Llegó Joaquín. Murió Quintero. Una cosa no es consecuencia de la otra, pero también es mala casualidad que ambos acontecimientos hayan sucedido casi a la vez. El Loco de la Colina llevaba tiempo retirado. Con su hablar pausado, sus silencios y sus preguntas pertinentes revolucionó ... la radio. Hubo una época en que en la televisión había tiempo para que los profesionales acudiesen a hablar de su trabajo y de sus vidas sin necesidad de tener que hacer experimentos ni interactuar con hormigas. Afortunadamente, Quintero estaba por allí en aquella época y estuvo al frente de espacios fantásticos donde personajes anónimos y célebres pasaban para que él sacase lo mejor de ellos. O lo peor. Escarbaba tanto, y tan bien, que no se sabía lo que podía encontrar.

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Las entrevistas largas e interrumpidas desaparecieron prácticamente de las cadenas. Mi compañera Rosa Palo me interrumpiría en este momento para aclararme que en el 'Deluxe' se siguen practicando, con profundidad y calma en algunas ocasiones y cuando el invitado (Lola Herrera, Concha Velasco...) lo permite. Salvemos esa excepción. Bertín reinventó (no sé si para bien) el género invitando a los famosos a su casa y charlando con ellos con campechanía.

Joaquín ha seguido esa estela. Él se hace el ignorante para abordar algunos temas. Eso ya lo practicaba Bertín, pero este lo lleva más al extremo. La consecuencia es que la conversación se simplifica mucho, se llena de lugares comunes y no se termina de profundizar en nada. Sucedía con Bertín, que en cuanto pisaba algún charco se salía rápidamente de él, y Joaquín tampoco parece que vaya a ser incisivo en nada. Donde esté un buen chiste que se quite una repregunta. Al público, de todos modos, le gusta. Así que hay Joaquín (e imitadores) para rato.

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