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Cuando nació Eva, la primera de las nietas, la abuela sacó de un baúl recóndito e inesperado un juguete blanco. Era una pirámide de cuatro lados, de plástico, que giraba sobre un eje circular. Ya de lejos era como si el objeto me hablara, como ... cuando ves por la calle a alguien con quien tenías una conversación pendiente y te acercas con pasos cortos y remoloneantes, para que te dé tiempo a pensar bien qué era lo que quedaba por decir. Así acudí al juguete, lento y torpe, hasta que lo toqué y de repente estaba sentado en el frío suelo del salón, con pocos años, mirándome en el espejo de uno de los lados de la pirámide, golpeando una bocina, girando una ruedecilla, chupando una de sus esquinas blancas y redondeadas.

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