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Deberíamos unirnos o reunirnos en estas circunstancias en torno a Unamuno, el escritor vasco-castellano que no solo representa un espíritu español indomable, sino abierto y universal. Se ha le presentado negativamente como un defensor del irracionalismo, cuando en realidad aboga por una razón sensible. ... Y ello porque el hombre es un animal afectivo y sentimental, como pone de manifiesto F. Fuster en 'Aforismos y reflexiones'. Lejos de renegar de la razón, critica el miedo a la razón como un exagerado miedo al frío, como dice en 'La enseñanza del latín', desconfiando de la razón pura o abstracta, rígida y frígida, ideológica. Y es que las ideas deben estar unamunianamente al servicio del hombre, y no al revés.
Unamuno enarbola una filosofía de la contradicción, a la que considera como una dicción-contraria a tener en cuenta, un obstáculo a salvar, una paradoja a considerar. Pues contradecir o contradecirse significa para él estar vivo, y no muermo o muerto, asistir al curso revuelto de lo real. Lo que en Ortega es un perspectivismo que conjuga las perspectivas diversas de la realidad, en Unamuno es un diálogo de contrastes, un modo de reunir las visiones del mundo a través de su revisión crítica. En donde el raciocinio revierte en relaciocinio: por ello está contra la razón identitaria de las cosas, de las personas individuales y de las pseudopersonas colectivas o naciones (nacionalismo), hasta el punto de que el hombre debe conocerse a sí mismo como un prójimo, para evitar toda cerrazón. Su lucha está a favor de una razón abierta, poliédrica y polémica. Por eso polemiza sobre todas las cosas que importan, buscando su articulación en un lenguaje que, en definitiva, trata de racionalizar lo irracional. En su pensamiento la clave no es tanto la razón vital e histórica, como en Ortega, sino el sentido vital y existencial.
El ejemplo ejemplar de semejante filosofía paradójica es el amor y su ambivalencia radical, ya que a su juicio tiene algo de trágico o engañoso y algo de cómico o desengañoso de la vida, pero capaz de enfrentarse a la mismísima muerte o más bien de afrontarla religiosa o religadamente. En su obra cumbre 'Del sentimiento trágico de la vida', presenta el amor y la muerte como hermanos enemigos o enemigos hermanos, sin duda porque tanto el amor como la muerte son auténticos éxtasis. El amor es el éxtasis o salida radical de sí al otro, mientras que la muerte es el éxtasis o salida de sí a la otredad radical.
El segundo ejemplo de la filosofía paradójica unamuniana es Dios, la divinidad que en él no es un Dios abstruso o abstracto, sino la razón cordial del universo, la conciencia trascendente de nuestra inmanencia, y especialmente la trasfiguración de la muerte desde su opacidad temporal en la luz trastemporal. El Cristo de Velázquez encarna esa trasfiguración de la negrura en blancura, del destierro en la tierra en su trascendimiento, del dolor y el sufrimiento en su ofrenda u oblación salvadora.
El último ejemplo de su filosofía paradójica es la presencia de la propia muerte como iniciación final en ese trastiempo o eternidad. Se ha insistido en que el escritor quiere a toda costa salvaguardar su yo individual y personal frente a su deriva mortal. Pero se ha solido olvidar la otra visión complementaria, según la cual la muerte posibilitaría precisamente nuestra reconversión en otro, una trasformación transpersonal, la posibilidad de ser todo lo demás: «Pues si doloroso es tener que dejar de ser un día, más doloroso sería acaso seguir siendo siempre uno mismo, y no más que uno mismo, sin poder ser a la vez otro, sin poder ser a la vez todo lo demás, sin poder serlo todo» (Del sentimiento trágico de la vida).
Unamunámonos: podemos unirnos o reunirnos en torno al Unamuno del contra esto y aquello, contra los (h)unos y los (h)otros. Pero sin olvidar al otro del esto y aquello, los unos y los otros, no solo sino también. Pues su pensamiento paradójico no busca el extremismo ni el conservador medio estático, sino la mediación dinámica de los opuestos, como afirma en 'En torno al casticismo'. Culturalmente esto apunta a una política de centro, centrista pero no centralista, un acceso a la calle del medio si bien mediador, una concordia discordante o plural y una discordia concordante o reunidora. Hablamos pues de democracia de partidos pero no partidista, una democracia de partidos mas no partida ella misma, una democracia entera por cuanto del bien común.
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