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El sonido pulsante de las palas del helicóptero, un 'Puma' de la Fuerza Aérea Española, anunciaba la llegada de Juan Pablo II, pasadas ya las 8.30 de la mañana de aquel sábado 6 de noviembre de 1982, ante la basílica de Loyola. La expectación ... era enorme: se trataba de la primera visita de un Papa a Euskadi, que en aquellos 'años de plomo' se desgarraba por los zarpazos del terrorismo etarra.
La aeronave, sin embargo, llegó con un considerable retraso y aterrizó en un lugar alejado del convenido, lo que obligó a las autoridades, políticas y eclesiásticas, a acercarse a la carrera para recibir al pontífice polaco. Fue una falta de puntualidad deliberada y un cambio de itinerario calculado ante un eventual ataque de ETA en la zona para asegurarse un eco propagandístico internacional.
Apenas cuatro horas antes la visita estuvo a punto de ser suspendida. En plena madrugada se había reunido en la Nunciatura Apostólica de Madrid una célula de crisis porque los servicios de inteligencia habían captado una conversación sospechosa entre San Sebastián y Francia en la que se decía 'Todo listo para las ocho', la misma hora que Karol Wojtyla aterrizaría en Azpeitia. En la reunión participaron Francisco Laína, director general para la Seguridad del Estado y vicepresidente del Mando Único para la Lucha Antiterrorista; el nuncio, Antonio Innocenti: el 'número dos' del Vaticano, el cardenal riojano Martínez Somalo; el organizador de los viajes papales, el padre Roberto Tucci, y el obispo Fernando Sebastián, coordinador de la visita.
El Ministerio del Interior aconsejó que se suspendiera esa etapa de la gira pero las autoridades eclesiásticas decidieron mantenerla, aunque con cambios en el programa. Ni siquiera lo consultaron con el Papa, que dormía en una de las estancias de la embajada de la Santa Sede. También se decidió aumentar las medidas de seguridad en el entorno de la basílica guipuzcoana, y realizar otra ronda con los perros. La protección estuvo encomendada a la Policía y a la Guardia Civil, con la ayuda de la Ertzaintza, recién desplegada en el control del tráfico, y sin pistolas. Sí portaban armas los 'berrocis' que participaron en el anillo de seguridad del 'doipuru' (Papa).
Juan Pablo II fue recibido por cerca de 200.000 personas, que cantaron en euskera el Himno de San Ignacio. Apenas hubo referencias a la violencia en su discurso, que finalizó con un 'Pakea zuei' (Paz a vosotros).
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