Catedrático de Universidad, rector, candidato al Nobel de Literatura, concejal y alcalde honorario, diputado en Cortes, autor de un puñado de libros que están en la Historia de la Literatura y de más de cinco mil textos entre artículos y conferencias. Y propuesto para presidente ... de la República. La actividad pública de Miguel de Unamuno, que además mantuvo correspondencia con más de 10.000 personas en todo el mundo, sería hoy inimaginable. Lo es también su influencia a todos los niveles, hasta el punto de que fue el mayor opositor al rey Alfonso XIII y el general Primo de Rivera, dictador entre 1923 y 1930. Una oposición que le costó el destierro, pero incluso desde Francia siguió siendo la referencia indiscutible del pensamiento crítico español. Ahora, un libro fruto de una exposición celebraba en Salamanca hace un año recoge los textos más interesantes de cuantos dedicó a la política y los sitúa en su contexto. 'Unamuno y la política. De la pluma a la palabra' (Ed. Universidad de Salamanca), con estudio introductorio de Colette y Jean-Claude Rabaté, los biógrafos del escritor vasco, permite comprender el alcance del pensamiento de un autor cuya obra el tiempo no ha desvanecido, sino todo lo contrario.
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Los Rabaté articulan su estudio combinando temas y cronología. Eso permite seguir la evolución de su pensamiento y comprender que no hay en sus textos tantas contradicciones como a veces se dice. Y también que, cuando se equivocó, no tuvo empacho en reconocerlo. Lo hizo cuando, explicó, en el proceso contra el anarquista Francisco Ferrer pecó «gravemente contra la santidad de la justicia. El inquisidor que llevamos todos los españoles dentro me hizo ponerme al lado de un tribunal inquisitorial». El artículo se titulaba 'Confesión de culpa' y se publicó en 1917 en 'El Día'.
Y tras su apoyo inicial al golpe de Estado del 18 de julio, pronto constatará su falta de visión sobre lo sucedido. En unos apuntes de diciembre de 1936, cuando está ya recluido en su casa tras el enfrentamiento con Millán Astray en el Paraninfo en la festividad del 12 de octubre, afirma con rotundidad que «los Hotros» (es decir, los sublevados) son peores que «los Hunos» (los marxistas), pero reclama una y otra vez que todos renuncien a la venganza. Es el testamento de un intelectual antimilitarista, que fue ante todo un liberal más en la defensa de los valores democráticos que en aspectos económicos, partidario de la independencia de Cuba («sería mejor para nosotros y para ellos», escribe) y muy crítico con la Iglesia, a la que acusaba de ser responsable del atraso económico de España.
El 28 de noviembre de 1932 el diputado Miguel de Unamuno se despide del Congreso con un discurso amargo. Muestra su desconfianza con los valores de la República, critica la quema de conventos, las leyes de excepción, la Ley de Defensa del régimen y advierte de que «su funcionamiento es el fracaso del liberalismo, o sea, de los derechos individuales». Por eso, dijo, le dolía «España» y le dolía, «además, su República». Unamuno, que se consideraba «un diputado de España» por encima de cualquier disciplina de partido, estuvo en la órbita del PSOE durante décadas, incluso se carteó con Pablo Iglesias y fue amigo de Prieto y otros dirigentes.
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Su republicanismo era inequívoco y sus críticas a Alfonso XIII y Primo de Rivera le costaron el destierro. Además, no solo no lo había ocultado sino que había hecho proclamación de su ideología en cualquier oportunidad. Lo gritó, literalmente, en el acto de homenaje a los aliados tras el fin de la Primera Guerra Mundial y lo argumentó en numerosos artículos en periódicos de Salamanca, Madrid y Bilbao. Incluso fue quien, el 14 de abril de 1931, asomado al balcón del Ayuntamiento de la capital charra, en la plaza Mayor, proclamó la República en aquella ciudad. En sus últimas semanas de vida, enfermo, desesperanzado sobre el futuro de España, lejos de varios de sus hijos y ya sin amigos próximos, presiente que «no habrá paz sino victoria». Y añade, premonitorio: «Me temo que bajo la dictadura de Franco lo que menos se permita sea la franqueza. Lo que dominará será la molienda».
Llama la atención la dureza de sus artículos políticos. Cuando en septiembre de 1923 Primo de Rivera publica una proclama para justificar el golpe de Estado, la respuesta de Unamuno es demoledora: «Me ha hecho sonrojarme un cierto manifiesto que huele a las heces de una noche de crápula (...) A la desesperanza que me invade al oír a cuatro botarates jerárquicos hablar de su 'moral' y su 'doctrina' (...) dejo que pase la película de los héroes casineros». Unos héroes -es un sarcasmo- «sin meollo en la sesera (...) que se ponen a jugar a la política como podrían ponerse a jugar al tresillo, henchidos de frivolidad castrense». La radicalidad de sus textos le puso ante la Justicia en varias ocasiones: una vez, por injurias al alcalde de Salamanca, mientras era director provisional de 'La Libertad'.
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Entre 1920 y 1923 tuvo seis juicios a cuenta de sus artículos. En la prensa clandestina y en sus cartas y anotaciones, Unamuno no escatima insultos hacia sus tres grandes enemigos: al rey se refiere como «un pobre abúlico voluntarioso con la vileza de su bisabuelo el Borbón Fernando VII unida a la petulancia pedantesca de los Habsburgo. Es embustero». A Primo de Rivera lo califica de 'Ganso Real' y además de llamarlo «borracho» y sostener que se pasa las noches «en casas de lenocionio de trato público» lo define como una «triste mezcla de mentecato y loco». El general Martínez Anido, el brazo ejecutor de la represión, es «el Cerdo Epiléptico», que está al frente de «una jauría de mastines hidrófobos». Menos directo pero igual de sangrante es lo que dice tras la muerte del duque de Tamames, un aristócrata rural que también era diputado aunque raramente se le veía en el Congreso. En el obituario que publicó en mayo de 1917, escribió: «Era un espíritu elegantísimo, que sintió muy hondamente todo lo que hay de plebeyo, de ordinario, de cursi, en interesarse por la política patria y la suprema falta de distinción que significa el ir a representar efectivamente a un distrito de electores españoles».
Nunca un profesor de Universidad tuvo tanta popularidad. Pese a que eludió toda complacencia con la sociedad salmantina y sus dirigentes, fue despedido en la estación de tren, camino del destierro, por una multitud que lo ovacionó durante veinte minutos. A su regreso a España, en 1930, 5.000 personas lo esperaban en el puente de Hendaya. En Bilbao lo aclamaron miles en el Arenal. Y en Salamanca el recibimiento fue calificado de «apoteósico». Como el coche en el que viajaba no podía continuar por la multitud, recorrió a pie centenares de metros en la ciudad hasta llegar a una plaza Mayor abarrotada y entusiasmada. Cuatro años después, en el homenaje por su jubilación, al que acudió el presidente Niceto Alcalá Zamora, la plaza estaba de nuevo repleta.
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Su última intervención como rector dejó la frase célebre dirigida a los franquistas: «¡Venceréis pero no convenceréis». No hay seguridad absoluta de que la dijera exactamente así, pero no sería extraño porque ya a finales de 1886, en una conferencia en la Sociedad El Sitio de Bilbao titulada 'El derecho y la fuerza' había esbozado una idea que terminaba con la oposición entre 'vencimiento' y 'convencimiento'. Sus tres etapas en el Rectorado no fueron fáciles. En la primera hubo de enfrentarse la resistencia de la vieja casta académica.
Lo primero que hizo entonces fue enviar una carta a su maestro Sandalio Benito: «Jamás podré olvidar que fue usted, en aquella vieja escuela de la calle del Correo, para mí tan preñada de recuerdos, quien me guió en mis primeros pasos por el saber humano». En su discurso de apertura, el 1 de octubre de 1900, animó a los estudiantes a discutirlo todo. Un diario local lo calificó de «anarquista». Tres años, después, tras unos disturbios que acabaron con la muerte de dos estudiantes, Unamuno fue categórico al pedir la destitución del gobernador civil y el comandante de la Guardia Civil.
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Desde el momento en que ganó la cátedra en Salamanca, Unamuno residió en aquella ciudad, pero volvía a Bilbao con frecuencia y seguía la vida de la ciudad. Fue en la Villa donde con solo 15 años publicó su primer artículo en 'El Noticiero Bilbaíno'. En él apostaba por unir las fuerzas políticas vascas y navarras. A partir de ahí, son centenares los que envía, con seudónimo o con su nombre, a ese diario y otros de la ciudad. Y también mantiene no pocas polémicas. Una muy notable fue en 1893 con Pablo de Alzola, coautor del plan general del Ensanche. Mientras este veía la posibilidad de progreso para la ciudad, Unamuno era muy crítico: «Allí no hay política, allí hay negocio; se trata de que Echevarrieta, Chávarri, Solaegui y Cía se apoderen de Bilbao so capa de ideales políticos». Cuarenta y un años más tarde, el Ayuntamiento lo nombró Hijo Predilecto.
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