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«Uno no se ovida de los poemas que ha escrito, de ninguno. Es como el pastor con sus ovejas, que reconoce a cada una», dice Bernardo Atxaga desde su casa en la localidad alavesa de Zalduondo, donde la reclusión parece menos forzosa. Estos días ... recuerda más que nunca uno de ellos, «que es muy especial para mí». Lo escribió hace veinte años y todavía cuenta como si la estuviera viendo su pequeña historia. «Volvía de un viaje y me encontré con un vecino que se llamaba Ignacio, un hombre mayor, alto, físicamente muy fuerte. Le vi cabizbajo y le pregunté: ¿te ha pasado algo? Dijo textualmente: he estado enfermo, mucho malo. He tenido gripe». A sus 70 años, nunca había estado enfermo y era famoso por su fortaleza, «capaz de ir andando a Oñati y volver. Pensé: esta es la gripe de Adán».
Ese fue el título inicial del poema que cuenta cómo, en el primer invierno tras su expulsión del paraíso, Adán se sintió morir al notar «tos, fiebre, dolor de cabeza», todos esos síntomas a los que hoy estamos encadenados. La voz de Atxaga es una de las que no hemos podido escuchar en el festival Bilbaopoesía, que sucumbió al coronavirus como tantas otras actividades. Nos faltan versos y por eso hoy, Día Mundial de la Poesía, recuperamos algunos que parecen escritos para una comunidad de lectores en cuarentena.
Adán no murió de gripe, sino años después, pero él y su familia aprendieron mucho de aquella experiencia. Palabras como 'amor', 'miedo', 'muerte' no estaban en el diccionario del «paradisiaqués», un idioma en el que en realidad no había nada que decir. «El lenguaje, la sensibilidad, los afectos... todo eso procede de la debilidad del ser humano, en este caso de la enfermedad. Si no hubiese miedo, si no hubiese muerte de hecho, nada de lo que nos caracteriza como humanos existiría, ni siquiera existirían canciones ni poemas».
Atxaga cree que «después de esta crisis aprenderemos lo que aprendió Adán y su familia, a adaptarnos a una situación. Apocalipsis significa revelación, se pone de manifiesto lo que estaba oculto». Este poema forma parte de un libro «hoy casi imposible de encontrar», 'El paraíso y los gatos'. Con él recorrió España en 2012 junto al acordeón de Jabier Muguruza, que también le iba a acompañar en el recital previsto en Bilbaopoesía, basado en canciones de los años 80 y 90.
Empezaría así, con 'Antzinako Bihotz' ('Arcaico corazón'). «Tú, que eres como una casa/hecha de arcilla:/ Pequeña, frágil/ de cuatro habitaciones». Antes que letra tuvo música. «Mikel Laboa me envió una cinta con una melodía cuando nosotros vivíamos en Escocia». De tanto escucharla en el trayecto entre Saint Andrews y Edimburgo, le pareció que al tararear Laboa decía 'bihotz' y recordó un texto que había escrito sobre que el corazón «no es intelectual, es arcaico. No recibe instrucciones de la mente».
Hoy resulta esperanzador leer estos versos en los que alguien lleno de miedos y fantasmas «mira por la ventana,/mira hacia ese bosque/que ya reverdece». Ese mensaje «surge de una idea de raíz romántica: que la naturaleza que nos rodea está viva, tiene alma. Hay algo de acogedor, de consolador, en el paisaje, es una sensación que he tenido siempre, desde muy niño».
Muy distinto es el recorrido que propone Miren Agur Meabe en 'Instrucciones para andar en la ciudad', traducción de un poema que también iba a presentar en Bilbao. Forma parte de 'Nola gorde errautsa kolkoan' /( 'Cómo guardar ceniza en el pecho'), que se editará a fin de año. Lo escribió hace un par de años como base para el rodaje de un corto de alumnos de la Facultad de Bellas Artes de la UPV sobre Bilbao. «Por eso contiene tantos elementos arquitectónicos: calle, puente parque, museo, pórtico...», explica.
La persona que camina por la ciudad «está embargada por la soledad y doblegada por un dolor emocional muy intenso». Todo a su alrededor rezuma tristeza: «gente sin techo, naturaleza asfixiada...». Palpar la cuerda «representa luchar para no caerse, perderse o quedarse más sola aún». Y en la situación actual, «en una ciudad aparentemente desierta, sería un telón de fondo adecuado para remarcar el extrañamiento de esa persona que vaga sin horizonte en su drama particular».
En un Día Mundial de la Poesía que se antoja más necesario que nunca, editoriales, librerías, artistas y ciudadanos harán que los poemas vuelvan a inundar el mundo aunque sea desde internet. También han surgido iniciativas que animan a colgar versos en los balcones o a recitar poemas desde las ventanas. PoesíaEnTuSofá empezó ayer en Instagram y se prolongará hasta el domingo. «Que lo único viral en tu casa sea la poesía» es el lema de esta convocatoria, en la que participan autores y artistas como Benjamín Prado, Elvira Sastre, Marwan, Jaime Lorente, Miguel Poveda e Irene Escolar, entre otros. Se siguen sumando nuevas propuestas.
Por Bernardo Atxaga
Enfermó Adán el primer invierno después de su salida del paraíso,
y asustado con los síntomas, la tos, la fiebre, el dolor de cabeza,
se echó a llorar igual que años más tarde lo haría María Magdalena,
y dirigiéndose a Eva, «no sé qué me ocurre» gritó, «tengo miedo»
«amor mío, ven aquí, creo que ha llegado la hora de mi muerte».
Eva se sorprendió mucho al oír aquellas palabras, 'amor', 'miedo', 'muerte'
y le pareció que pertenecían a una lengua extraña, ajena al paradisiaqués,
y anduvo con ellas en la boca, masticándolas como pepitas, como raíces,
hasta que creyó, 'amor', 'miedo', 'muerte', comprender enteramente su sentido.
Para entonces Adán ya se había repuesto, y volvía a sentirse feliz, o casi.
Fue sólo, aquel hecho extraparadisíaco, el primero de una larga serie,
de modo que Adán y Eva siguieron, por así decir, recibiendo clases intensivas
de la lengua que decía 'amor', 'miedo', 'muerte', aprendiendo palabras como
'cansancio', 'sudor', 'carcajada', 'carcaj', 'carcamal', 'canción', 'caricia' o 'cárcel';
a medida que crecía su vocabulario, las arrugas de su piel aumentaban.
La hora de la muerte, la verdadera, le llegó a Adán siendo ya muy viejo,
y quiso entonces transmitir a Eva lo que había aprendido, su última verdad.
«¿Sabes, Eva?», le dijo, «la pérdida del paraíso no fue en realidad una desgracia».
A pesar de los trabajos, a pesar de lo del pobre Abel y todos los demás conflictos,
hemos conocido lo único que, noblemente hablando, puede llamarse vida.
Sobre la tumba de Adán se derramaron lágrimas corrientes, de agua y sal,
que cayeron a tierra y no criaron jacintos, ni rosas, ni flores de ninguna clase,
y de todos ellos fue Caín el que, paradójicamente, con más desgarro lloró;
Luego Eva recordó con cariño el susto de Adán cuando su primera gripe,
y todos se calmaron, y se fueron, y tomaron algo, y comieron un bollo.
Por Miren Agur Meabe
Palpar la cuerda.
Palpar la cuerda para no perderse en las encrucijadas.
Notar la humedad.
Notar la humedad en los zapatos y dentro de los ojos,
eso que invoca al peso de las almas a concentrarse en los puentes.
Pensar en paralelo.
Pensar en paralelo como los raíles y mirar en diagonal
a quien está tendido en la acera, a la manta, al brick de vino, al perro,
soy una mierda, más me valiera no haber nacido.
Escuchar la sinfonía de los parques.
Escuchar la sinfonía de los parques ahorcando pájaros
y capando a mordiscos los brotes de los árboles.
Cruzar los pórticos.
Cruzar los pórticos y actuarde altar en altar buscando sosiego
como una Dido errante vagando entre las sombras.
Tragar saliva.
Tragar saliva al preguntar al camarero de una plaza entre palacetes
¿metraesunatilaconcicuta? disculpe, ¿un tequila?, nounagilda.
Vivir un rato en los museos.
Vivir jirones de siglos en delantales con escamas, en cestos llenos de escoria.
Frotarse los pechos.
Frotarse esos dos ángeles de carne abandonada y
ponerse en el pellejo de las hembras que aprendieron a quemar las velas.
Querer gustar a la ciudad que canturrea
soy una caja, soy un zoo, soy una carpeta:
aquí siempre hay sitio para una bestia más, como en los listados de Dios.
Comprobar que llevas puestas las alas
sabiendo que no hay manzanas de oro en la oscuridad.
Contar los dedos que te quedan en los pies, paloma enferma.
Y palpar la cuerda, palpar la cuerda, palpar la cuerda.
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