'La visita inoportuna' (1868). Durante muchos años, un clásico del Bellas Artes y el único desnudo a la vista en Bilbao.

Zamacois, el primer artista vasco de éxito internacional

Nacido en Bilbao en 1841, triunfó en París y Estados Unidos hasta que el impresionismo arrinconó su estilo

Lunes, 26 de marzo 2018

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El vendaval de las vanguardias se llevó por delante la fama de los academicistas, los pintores anteriores a ellos que ganaban mucho dinero trabajando para la pudiente burguesía de países como Francia o Estados Unidos. Entre ellos despuntaba un bilbaíno nacido en la calle Bidebarrieta ... el 2 de julio de 1841, el primer artista que disfrutó de una beca de la Diputación de Bizkaia en una larga lista que llega hasta la actualidad. Van Gogh le citó, para bien, en una de sus cartas a su hermano Theo, y Charles Dickens le compró un cuadro. Cuando el Museo del Prado reivindica con una gran muestra la trayectoria de Mariano Fortuny, es tiempo de que se levante el velo del olvido sobre uno de los pintores con los que se le asoció, Eduardo Zamacois y Zabala, el primer artista vasco de éxito internacional.

El jefe del departamento de Colecciones del Bellas Artes de Bilbao, Javier Novo, se ha puesto a la tarea con la publicación del libro ‘Eduardo Zamacois. Pintor de detalles’. «Fue un artista de moda, un miembro del ‘star system’ artístico. Creó un estilo propio. El mercado le adoraba y, de hecho, al poco tiempo de su muerte no quedaba ni un cuadro a la venta. Pero en 1863 se celebró el Salón de los Rechazados», recuerda Novo. En este se presentaron obras como el ‘Desayuno sobre la hierba’ de Manet. Zamacois estaba en el otro lado, en el oficial, y la historia encumbró a los entonces miembros del marginal impresionismo. «No por eso es cuestión de despreciar a los academicistas. Al revés, para conocer a los impresionistas necesitas entenderlos».

Arriba, ’La educación de un príncipe’ (1870). El heredero juega a derribar soldados. Los de detrás saben que pueden caer en desgracia. Debajo, ’El favorito del rey’ (1867). El tema de los bufones estaba de moda, como lo demuestra el ‘Rigoletto’ de Verdi. En último lugar, Eduardo Zamacois murió a los 29 años y poco después toda su obra estaba comercializada

El padre del artista, de origen francés y extracción humilde, había trabajado de marraguero -fabricante de colchones- en Atxuri. Ejerció de profesor en un piso de la calle Jardines, donde vivía la familia, y fundó el Colegio de Humanidades de Bizkaia, en el que cursaban sus estudios unos ochenta alumnos. El pintor se crió dentro de una familia que apostaba muy fuerte por la cultura. Tanto es así que la familia se fue a vivir a Madrid cuando su hermana Elsa empezó a despuntar como cantante lírica.

El gusto por los bufones

El traslado posibilitó que Zamacois se matriculase en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Compaginaba las clases con sus prácticas de copista en el Prado, donde desarrolló un gusto muy próximo al de los clásicos flamencos, como se evidencia en su cuadro ‘Una despensa’, realizado con fragmentos de obras del holandés Frans Snyder y que hoy pertenece a la colección del Bellas Artes bilbaíno.

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Un oscuro suceso en el que podía estar comprometido el honor de su hermana, entonces famosa cantante de zarzuela, precipitó la salida de la familia a París, a pesar de que la noticia era falsa. Su padre consiguió que Meissonier, el más respetado entre los academicistas, acogiera a Zamacois en su taller. Enseguida comenzó a triunfar en los salones oficiales, organizados por la Academia francesa, y este éxito le llevó a fichar en 1866 por el marchante que mejor meneaba el negocio, Adolphe Goupil, que también representaba a Fortuny y al propio Meissonier.

'Eduardo Zamacois. Pintor de detalles'

  • Autor Javier Novo

Desde el principio encontró una clientela en Boston que pagaba bien. «La gran burguesía estadounidense se había hecho rica comerciando con ropa, licor, azúcar y barcos en la Guerra de Secesión. Sus casas no eran palacios y pedían una obra de mediano formato. Goupil y sus pintores, como Zamacois, se la proporcionaron», explica Novo. Hace escasas semanas salió a la venta en Boston uno de sus cuadros.

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El autor del libro presenta al pintor bilbaíno como un exponente de los gustos de su tiempo. «Le gustaba pintar bufones. Pero es que el ‘Rigoletto’ de Verdi era un bufón de la corte del ducado de Mantua, que se basa en ‘El rey se divierte’ de Victor Hugo». Latinoamérica y Japón también reconocieron la valía de Zamacois, al que un cambio en el gusto artístico hacia finales del siglo XIX le dejó arrinconado.

Murió en 1871, con 29 años, a causa de una angina de pecho. A los meses del fallecimiento toda su obra estaba comercializada. Pero hacia 1915, cuando las vanguardias barrían todo lo que se les ponía por delante, muy pocos se acordaban de él.

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Los bilbaínos, sin embargo, le tuvieron presente durante décadas, las que estuvo colgado su cuadro ‘La visita inoportuna’ en el Bellas Artes. Su modelo contaba como la única representación de un desnudo femenino que se podía ver en Bilbao en los tiempos más negros del franquismo. No era como para perdérselo.

Críticas e ironías, pero sin caer en exageraciones

«Zamacois tenía cuidado, pero no se privó de críticas», dice Javier Novo. En ‘Regreso al convento’, propiedad de Carmen Thyssen, representa a un cura tirando de un burro. El mensaje que quiere colar es que el cura compite en testarudez con el asno. En ‘La educación de un príncipe’, aparece el heredero jugando a los bolos frente a soldados de plomo. Detrás de ellos figuran los consejeros en línea de tiro, recordatorio de que cualquiera podía caer en desgracia. «Al cliente burgués le gustaban estos temas porque daban motivos de conversación. Eso sí, una exageración de mal gusto podía arruinar una carrera», incide Novo.

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