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«No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo». Así, de manera tan certera, exponía Paul Auster en su discurso del Príncipe de Asturias en 2006 la necesidad creativa irrefrenable del escritor, a la par que ... el misterio y la incógnita que rodean a esta profesión y a la voluntad de contar historias.
Con Auster se despide ese narrador incombustible, enraizado como nadie con su país y sus vaivenes, en lo que se ha venido a llamar la 'gran novela americana', parafraseando a Philip Roth. Ese espíritu de epopeya estadounidense atraviesa la bibliografía de Auster y cobra más fuerza que nunca en una de sus últimas obras, la de más de mil páginas en la que plasmó la vida del pionero escritor y periodista Stephen Crane.
La vida y obra del escritor de Brooklyn está por tanto ligada a los acontecimientos de Estados Unidos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y las dos primeras décadas del XXI, algo que el autor nunca eludió, mostrando un compromiso político que le llevó a realizar una férrea defensa del sistema democrático y las libertades que se ejemplificó en el mandato de Donald Trump en la Casa Blanca, al que se opuso con contundencia.
Estos valores en favor de las libertades le llevaron también a rechazar viajar a China o promocionar sus libros en Turquía, países a los que fue invitado en varias ocasiones pero siempre rehusó ir. A donde sí viajó con frecuencia fue al Viejo Continente, residiendo en París temporadas a lo largo de su vida; una de ellas en 1967, para evitar ser reclutado para la guerra de Vietman.
La huella europea y sobre todo francesa estuvo muy presente en la educación literaria de Auster y en sus referencias, situando París como escenario de pasajes de buena parte de sus novelas. Y, no solo eso, sino que tradujo al inglés a grandes clásicos de la literatura gala como Sartre o Simeon.
Pero si una herencia tuvo peso en la personalidad del escritor neoyorquino fue la de su familia judía de Brooklyn, de ascendencia polaca. Aunque con los años abrazó el ateísmo, la religión y las vivencias de su niñez en el vecindario judío por excelencia marcaron toda su obra, así como la emigración europea a Nueva York en busca del sueño americano.
Los personajes de Auster era siempre herederos de ese éxodo desde Europa y de padres y abuelos que tuvieron que labrarse un futuro en Nueva York entre períodos de prosperidad y de ruina que contribuyeron a la gran epopeya norteamericana tan bien reflejada en '4,3,2,1', una de sus obras más monumentales y en la que Auster también relataba un episodio de la infancia que le marcó de por vida: la muerte de un niño a su lado en un campamento al impactarle un rayo.
Los años de juventud del escritor, que estudió literatura europea en la Universidad de Columbia y se sumergió de lleno en el ambiente universitario e intelectual neoyorquino de finales de los 60 y principios de los 70, dejaron también un poso importante en su obra, donde refleja exhaustivamente una época de eclosión social y cultural en los Estados Unidos, así como de lucha por las libertades civiles y el pacifismo.
Es en estos años en los que la fiebre de escritura invadió de lleno a Paul Auster quien, en cualquier caso, confesaba siempre que le costó todo un esfuerzo poder vivir de escribir y, sobre todo, creérselo. En ese sentido, experimentó temporadas de auténtica miseria económica, sobreviviendo de las traducciones mal pagadas que realizaba y sin poder dar salida comercial a sus novelas, como bien relató en su libro de memorias 'A salto de mata'.
Por último, en el ámbito más terrenal, no debe obviarse la pasión por el beísbol del autor neoyorquino, un auténtico fanático de este deporte, del que era una enciclopedia viviente y de cuyo conocimiento se valió como fuente de inspiración para dar forma a decenas de personajes a lo largo de su extensa obra.
«Me he pasado la vida entablando conversación con gente que nunca he visto, con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento. Nunca he querido trabajar en otra cosa». Así culminaba Auster su discurso del Príncipe de Asturias, una frase que resume a la perfección una vida consagrada a la literatura y al imperecedero arte y oficio de narrar historias.
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