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Santiago Carrillo publicó en 1977 un libro destinado a marcar la nueva trayectoria del comunismo en España, alejándose abiertamente de la ortodoxia soviética. Antes de que 'Eurocomunismo y Estado' llegara a los escaparates de las librerías, los dirigentes del Partido Comunista de la Unión Soviética ... ya lo habían leído. Y no porque el entonces secretario general del PCE se lo hubiera enviado buscando su del todo improbable aprobación. Ignacio Gallego, miembro de la ejecutiva del partido y claramente prosoviético, había conseguido, no se sabe muy bien cómo, una copia del manuscrito y se había apresurado a enviarla a Moscú. Puede que sea solo una anécdota, pero revela la vigilancia a la que los partidos comunistas han sometido desde hace un siglo a la población en general y a sus militantes en particular. Lo cuenta con todo lujo de detalles el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense José María Faraldo en 'Las redes del terror. Las policías secretas comunistas y su legado' (Ed. Galaxia Gutenberg), que llegará a las librerías el próximo miércoles.
Faraldo analiza los orígenes de la Cheká, creada de manera oficial tras el triunfo de la Revolución, y cómo su modelo –de alguna manera heredero de la Ojrana, la Policía secreta zarista– fue evolucionando y adquiriendo poder y autonomía. Con distinto nombre, es la organización en la que se asienta la terrible Gran Purga de 1937-8 y la misma que en la Polonia invadida por los alemanes colabora con la Gestapo en la persecución de la resistencia e intercambia información con sus agentes. El poder de esa fuerza de vigilancia política interna lo desvela una cifra: a finales de 1945, cuando Laurenti Beria fue reemplazado en el cargo de responsable, trabajaban en el cuerpo millón y medio de personas.
Paranoia de denuncias Entre 1937 y 1938, las Juventudes Comunistas de la URSS recibieron la orden de buscar enemigos y denunciarlos. Se establecieron cuotas regionales de personas a fusilar. Incluso los denunciantes podían ser víctimas bajo la acusación de que habían demorado la presentación de información. Unas 700.000 personas fueron ejecutadas.
En las embajadas El personal que hacía las mudanzas de los diplomáticos en la RDA, como quienes instalaban la TV o realizaban una obra, pertenecía a la Stasi e informaba hasta de los menores detalles.
Cebos típicos En 1976 un diplomático español fue a una universidad polaca. La Policía le puso dos mujeres como cebo. La trampa fracasó porque, según el informe, mostró poco interés en las «dos unidades relativamente atractivas» que pusieron a su alcance.
No figuran en ese cómputo los confidentes y ellos eran una parte fundamental del sistema, revela Faraldo. Su estudio de documentos en los archivos de varios países del Este le ha permitido ofrecer datos que estremecen:en el año de la caída del Muro de Berlín, la Policía política de Polonia tenía casi 100.000 confidentes 'en nómina'; la Stasi alemana, unos 174.000;y la Securitate rumana, más de medio millón (para una población de 23 millones).
Los confidentes recibían normalmente dinero por su trabajo, pero también podía ser algún tipo de prebenda: un buen puesto en la lista de espera para conseguir un automóvil o unas vacaciones en un balneario. También contaban con un nombre en clave y una 'coartada' que les permitía entrevistarse con los oficiales a los que entregaban sus informaciones sin levantar sospechas. Muchos se convirtieron en confidentes por lealtad al Estado:pensaban que así ayudaban a combatir a los enemigos que querían destruirlo. Otros lo hicieron porque fueron sorprendidos cometiendo alguna ilegalidad (desde pasar tabaco de contrabando hasta traficar con pornografía) y su delito era ignorado a cambio de la colaboración con la Policía. La sospecha sobre la existencia de confidentes enrarecía cualquier relación: Faraldo cuenta historias de líderes políticos, personalidades de la cultura y de otros ámbitos que fueron objeto de seguimiento por parte de sus parejas, o de sus hermanos o amigos de toda la vida. Una de las historias que los niños soviéticos debían leer en la escuela era la biografía de Pável Morózov, que a los trece años denunció a su padre por ocultar en casa a un 'kulak' (propietario de la tierra en la época zarista). El padre fue condenado a muerte por alta traición y luego el muchacho fue asesinado por su propia familia.
Las tareas de los confidentes consistían en controlar a sus objetivos y anotar las personas con las que se reunían. En España, donde la vigilancia se amplió en los últimos años del franquismo y los primeros de la Transición, los confidentes siguieron de manera muy especial a Santiago Carrillo y otros dirigentes. También al filósofo Manuel Sacristán, opuesto al eurocomunismo pero que tenía numerosos contactos entre intelectuales y políticos.
A partir de los datos ofrecidos por los confidentes, los policías hacían informes que enviaban a los dirigentes del partido. Miles y miles de documentos que, como señala Faraldo, probablemente nadie leyó nunca, salvo que se refirieran a personas de muy especial interés. Pero no todo eran textos o fotografías. En la RDA, llegaron a conservarse tarros con olor y restos orgánicos de las víctimas del espionaje, por si servían en algún momento para basar una acusación de algo. ¿De qué?Durante la Gran Purga, las acusaciones se construían a posteriori, porque lo fundamental era cumplir la cuota de fusilamientos asignada a cada región.
En España, la actuación más relevante de la Policía comunista es muy posterior a la Guerra Civil. Explica el autor de 'Las redes del terror' que, pese a todos los mitos, no hubo una infiltración masiva de agentes durante la contienda, por llamativo que sea el episodio del asesinato de Andreu Nin. Fue durante la Transición cuando se emplearon a fondo, trabajando por la marginación de los eurocomunistas españoles en el movimiento internacional y promoviendo una ruptura del partido cuando vieron inevitable el cambio de rumbo. Agentes instalados en las embajadas del Este y en empresas como Aeroflot trabajaban en eso y en tareas más convencionales. Entre los informes que enviaban a Moscú y otras capitales tras el Telón de Acero figuran algunos de evidente interés, como planos de bases americanas y direcciones de nazis refugiados en el país, frente a otros de dudosa utilidad, como la evolución del sector turístico, realizado por una mujer que había trabajado en varios hoteles de la costa. También eran objeto de seguimiento los españoles que viajaban al Este.
Esta frenética actividad perseguía la consecución del sueño de los primeros fundadores de la Cheká:saberlo todo de los otros. Lo apunta Faraldo:WikiLeaks y otras organizaciones, a través del seguimiento electrónico de la actividad de cualquier ciudadano, los harían felices. Ahora ya no es necesario disponer un gran despliegue como el que hizo la Policía polaca –consta en sus archivos– para seguir a un diplomático español y su hijo en un viaje a Breslavia. Los agentes temían que su objetivo estuviera relacionado con el espionaje, pero era bien distinto: asistir a un partido de fútbol del equipo local contra la Real Sociedad.
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