la entrenadora como una persona «muy divertida, amiga de sus amigas, leal y cabezota». Los ojos brillan en Urieta cuando habla de ese entorno que tanto ama y cuida. «Son muy especiales. Somos totalmente diferentes, pero conectamos tan bien que somos esenciales juntas (se emociona). Cuando falta una, se nota su ausencia. No soy mucho de expresar, pero sí de demostrar. Me gustaría pasar más tiempo con ellas», concluye visiblemente emocionada.
Nos tomamos una pausa. A media mañana, Urieta elige el café. Le gusta leer la prensa y hojear lo que se dice un día de resaca tras un partido de su equipo. Pero la primera hora del día viene acompañada por tostadas con jamón y el colacao, mientras prepara la sesión de entrenamiento. De casa a Mendizorroza y viceversa. En el Araski el consenso es habitual, y siempre compartido por su inseparable Livia, amiga, presidenta de la entidad y prima.
No todo ha sido un camino fácil. El divorcio de sus padres marca la adolescencia de Made. Con perspectiva, fue lo mejor que pudo suceder. Hoy, Iñaki y Edurne ejercen de padres devotos de una hija entrenadora. El baloncesto les ha unido. «Lo pasas mal, pero lo pasas peor en el antes, cuando las cosas no van bien en casa que en el proceso del divorcio en sí. Si era lo mejor para ellos, me alegré porque estirar situaciones que no conducen a nada es absurdo y que cada uno coja su camino. A ellos les ha juntado el baloncesto, el verme», explica, mientras añade el papel fundamental de su abuela María.
Entre la psicología y el diseño gráfico, optó por lo segundo, ayudada por su padre, que dirige una agencia de publicidad. Aunque la joven Made sabía que lo suyo era el baloncesto, trabajó con su padre codo con codo hasta que ambos se dieron cuenta de que «el león ya no podía permanecer más tiempo en la jaula. Yo necesitaba marcha y eso solo me la daba el Araski». recuerda.
«Si algo me gusta voy a muerte a por ello, aunque 200 personas me digan que no está bien»». En sus principios como entrenadora su padre le dio «mucha caña. Me decía que a dónde iba con esto, y hoy es el día que ha reconocido que se equivocó. Soy tozuda, es un rasgo muy característico». Es cierto, esta mujer se empeñó en vivir del baloncesto y lo hace, aunque el dinero no haya sido algo que le haya movido. Cuando el equipo subió a Liga Femenina en 2015, nadie se esperaba este éxito. Con distancia, Made reconoce amargamente que durante una temporada en Liga Femenina 2 «algunas jugadoras me hicieron la cama, pero aquella página ya está pasada. Fue duro», confiesa.
Llegado el momento de la cuenta atrás, la Copa de la Reina invade nuestra cabeza. Utilizamos su frase de cabecera. «Crea un sueño, cree en él y haz que suceda» para poner la guinda a un encuentro que nos deja el lado más humano de una mujer referente dentro y fuera de las canchas de baloncesto.
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