
Olga Jiménez
Viernes, 21 de febrero 2020, 00:05
La conocimos como Maja Vucurovic, pero tras casarse en el mes de mayo, adquirió el apellido de su marido: Stamenkovic. La ala-pívot serbia, junto a Paula Estebas, Roselis Silva y Vanessa Gidden, este viernes en el equipo rival, formaron parte de Araski en diferentes momentos y con mayor o menor fortuna. Fue el caso de la jugadora nacida en Senza, casi en la frontera con Hungría.
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Cuando ella nació, lo hizo en territorio yugoslavo en plena guerra de los Balcanes. Jugadora profesional casi por necesidad, nacida de la cantera del Radivoj Belgrado para después recorrer varios países con equipos como Wisla Cracovia Polonia, Rumanía, Bélgica, Francia, República Checa, Alemania, Ecuador y Hungría, además de varios meses en España de la mano del Celta en Vigo. Su llegada a Vitoria despertó ilusión.
El carácter balcánico nunca se discute, pero a Maja le faltó su espacio en un equipo donde Ariel Edwards acaparó focos y protagonismo. Decidida y valiente, optó por marcharse a Liga 2, a pesar del paso atrás de categoría. «Decidí ir porque en Vitoria me faltaba mi juego. Entrenábamos mucho, pero no tenía minutos para ayudar como yo sé. Necesitaba estar contenta conmigo misma, jugar feliz. Y cuando me vino la oferta de Logroño, no lo vi mal, al menos irme a casa con buenas sensaciones. Ya no es una cosa de números, de demostrar. Es más ser feliz», apunta de forma sincera. En su debut con la escuadra riojana ante el Alcobendas, anotó 28 puntos en 19 minutos, con 10 rebotes y 38 de valoración. «Eso me ha pasado una o dos veces en mi vida. Fue divertido y lo disfruté».
Su gran temporada permitió ayudar al ascenso de Campus Promete a la máxima categoría donde había permanecido cuatro años desde la temporada 2014-15. La niña Vucurovic creció en una familia donde el deporte era casi religión. Su madre fue jugadora de balonmano profesional mientras ella prefería la raqueta que la canasta. Con 13 años y ante la limitada situación económica de la familia, optó por el baloncesto debutando como profesional con 18 años.
Sabe lo que es sentir la soledad del deportista. «Salí con 16 años sola a Belgrado para formarme en el Radivoj. Empecé muy joven y fue duro porque me separé pronto de mi familia. Llevo 12 años dedicada al baloncesto. Gracias a su apoyo soy lo que soy. Y por ello, ahora los cuido y aporto lo que puedo».
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Un sueldo medio en Serbia ronda los 300 euros. Los padres de Maja son ingenieros, aunque no ejercen. Los efectos devastadores de la guerra tienen un día a día que ya no sale en los telediarios. Serbia es un país que no ofrece futuro. Sus jóvenes se marchan en busca de oportunidades. El baloncesto femenino es uno de los damnificados. «Tenemos una selección buena, competitiva, porque hay jugadoras de una generación que tuvo talento. Pero en mi país, no se trabaja el baloncesto femenino como el masculino». Sin demasiada discusión, Obradovic es Dios.
En España, Maja Stamenkovic ha encontrado estabilidad. Añora Vitoria, donde se sintió «como en familia», y al que también considera «su equipo» algo similar a lo que se ha encontrado en Campus Promete, donde lucha por hacerse un sitio entre tanto talento como la jamaicana Gidden o Leia Dongue, pilares sobre los que se sustentan su equipo.
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Entre compatriotas anda el juego, ya que comparte vestuario con otras dos: Milica Ivanovic y Adrijana Knezevic. Al más puro estilo serbio, en un más que correcto castellano, aunque también podría pronunciarlo en inglés, polaco, húngaro, checo, alemán y francés, lenguas que domina, afirma que «la vida es un largo viaje donde lo más importante es ser feliz». Licenciada en económicas y preparada para lo que venga, ha conseguido aparcar el sufrimiento. Su cabeza y su cuerpo han logrado el equilibrio. Maja se siente feliz.
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