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Nunca fue un fotógrafo cualquiera. Básicamente porque tampoco se trataba de un hombre cualquiera. Y no solo porque le faltaran dos dedos de la mano derecha y tuviera una mirada acerada que te podía clavar en la pared como un insecto. Amigos, familiares y enemigos ... coinciden en un rasgo más llamativo: el fotógrafo Koldo Chamorro (Vitoria, 1949-Pamplona, 2009) estaba hecho de una pasta que no parecía de este planeta. Vivía en su mundo y conseguía mantener a raya a sus demonios con la cámara. «En lo personal y en lo profesional, llegaba un momento en que la realidad y la ensoñación se confundían. Era parte de su magnetismo», recuerda Clemente Bernard, comisario de la exposición 'El Santo Christo Ibérico', que acoge el Museo de Navarra hasta el 12 de julio.
A partir del día 20, pasará a exhibirse en la Fundación Museo Lázaro Galdiano, dentro del marco de PhotoEspaña 2020. El redescubrimiento de esta figura clave (y huidiza) de la fotografía española no ha hecho más que empezar. Las 103 imágenes que integran la muestra son una selección de las 1.400 que hizo el propio Chamorro «de un fondo infinitamente mayor». Entre 1974 y el Jubileo del año 2000, se dedicó a rastrear en los pueblos de España la silueta de la cruz. «Es uno de los reportajes monográficos en los que se empleó más a fondo, junto con otros trabajos como 'España mágica', donde aborda la identidad colectiva, y 'Pubis pro nobis', que ya en el título es una vuelta de tuerca de la letanía católica 'Ora pro nobis'. En todos ellos su enfoque es duro, sin paños calientes. Koldo no duda en intervenir como un director de escena, extrayendo la esencia de lo que ve, y eso en 'El Santo Christo Ibérico' se aprecia con nitidez», recalca Bernard, que llegó a conocerlo bien, primero en calidad de ayudante y más tarde como colega.
El libro 'Koldo Chamorro, El Santo Christo Ibérico' (ed. La Fábrica), publicado con motivo de la exposición, contribuye a profundizar todavía más en la complejidad de su obra y personalidad. Siempre aferrado a una Leica, presumía de llevarla colgada al cuello con un sedal para pescar tiburones. Le gustaba cultivar un halo de misterio, a medio camino entre Kung Fu y el Llanero Solitario. Era inclasificable. Nacido en Vitoria, criado en Guinea Ecuatorial y afincado desde los 16 años en Pamplona para estudiar Ingeniería de Telecomunicaciones y Marketing, en su madurez nunca dejó de sentirse «un negro de piel blanca», fuera donde fuera.
Las experiencias de su infancia y primera adolescencia en la colonia africana, donde su padre ocupaba el cargo de alcalde en la localidad portuaria de Bata, se le quedaron grabadas a fuego. Allí hizo sus pinitos como fotógrafo con una cámara Agfa, correteando de aquí para allá, siempre lejos de la mirada de los mayores. Era uno de los sobrinos favoritos de su tío Íñigo de Aranzadi, etnólogo y fundador de los Estudios Africanos en España, además de Caballero de la Orden de Malta.
El propio Chamorro era Caballero Novicio del Capítulo Noble de Aragón, Cataluña y Baleares de la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén. Una orden de caballería que se remonta a los tiempos de la Primera Cruzada, en el siglo XI. Una tradición vetusta que fascinaba al fotógrafo en lo que tenía de ritual y compromiso. Él también se identificaba con la búsqueda de un ideal más allá de lo tangible. «Es algo que impregna toda su obra. Como en la foto de 'El Cristo donante', en la que aparece el cuerpo de un chico al que acaban de extraer sus órganos. Koldo tenía claro que en su proyecto de 'El Santo Christo Ibérico' no iba a limitarse a inmortalizar procesiones. Su intención era captar la cruz allí donde estuviera. Y en ese momento, él la ve en un quirófano», apunta Bernard.
Chamorro se consagró a la fotografía durante casi 40 años. Así lo decidió tras su paso en 1972 por un taller internacional en Arlés, gracias a una beca de la marca de cava Castellblanch. Luego, trabajó con profesionales de la talla de Ansel Adams, Ernst Haas y Jean Pierre Sudre. Podía haberse convertido en un personaje popular dentro y fuera de su gremio. Pero no le interesaba. Solo quería disparar con la cámara. Lo hacía a toda velocidad con el pulgar derecho, a falta de los dedos índice y corazón cercenados en un accidente. Fundía una media de 20 carretes en 6 horas. Era su manera de sentirse vivo.
Ferozmente independiente, podía tener un carácter difícil. En el documental 'Totum revolutum' que puede verse en la exposición, su hija, Oihane Chamorro Pérez, heredera del legado, se queja del carácter de su progenitor: «Daba la impresión de que quería ser un artista maldito. Podía llegar a ser complicada la relación profesional y personal con él». También el fotógrafo Ramón Masats reconoce que su colega navarro «tenía un temperamento que le granjeaba enemigos».
Nunca daba su brazo a torcer y eso no le favorecía, sobre todo porque era un autónomo, que lo mismo debía hacer fotos de moda que de publicidad para pagar las facturas. El salto a la tecnología digital tampoco le benefició. Iba en contra de su modo de trabajar, de moverse y de distribuir el material. Pese a todo, siguió batallando. Falleció a los 60 años por un trombo posoperatorio, cuando estaba a punto de inaugurar una muestra. De seguir vivo, ¿qué sería de él? «¡Estaría peleando! Se habría atemperado pero no habría perdido su mirada subversiva», concluye Clemente Bernard.
Exposición y autor
Hasta el 12 de julio: Museo de Navarra.
Del 20 de julio al 20 de septiembre: Fundación Museo Lázaro Galdiano, dentro del marco de PhotoEspaña 2020.
Todoterreno. Hizo fotografía editorial, industrial, memorias de empresa, moda, publicidad, fotografía documental y fotoperiodismo.
Trabajos personales. 'Los Hijos-Dalgo de Iturgoyen', 'La colza', 'Lehorretik etorri zen, itxasoa'(sobre las inundaciones de 1983 en Bilbao), 'España mágica', 'El Santo Christo Ibérico', 'Pubis pro nobis', 'El Kapote'...
Koldo Chamorro formaba parte del grupo llamado 'Los Cinco Jinetes del Apocalipsis'. Una cuadrilla de jóvenes fotógrafos que recorrió la España profunda en los años 70, con la misión de inmortalizar los ritos religiosos, las fiestas populares y las comunidades gitanas. Un mundo que se creía tocado de muerte, a la vista del cambio político y social que estaba experimentando el país. Junto a Chamorro, se encontraban Fernando Herráez, Cristina García Rodero, Cristóbal Hara y Ramón Zabalza. En todos ellos, dejó su impronta el fotógrafo checo Josef Koudelka, que vino a parar a España y, fascinado por el país, actuó como aglutinante del colectivo.
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