'GH' tenía razón

Hemos tardado dos décadas en entender lo que sintieron aquella panda de inconscientes que hace veinte años decidieron encerrarse en una casa durante tres meses para que los espectadores los mirásemos enjaulados desde nuestras sofás. No imaginaban la repercusión que lograrían ni cuán alargada sería ... su sombra. El caso es que el confinamiento nos ha puesto en una tesitura similar a casi todos, aunque afortunadamente ninguno vayamos a tener que darle explicaciones de nada a Mercedes Milá al salir. Tenían razón cuando aseguraban que aquí dentro todo se magnifica y seguro que más de uno habrá deseado nominar en alguna ocasión a sus compañeros de encierro para ver si la audiencia los expulsaba aunque fuese un rato. Es lo que tiene vivir en pisos de 70 metros cuadrados que no están provistos de confesionarios, a no ser que ese papel lo desempeñen los retretes, únicos espacios que proporcionan cierta intimidad en los hogares más reducidos. Sin ningún Súper de por medio, eso sí. Apreciamos cualquier contacto con el exterior, por eso a las ocho no faltamos a la cita en los balcones. Pasados los primeros días, que todo se vive con algarabía por la novedad, la convivencia se vuelve complicada y se pierden los nervios a la mínima, porque alguien se ha dejado un grifo abierto o porque no encontramos los papeles de la paella. Conviene mantener el juicio para no terminar hablando de uno mismo en tercera persona y preguntándole a Dios «por qué me hiciste así, tan diferente», al estilo de la sin par Aída Nizar. Lo del edredoning en tiempos de coronavirus está más complicado. Nos han inoculado el temor al contacto físico y no se nos va de la cabeza. Ay la cabeza... Quién nos pone la pierna encima para que no levantemos cabeza.