«Vivimos la mejor etapa de la Historia, en lo material y lo moral»
Javier Gomá | Filósofo y escritor ·
«Sería horrible vivir enun mundo en el que no tuviéramos derechoa un cierto error», dice el autor bilbaíno, que publica el ensayo 'Dignidad'Secciones
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Javier Gomá | Filósofo y escritor ·
«Sería horrible vivir enun mundo en el que no tuviéramos derechoa un cierto error», dice el autor bilbaíno, que publica el ensayo 'Dignidad'Tras escribir sobre la ejemplaridad, el filósofo y ensayista Javier Gomá (Bilbao, 1965) ha vuelto sus ojos hacia un tema acerca del que el volumen de reflexiones es muy pequeño. En 'Dignidad' (Ed. Galaxia Gutenberg) se adentra en asuntos relativos al progreso moral de las ... sociedades y aborda cuestiones que nos afectan hoy como siempre, desde una perspectiva alejada de los tópicos. Defensor de «la profunda belleza de la igualdad» y de una «ética de la indulgencia» ante los «comportamientos indignos de los demás», Gomá destaca que vivimos en el momento de mayor progreso económico, social y moral, pero alerta de que «todas las conquistas son precarias y reversibles».
- Comienza su nuevo libro criticando el prestigio intelectual de la tristeza. Nos han convencido de que lo vulgar es la alegría.
- Es como si solo hubiera singularidad en la desgracia. Petrarca se pregunta por qué hay tanto escrito sobre la miseria y nada sobre la dignidad. Porque para ver la primera basta con abrir los ojos y para la segunda hay que cavar, es preciso un esfuerzo. A partir del Romanticismo, ya no se acepta el mundo ordenado que antes existía y se preguntan por el sentido de la vida. Entonces, la indignidad de la muerte conduce a la melancolía. Aún hay más: desde Marx, la cultura, que era un instrumento de socialización, se convierte en uno de dominación. Por eso la alegría es sospecha de estupidez. Aquí, incluso más. En español, a quien tiene ilusiones se le llama iluso, no informado.
- Esa vieja máxima de que un pesimista no es más que un optimista bien informado.
- Pero la alegría inteligente es la mayor obra de arte. Es lo que hace la vida digna de ser vivida.
- La dignidad es lo que estorba, escribe. Incluso lo que estorba a las causas justas. El hombre nuevo, el gran concepto del siglo XX, se llevó por delante a millones de personas que estorbaban.
- Puede definirse la dignidad como la cualidad que nos hace acreedores ante el resto. Quien posee dignidad no puede ser tratado como algo que tiene precio. El acto inmoral es tratar al individuo como algo sustituible. Nadie puede expropiar esa dignidad, ni siquiera las causas justas.
- La sociedad ha progresado moralmente, pero con frecuencia se juzga el pasado con las normas de hoy. ¿Qué juicio le merece?
- Tener una visión culta es hacerse cargo de la dimensión temporal de lo humano. Nada escapa a eso, ni siquiera la dignidad, que es algo que vamos descubriendo. Hay un progreso económico y social, y también moral. Juzgar el pasado con los valores de hoy supone ignorar la temporalidad. También a nosotros nos juzgarán, no lo dude. Pero hoy vivimos en la mejor etapa de la Historia, en lo material y en lo moral.
- ¿Es optimista sobre el futuro, sobre el ser humano en general?
- Sabemos que todas las conquistas son precarias y reversibles. El progreso ha tenido descensos al abismo y rodeos que han causado muchos muertos. Reconozco el progreso de los últimos siglos, pero eso no garantiza nada. La especie humana se pone con frecuencia al borde del abismo pero es adaptativa y no cae en él. No hay una ley del progreso. Tengo confianza pero no seguridad.
- En cambio, hay un gran pesimismo en la sociedad: por la crisis ambiental, el auge de los populismos, los flujos migratorios que no se sabe cómo gestionar...
- La pregunta es esa. ¿Por qué vivimos el mejor momento de la Historia y cunde en todas partes el malestar? El progreso en la conciencia de la dignidad multiplica las causas de la indignación. Progresamos más que nunca pero estamos más indignados.
- Criticamos a los políticos. Pero los hemos votado. ¿No somos conscientes de eso?
- La democracia es un procedimiento para elegir a quienes nos mandan. Y los políticos están fascinados por el poder. La ciudadanía de hoy, no tenga duda, es más ilustrada que la de hace 50 años, y la de dentro de 50 lo será más que la actual.
- Si miramos lo que se dice en las redes sociales, no lo parece.
- Lo que ha sucedido es que se han creado nuevas formas de expresión y libertad sin instrucciones de uso. ¿Qué hubiese pasado si en 1910 se hubiese regalado a todo el mundo un coche y un carné de conducir? Me parece milagroso que cada día se muevan tantos millones de vehículos con un número ínfimo de incidentes. Lo que sucede con internet es que estamos circulando sin hábitos de educación colectiva sobre cómo hacerlo.
- ¿Cree que mejorará?
- Me lo imagino mucho más civilizado dentro de veinte años, por ejemplo. Ya noto hastío ante ciertos usos de las redes y hay reclamaciones que apuntan a principios de autorregulación. Creo que en el futuro la gente estará instruida ante la manipulación. Aunque habrá otros problemas.
- Una de sus preocupaciones es la banalidad, que se ha convertido en el centro de la cultura contemporánea. ¿Cómo se lucha contra eso?
- La banalidad es la nada envuelta para regalo. Durante siglos Europa se impuso militarmente. Ahora lo hace por el atractivo de lo que aporta y el don más precioso es la autocrítica. Es fruto del nihilismo de los siglos XIX y XX, que tuvo un efecto purificador. El problema llega cuando criticas el pasado sin poner los fundamentos del futuro, como pasa ahora. Una de las grandes aportaciones del siglo pasado fue la profunda belleza de la igualdad. Pero al pasar de una etapa a otra, al juntar libertad e igualdad, en un primer momento hay banalidad. Es el punto de partida, no el de llegada. Es el camino de sustituir una minoría selecta por una mayoría selecta.
- ¿Y esa fascinación por lo abyecto de la que también habla? Habla mal de la educación que recibimos.
- Todo tiene su lado positivo. Hasta el siglo XVIII, la cultura estaba presidida por el principio de instruir deleitando. Tenía una misión civilizadora y era una exhortación a la virtud. Rousseau sustituye ese principio por la sinceridad y la autenticidad. Hay una rebeldía frente al orden anterior y se nos empuja a la originalidad y la extravagancia, con el efecto que ello tiene en todo. El ser que más insiste en esa diferencia es el artista. El Romanticismo fue una ruptura de los límites, que como le decía tiene cosas buenas, pero hoy debe haber una fijación colectiva de los límites para hacer posible la convivencia.
- Nuestro sistema educativo prima el no dejar a nadie fuera frente a la búsqueda de la excelencia. ¿Qué opina de ello?
- Ya sabe que tengo un discurso antielitista. Nuestra sociedad ha sido de mando y obediencia y estamos en la aurora de una cultura basada en la igualdad. Pero ese paso no se da en un fin de semana, ni en veinte años. Entiendo que primero haya un esfuerzo igualitario y que eso redunde en una cierta vulgarización.
- Que estamos viviendo a diario.
- Yo tendría paciencia con eso. Para mí, lo más sublime es lo igualitario. No hay empresa superior a la de aprender a ser mortal. Por supuesto que tiene que haber una educación en la excelencia, pero la educación reglada es solo un elemento más en la formación del ciudadano. Y el contrapoder más grande en el mundo es una ciudadanía ilustrada.
- El Estado ha recortado el gasto en cultura y no pocas voces sostienen que debe quedar relegado ante otras necesidades. Eso va contra esa ciudadanía ilustrada.
- Debemos distinguir entre valores de peso y valores de altura. ¿Por qué gastar en museos cuando hay tantas necesidades por cubrir? Igual que cada uno mezcla supervivencia con cultura, en la sociedad, junto a los valores de peso, que añaden años a la vida, están los de altura, que añaden vida a los años. El Estado sabe, o intuye, que se trata de vivir con dignidad. Por eso destina a la música, la danza, el teatro, los museos, dinero que podría dedicarse a otras cosas. Entiendo que en épocas de crisis, y venimos de una de ellas, se recorten las subvenciones al teatro antes que las pensiones, pero en una sociedad próspera hay que cultivar esos valores de altura.
- Hablaba antes del Romanticismo, que entroniza un amor arrasador, que no se detiene ante nada porque todo vale para conseguirlo. ¿Ese tópico se opone a la dignidad?
- Puede ser indigno nuestro comportamiento, pero desde el siglo XX somos conscientes de que quien tiene el peor comportamiento mantiene una dignidad ontológica. La dignidad es un valor universal; el amor y la felicidad, no. Incluso en la cola para las cámaras de gas de Auschwitz, las personas que allí estaban eran dignas, aunque por supuesto no eran felices. Lo que nunca podemos hacer es tener comportamientos inquisitoriales ante la indignidad y lo no ejemplar. Sería horrible un mundo en el que no tuviéramos derecho a un cierto error, a ir aprendiendo. Hay también una ética de la indulgencia.
- Defiende la amistad incluso por encima del amor. ¿Quizá porque está sometida a menos vaivenes, a menos desgaste?
- El amor romántico es totalitario y el tiempo conspira en contra. La amistad respeta el principio de pluralidad y el tiempo juega a favor. Con todo, pienso que el amor es lo mejor si es susceptible de ser educado. La solución es poner el amor en alguien digno de nuestra amistad. La amistad es el paradigma de una socialización no coercitiva.
- Usted defiende la Transición en un momento en que tantas críticas recibe.
- Creo que hay un alto número de ciudadanos que la defiende aunque no salga a hacerlo en público. Pasa con ella algo parecido a lo que sucede si vas al Museo del Prado y te acercas tanto a 'Las Meninas' que lo ves a unos pocos centímetros del lienzo. Ves manc has. Solo si te alejas ves su belleza.
- ¿La miramos entonces con demasiado detalle? En el libro escribe que se diseñó una España imperfecta pero posible que antepuso la concordia a la justicia estrica.
- Cuando lo miras en perspectiva, como un proceso lento de modernización, descubres la maravilla del cuadro de la Transición. Todo lo humano está expueso a lo incierto y lo provisional. Si abandonamos la tendencia al presentismo, descubrimos que la Transición fue un prodigio civilizatorio. Quien la critica es porque no ha adoptado una perspectiva histórica.
- Se critica no haber hecho una verdadera revolución.
- Tras la épica de la Transición, la lírica de los ochenta y el aburrimiento a partir de los noventa, es como si volviéramos a necesitar épica. Desde luego, los nacionalismos lo hacen. Son como la gente de 50 años que quiere vivir igual que a los 20. Convivir con el aburrimiento de las sociedades democráticas requiere madurez. Si no la tienes, inventas un romanticismo político.
Nació en Bilbao en 1965. Es Doctor en Filosofía y licenciado en Filología Clásica y en Derecho. Es director de la Fundación Juan March.
Obra filosófica. Es autor de la Tetralogía de la Ejemplaridad. Ha recogido microensayos, conferencias y otros textos en varios volúmenes.
Literaria. Es autor de tres obras de teatro. 'Quiero cansarme contigo' está publicada como libro.
El futuro «La especie humana se pone con frecuencia al borde del abismo, pero es adaptativa y no cae»
Nuevos valores «Una de las grandes aportaciones del siglo XX es la gran belleza de la igualdad»
Malestar «Progresamos más que nunca, y al mismo tiempo estamos más indignados»
El papel de la cultura «Los valores de peso dan años a la vida; los valores de altura dan vida a los años»
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