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Silvia Intxaurrondo acerca a diario la actualidad informativa desde 'La Hora de La 1' en Televisión Española. A partir de ahora, la periodista santurtziarra también ... nos retrotrae medio siglo para situarnos en el pueblo encartado de Sopuerta y darnos a conocer un contexto de opresión y violencia clasista y machista. Es el relato que desarrolla en 'Solas en el silencio' (HarperCollins), su primera novela. Hoy, a las 19.00 horas, la autora presentará la obra en la Biblioteca Bidebarrieta.
- Estremece leer los titulares mañaneros en los digitales. ¿No pierde la confianza en el ser humano, sobre todo el político?
- Qué va, yo sigo creyendo en el buen profesional que informa honestamente, con libertad y combatiendo los bulos. Hoy se hace un periodismo excelente que asiste a la gente que quiere saber. El sistema funciona.
- Lanzan un cohete contra un periodista en Palestina y se detiene a los que cubren las manifestaciones en Turquía. Ya no se trata de una víctima colateral ni de asesinatos encubiertos, ahora el reportero es el objetivo.
- Israel lo hace desde hace tiempo. No quiere testigos incómodos que cuestionen el relato que las autoridades quieren difundir. Siempre ha sucedido, ahora la novedad es que ocurre en directo.
- ¿Algo está fallando cuando los periodistas se convierten en protagonistas de la noticia?
- La sociedad se lo tiene que mirar cuando un periodista se convierte en noticia porque se ha molestado un político entrevistado. En realidad, el protagonista es ese individuo que pretende cambiar el punto de vista con objetivos políticos. Se persigue la honestidad de la información. Hay quien quiere deformar la realidad, pero los ciudadanos son conscientes.
- Un sector importante de la población se informa a través de las redes y, a menudo, se nutre de medios sesgados o sin fiabilidad. ¿Cómo recuperar la credibilidad?
- Es el principal reto al que tenemos que enfrentarnos, recuperar a un público que se mal informa, que recurre a pseudomedios que no son honestos. Los que lo somos tenemos que proporcionar información de forma clara y dinámica para ser atractivos. Pero ese cometido resulta complicado si un medio aspira a informar y, además, a combatir los bulos con el mismo número de trabajadores porque se multiplica la labor.
- Es conocida por su trabajo en la televisión, pero usted quería trabajar en prensa escrita.
- Estudié para eso y me hubiera encantado, pero las prácticas las hice en la radio, me enamoré del formato y luego pasé a la televisión y tuve que aprender sus códigos. Ambos me han enriquecido personal y profesionalmente y han cambiado la forma en la que intento contar la realidad.
Con los cinco sentidos
- ¿La novela supone una forma de resarcirse?
- No padezco una vocación frustrada, pero sí que ahora, a los 45 años, he tenido la oportunidad de quitarme una espinita en el mejor momento, cuando poseo una formación y un bagaje.
- ¿La literatura no fagocita? ¿No exige una dedicación completa?
- Lo hace cuando estás metido en ella; demanda los cinco sentidos para desarrollar grandes historias con verosimilitud e incumples sus demandas si careces de alguno de estos requerimientos.
- Su primera historia es de una extraordinaria crudeza.
- Tenía que conseguir que no se pudiera dejar de leer, imprimir un ritmo tan alto que los lectores no se puedan despegar, y la respuesta ha sido muy buena. Soy consciente de que ellos acceden al libro en su tiempo libre, con sus preocupaciones, expectativas, problemas, teléfono móvil y redes sociales, y, afortunadamente, se lo acaban en el plazo de entre uno y dos días, sin distracciones.
- El planteamiento se antoja muy visual, de gran plasticidad.
- Quería que el lector se impregnara de imágenes, un fenómeno habitual en nuestra vida, y, además, los personajes están solo esbozados para que cada uno encuentre en esas pinceladas rasgos de otros que conozcan; que en las mujeres de Sopuerta hallen características de otras que les son familiares o de las que han oído hablar.
- El retrato colectivo recuerda el refrán 'pueblo pequeño, infierno grande'.
- Jajaja. Elegí un contexto que conozco muy bien, el pueblo de mi padre, para desubicar al lector del tiempo y lugar en el que vive, abstraerlo. Por otra parte, necesitaba un entorno rural para hablar de un contexto asfixiante en el que todos se conocen. A menudo, buscamos las bondades de un refugio idílico y no somos capaces de ver lo que ocurre en su interior.
- Los episodios de violencia son frecuentes y diversos.
- Pero muchas escenas remiten a una violencia que no es física, sino que hablan de la profunda humillación que experimentan las víctimas sin sufrir ningún golpe. He buscado generar cierta asfixia, que la situación se vuelva tan inquietante que el lector deba decidir si sigue leyendo o no, y si lo hace, que no sea el mismo cuando acaba el relato, que ya no pueda callar ante situaciones así. Ahora bien, también quiero que cierre el libro con un hálito de esperanza.
- En la trama, la sororidad brilla por su ausencia. ¿Es un mito?
- Con ella afrontamos la violencia machista, pero la decisión individual es determinante y, a ese respecto, el qué dirán es un arma potentísima que mata la sororidad. El título hace referencia a ese silencio como recurso para proteger, para evitar la revictimización, recuperar una vida normal y no convertirse en apestadas sociales.
- ¿Qué ha cambiado? Parece que esa brutalidad ancestral persiste.
- La concienciación. Ahora rechazamos esa violencia y no estamos dispuestas a digerirla.
- Su novela puede crear una corriente de lectores que vayan a Sopuerta a conocer los escenarios de su narración, como sucede con los relatos de Dolores Redondo en el Baztán.
- Hay vecinos que la han leído y que me agradecen que haya dado visibilidad al pueblo encartado. Yo espero que lo visiten y descubran un paisaje maravilloso, que paseen por las calles Benito Luis Hurtado, Lehendakari Agirre, lleguen a la iglesia del barrio de Mercadillo y comprueben que enfrente hay un bar y así revivan 'in situ' la novela.
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